MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
EN EL IV CENTENARIO DEL NACIMIENTO
DE SAN JEAN-FRANÇOIS RÉGIS
A monseñor
Jean BONFILS, s.m.a.,
obispo de Viviers (Francia)
El cuarto centenario del nacimiento de san Jean-François Régis invita a la Iglesia universal a dirigir su mirada hacia este gran modelo de santidad, para tomar de su ejemplo lo mejor que puede aportar al hombre contemporáneo.
En una Francia que acababa de levantarse de las ruinas causadas por las guerras de religión que habían ensangrentado los últimos años del siglo XVI, san Jean-François Régis se presentaba como un hombre providencial, a quien Dios había llamado para dar fuerza y valentía a todo un pueblo abandonado y dejado a su suerte. Mientras la situación de las campiñas y las aldeas de Vivarais y Velay era verdaderamente desastrosa, Jean-François salió a los caminos en búsqueda de la oveja perdida. Mediante la sencillez de su palabra y su caridad ilimitada, llegaba al corazón de los pequeños y los humildes para elevarlos hasta el amor de Dios, y guiarlos hacia Cristo. Su ministerio de predicador y confesor se hizo rápidamente célebre. Sabía llevar la paz a las almas y a las ciudades, y la reconciliación a las familias, convencido de la fuerza de las palabras de Cristo: «Mi paz os doy; no os la doy como la da el mundo» (Jn 14, 27).
Su acción tenía sus raíces en la espiritualidad de san Ignacio de Loyola. En efecto, como miembro de la Compañía de Jesús, sabía que sin un abandono total a la voluntad divina, el ser humano, el fiel, el sacerdote no pueden tener realmente eficacia: «Sin mí no podéis hacer nada» (Jn 15, 5), dice Jesucristo. Por eso, toda su vida procuró poner en práctica los consejos evangélicos y cultivó, en su grado más alto, la disponibilidad a la acción de la Providencia y la humildad del servidor en las pruebas de su intrépida vida misionera.
Hoy, más que nunca, esas disposiciones son un modelo eminente para todos los que quieren caminar siguiendo los pasos del Señor y confiarle su vida, a fin de que haga de ella una ofrenda para alabanza de su gloria (cf. Ef 1, 6). La pacificación de los corazones y las sociedades se presenta como una de las misiones esenciales a fines del siglo XX. Frente a la pérdida de puntos de referencia, conviene recordar la luminosa verdad del Evangelio. Como Jean-François Régis supo hacer en su época, los fieles de nuestro tiempo están invitados a abandonarse a Dios con total confianza para que, en su ambiente y «en todos los pueblos que hay sobre la haz de la tierra» (Dt 7, 6), sean testigos alegres y generosos de la buena nueva de la salvación ofrecida a todos los hombres.
En menos de diez años de ministerio, este santo francés había logrado, gracias a Dios, hacer que una multitud inmensa de hombres, mujeres y niños de todas las edades y condiciones volvieran a Cristo. ¡Ojalá que san Jean-François Régis sea un guía y una luz para los años que nos separan del gran jubileo del año 2000! Que muestre los caminos de la santidad: el del servicio sacerdotal, a los sacerdotes; el de la paz y la fraternidad, a los laicos; y el de la entrega de sí en la pobreza, a los religiosos y religiosas. Que muestre a todos que Cristo, nuestra Pascua y nuestra paz definitiva, invita siempre al hombre a seguirlo para darle la vida eterna. Que este año del cuarto centenario del nacimiento de san Jean-François Régis sea una fuente de gracia para la Compañía de Jesús, para los fieles de la diócesis de Viviers y para toda la región de Vivarais y de Velay, que recorrió anunciando el Evangelio. Que todos perciban cada vez mejor que están llamados a vivir plenamente en la gran familia de la Iglesia.
Estos son los deseos que expreso a quienes participan en las fiestas del centenario, implorando a la Virgen María que los guíe hacia su Hijo resucitado, al que pido que acompañe de modo muy particular a quienes hagan la peregrinación de La Louvesc. A cada uno le envío de todo corazón mi bendición apostólica.
Vaticano, 27 de mayo de 1997.
JUAN PABLO II
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