SANTA MISA EN SUFRAGIO DEL SIERVO DE DIOS PAPA PABLO VI
PALABRAS DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
Jueves 6 agosto 1998
Permanece viva en toda la Iglesia la memoria de mi venerado predecesor el siervo de Dios Pablo VI, que murió aquí, en Castelgandolfo, hace veinte años. El tiempo no ha disminuido su recuerdo; al contrario, con el paso de los años resulta cada vez más luminosa su figura, y cada más actuales y sorprendentes sus proféticas intuiciones apostólicas. Además, este año, la celebración del centenario del nacimiento de este Pontífice, guía sabio y fiel del pueblo cristiano durante el concilio Vaticano II y el difícil período posconciliar, nos hace sentir más familiar el recuerdo de su persona y más fuerte el testimonio de su amor a Cristo y a la Iglesia.
Murió el día en que la liturgia conmemora el acontecimiento extraordinario de la Transfiguración del Señor.
En una homilía comentaba así la página evangélica de hoy: «Es preciso volver a descubrir el rostro transfigurado de Cristo, para sentir que él sigue siendo, y precisamente para nosotros, nuestra luz: la luz que ilumina a toda alma que lo busca y lo acoge, que alumbra todo acontecimiento humano, todo esfuerzo y le confiere color y relieve, mérito y destino, esperanza y felicidad» (Homilía en el II domingo de Cuaresma, 23 de febrero de 1964).
Al comenzar la celebración de la eucaristía, en la que elevaremos nuestras oraciones por este inolvidable Pontífice, sus palabras nos invitan a pedir al Señor para la Iglesia y para cada uno de los fieles la valiente y heroica fidelidad al Evangelio que caracterizó su ministerio de Sucesor de Pedro.
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