DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL INSTITUTO SECULAR FEMENINO
«APÓSTOLES DEL SAGRADO CORAZÓN
Viernes 2 de enero de 1998
Amadísimas hermanas:
1. Me alegra acogeros en este momento solemne e importante de vuestro camino de discernimiento. Estáis celebrando un congreso extraordinario, en el que deseáis actualizar vuestras constituciones. Esta iniciativa quiere responder a la invitación que la Iglesia os dirige a mantener vivo y actual el sentido de vuestra consagración, su valor para la nueva evangelización y para un testimonio cada vez más eficaz del amor de Dios a la humanidad.
Saludo a la presidenta general, señorita Nidia Colussi, así como al consejo y a las demás responsables del instituto secular «Apóstoles del Sagrado Corazón». Saludo, asimismo, a los sacerdotes colaboradores y a las delegadas procedentes de las diversas provincias italianas y latinoamericanas.
2. Os habéis reunido para reflexionar en el camino recorrido y proyectar las próximas etapas. El Sagrado Corazón de Jesús, que ocupa el centro de vuestra espiritualidad, os indica el camino real para un testimonio humilde, a menudo olvidado por los hombres, pero precioso y agradable a los ojos de Dios. Queréis participar en la misión apostólica del Señor: por eso precisamente os llamáis «Apóstoles del Sagrado Corazón».
Así pues, contempladlo siempre a él, que se «entregó a sí mismo» (tradidit semetipsum) por la vida del mundo. Aceptó obedecer al Padre hasta la muerte, y muerte de cruz, para que triunfara en la historia la vida nueva de los hijos de Dios. De este modo, también vosotras estáis llamadas a ser levadura de liberación y de salvación para la humanidad y para toda la creación (cf. Rm 8, 18-21), participando desde dentro, con vuestra condición seglar, en la situación vital de numerosos hermanos y hermanas vuestros.
3. Quisiera haceros tres recomendaciones, que son también el motivo de mi oración por vosotras y por vuestro instituto.
En primer lugar, os exhorto a mantener íntegro el espíritu de sencillez que vuestro fundador os enseñó con tanta insistencia. La caridad, don inefable del Espíritu Santo, encuentra en la humildad su fundamento necesario y la posibilidad de su máxima expresión.
Os exhorto, asimismo, a continuar en vuestro valioso servicio de apoyo, mediante la oración y la ayuda concreta, a las vocaciones de consagración especial. Os encomiendo de modo muy particular las vocaciones sacerdotales: ojalá que estén presentes en vuestro espíritu y en vuestro corazón apostólico como el don primero y más importante que podéis contribuir a impetrar y obtener de la misericordia de Dios, dueño de la mies (cf. Mt 9, 38), para la Iglesia.
En fin, os deseo que sigáis siendo, en los ambientes de vuestra vida y de vuestro trabajo, la fecunda levadura de testimonio evangélico que exige vuestra opción de consagradas seglares.
4. Al haceros estas reflexiones, invoco sobre vuestras personas, sobre vuestros seres queridos y sobre todo el instituto de las Apóstoles del Sagrado Corazón la continua asistencia del Señor para que, esparcidas por el mundo como una semillita, sin ceder ante los atractivos del mundo, podáis ser para todo el que se os acerque ocasión de encuentro con Jesús y con la riqueza inagotable del amor que brota de su Corazón bendito.
La Virgen santísima, a quien honráis con el hermoso título de Madre del buen consejo, vele por vosotras. Con estos deseos, os imparto a cada una mi bendición especial, prenda de toda gracia celestial.
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