DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL CONGRESO ORGANIZADO POR EL CONSEJO PONTIFICIO
PARA LA PASTORAL DE LOS AGENTES SANITARIOS
Jueves 1 de octubre de 1998
Amadísimas hermanas:
1. Es para mí una gran alegría poder encontrarme con vosotras, con ocasión de este Congreso dedicado a la reflexión sobre «La mujer consagrada en el mundo de la salud, en el umbral del tercer milenio». Doy las gracias de modo particular al Consejo pontificio para la pastoral de los agentes sanitarios que, respondiendo a mi vivo deseo, ha promovido esta feliz iniciativa, insertándola en su programa de preparación para el próximo jubileo. Os saludo con afecto a todos vosotros aquí presentes, en particular al presidente del Consejo pontificio para la pastoral de los agentes sanitarios, monseñor Javier Lozano Barragán, al que agradezco las cordiales palabras que me ha dirigido.
En la espera vigilante del comienzo del nuevo milenio, queréis reflexionar de modo profundo en vuestra misión al servicio del hombre que sufre, fijando vuestra mirada con mayor profundidad en Cristo, para obtener de él inspiración, valentía y capacidad de entrega completa a quien experimenta, a menudo de manera dramática, las limitaciones de la condición humana. En efecto, sois conscientes de que vuestra acción en favor del que sufre cobra sentido y eficacia en la medida en que, guiada por el Espíritu Santo, refleja los rasgos característicos del divino samaritano de las almas y de los cuerpos.
La Iglesia os mira con admiración y gratitud a vosotras, mujeres consagradas, que, asistiendo a los enfermos y a los que sufren, participáis en un apostolado sumamente importante. Vuestro servicio contribuye a perpetuar en el tiempo el ministerio de misericordia de Cristo, que «pasó haciendo el bien y curando a todos» (Hch 10, 38). Muchas de vuestras hermanas «han sacrificado su vida a lo largo de los siglos en el servicio a las víctimas de enfermedades contagiosas, demostrando que la entrega hasta el heroísmo pertenece a la índole profética de la vida consagrada» (Vita consecrata, 83). Vuestra entrega de amor, que os impulsa a ayudar a los miembros sufrientes del Señor, imprime a vuestro apostolado una nobleza que no pasa desapercibida ni a los ojos de Dios ni a la consideración de los hombres.
2. Como las religiosas que os han precedido, también vosotras estáis llamadas a adaptar vuestro servicio a los enfermos según las nuevas condiciones de los tiempos. En efecto, hoy los ambientes sanitarios en que trabajáis os obligan a afrontar rápidas transformaciones y desafíos inéditos. Si, por un lado, el progreso de la ciencia y de la tecnología y el desarrollo de las ciencias administrativas han abierto posibilidades originales a la práctica de la medicina y a la organización de la asistencia, por otro no han dejado de crear graves problemas de naturaleza ética relativos al nacimiento, a la muerte y a la relación con los que sufren. Además, desde el punto de vista antropológico, aunque la evolución del concepto de salud y de enfermedad ha seguido un recorrido positivo, hasta reconocer en dichas experiencias existenciales una dimensión espiritual, esto no impide que en muchos ámbitos se afirme un concepto secularizado de la salud y de la enfermedad, con la triste consecuencia de que a veces se impide a las personas afrontar el sufrimiento como una importante ocasión de crecimiento humano y espiritual.
Estas profundas transformaciones han cambiado el rostro del mundo del sufrimiento y de la salud, y exigen una respuesta cristiana nueva. ¿Cómo conciliar armoniosamente imperativos técnicos e imperativos éticos? ¿Cómo superar victoriosamente la tendencia a la indiferencia, la ausencia de compasión y la falta de respeto y valorización de la vida en todas sus fases? ¿Cómo promover una salud digna del hombre? ¿Cómo garantizar una presencia cristiana que, en colaboración con los componentes idóneos ya presentes en la sociedad, contribuya a impregnar de valores evangélicos y, por tanto, auténticamente humanos, el mundo del sufrimiento y de la salud, privilegiando la defensa y el apoyo a los humildes y a los pobres?
Estos interrogantes expresan otros tantos desafíos, a los que también vosotras, en unión con toda la comunidad eclesial, estáis llamadas a responder.
3. La primera tarea de vuestra vida consagrada en la gozosa y atractiva experiencia de Cristo sigue siendo la de recordar al pueblo de Dios y al mundo el rostro misericordioso del Señor. En efecto, la fuerza de vuestro carisma, antes que en las obras y en los objetivos de servicio, debe brillar en una novedad de vida, en la que se reproduzcan los rasgos característicos de Jesús. ¿No es verdad, acaso, que la Iglesia tiene necesidad de hombres y mujeres consagrados que, a través de sus personas y su vida, manifiesten la maternidad fecunda que la identifica? Ahora bien, esta fecundidad de la Iglesia no es proporcional a la eficacia de las actividades, sino a la autenticidad de la entrega a Cristo crucificado.
Por tanto, toda vuestra vida de consagradas deberá estar impregnada de la amistad con Dios, para poder ser el corazón y las manos de Cristo con los enfermos, manifestando en vosotras la fe que os lleva a reconocer en los enfermos al Señor mismo y que se convierte en fuente de la que fluye vuestra espiritualidad.
4. En segundo lugar, vuestra presencia en el mundo del sufrimiento y de la salud debe ser portadora de la riqueza inherente a vuestra condición femenina. En efecto, es innegable que la vocación de la mujer a la maternidad os hace más sensibles para captar las necesidades, y creativas para darles una respuesta adecuada. Cuando a estas dotes naturales se añade también una actitud consciente de altruismo y, sobre todo, la fuerza de la fe y de la caridad evangélica, entonces se producen verdaderos milagros de entrega. Las expresiones más significativas de la caridad .la delicadeza, la mansedumbre, la gratitud, el sacrificio, la solicitud y la entrega generosa de sí a quienes sufren. se transforman en testimonio del amor de un Dios cercano, misericordioso y siempre fiel. Un héroe de la caridad con los enfermos, Camilo de Lellis, invitaba a pedir ante todo al Señor la gracia de un afecto materno por el prójimo, para poder servir a los enfermos con la atención que una madre amorosa suele tener por su único hijo enfermo.
5. La conciencia de la misión a la que estáis llamadas mediante el servicio a los enfermos y la promoción de la salud debe impulsaros, queridas hermanas, a ser fieles e innovadoras en el ejercicio de vuestro apostolado de caridad misericordiosa.
Lejos de contraponerse, estas dos actitudes, la fidelidad y la creatividad, están llamadas a armonizarse mediante una sabia acción de discernimiento. Así como la defensa de posiciones ya superadas no estaría conforme con el espíritu de vuestros fundadores y fundadoras, del mismo modo abandonar, sin el necesario discernimiento, formas de apostolado que la actual situación sociocultural hace difícil, estaría también en contraste con los carismas de vuestros institutos. Por eso, queridas hermanas, os invito a permanecer con fidelidad al lado del que sufre en los hospitales y en las demás instituciones sanitarias, fortaleciendo con el espíritu evangélico el cuidado de los enfermos.
Que en vuestras opciones ocupe siempre un lugar privilegiado la atención a los enfermos más abandonados. Que vuestra mirada y vuestra acción se extiendan con generosidad a los países del tercer mundo, privados de los recursos más elementales para afrontar las enfermedades y promover la salud. Que vuestra participación en la nueva evangelización sobre la salud y la enfermedad se traduzca en un anuncio valiente de Cristo, que, con su muerte y resurrección, capacitó al hombre para transformar la experiencia de sufrimiento en un momento de gracia para sí y para los demás (cf. Salvifici doloris, 25-27). Que la colaboración con los laicos, partiendo de una auténtica participación de vuestros carismas, llegue a ser un instrumento eficaz para responder, con palabras y gestos inspirados evangélicamente, a las pobrezas y enfermedades antiguas y nuevas que afligen a la sociedad de nuestro tiempo.
6. Que al realizar vuestro apostolado, os sirva de ejemplo la Virgen Inmaculada, venerada como Salud de los enfermos. Icono de la ternura de Dios, se muestra atenta a las necesidades de los demás, solícita para responderles, y rica en compasión. Contemplándola, esforzaos por ser siempre ricas en sensibilidad, capaces de hacer de vuestra presencia un testimonio de ternura y de entrega, que sea reflejo de la bondad providente de Dios.
Con estos deseos, os imparto de corazón mi bendición, que extiendo gustoso a todas las hermanas de vuestras congregaciones.
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