DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS CAPITULARES PALOTINOS
Martes 6 de octubre de 1998
Amadísimos sacerdotes y hermanos de la Sociedad del apostolado católico:
1. Me alegra acogeros en esta audiencia especial y enviar, a través de vosotros, un cordial saludo a todos los miembros de vuestro instituto, así como a los que comparten en la Iglesia el mismo carisma de san Vicente Pallotti. Estáis viviendo vuestra asamblea general, a cuyos trabajos os dedicáis ya desde hace dos semanas. Se trata de un acontecimiento espiritual y eclesial, que tiene lugar durante el segundo año de preparación para el gran jubileo del año 2000, dedicado al Espíritu Santo. Invoco, junto con vosotros, al Espíritu divino, para que os ilumine al interpretar los signos de los tiempos y os lleve a conservar y desarrollar en nuestro tiempo la riqueza de vuestro carisma.
Habéis querido oportunamente que los debates de vuestra asamblea abordaran el tema de la fidelidad, expresado en el lema «Fieles al futuro..., puestos los ojos en Jesús, autor y consumador de la fe (Hb 12, 2)». En efecto, ese tema expresa vuestro deseo de renovar la fidelidad al compromiso apostólico, sobre todo desde la perspectiva del tercer milenio. Es un deseo que hay que impulsar, pero recordando que la fidelidad supone la fe, en la que se funda la existencia cristiana. La fe constituye el horizonte del camino espiritual y apostólico, pues es Jesús quien acompaña a los creyentes durante toda su vida, sosteniéndolos en su entrega al apostolado y realizando todos sus buenos propósitos.
Queridos hermanos, mirad con esperanza al futuro y afrontad con confianza los desafíos del tercer milenio, conscientes de que Cristo está a vuestro lado y es el mismo «ayer, hoy y siempre» (Hb 13, 8). Él os da su Espíritu, que sabe guiaros a la plenitud de la verdad y del amor. Que Cristo sea el motivo de vuestra esperanza: junto a él no debéis temer nada, porque él es el apoyo invencible de toda la existencia humana.
2. Vivir la fe significa insertarse en la existencia de Cristo. En Jesús podemos descubrir nuestra verdadera naturaleza y valorar plenamente nuestra dignidad personal. Anunciar a Cristo, para impulsar a todos a recuperar en plenitud la imagen de Dios, es el objetivo final de la «nueva evangelización». Vosotros, que en virtud de vuestro carisma estáis llamados de modo particular a reavivar la fe e inflamar la caridad en todos los ambientes, tened muy clara la opción preferencial por «la imagen de Dios», que espera revelarse en la existencia de cada hermano y de cada hermana. Reconoced en toda persona el rostro de Cristo, valorando cada ser humano independientemente de su condición o de su estado.
Así actuaba san Vicente Pallotti, preocupado únicamente por la renovación interior de los hombres, con vistas a su santificación. Para imitar su celo apostólico, debéis ante todo tender personalmente a la santidad. Sólo así podréis promoverla en los demás, recordando la vocación universal a la santidad, que el concilio Vaticano destacó con claridad. Debéis estar animados por esta convicción, a fin de contribuir a la obra de la nueva evangelización. Así, os prepararéis de manera eficaz para entrar en el nuevo milenio, cooperando activamente en el cumplimiento de la misión que el Padre de nuestro Señor Jesucristo ha confiado a toda la comunidad eclesial.
3. Tenéis que vivir el compromiso de santificación personal en vuestras comunidades esparcidas por todo el mundo. Trabajad unidos y en armonía, para ser auténticos testigos del Evangelio ante las personas con quienes os encontréis en vuestro ministerio diario. En la exhortación apostólica Vita consecrata escribí que «la Iglesia encomienda a las comunidades de vida consagrada la particular tarea de fomentar la espiritualidad de la comunión, ante todo en su interior y, además, en la comunidad eclesial mis entablando o restableciendo constantemente el diálogo de la caridad, sobre todo allí donde el mundo de hoy está desgarrado por el odio étnico o las locuras homicidas » (n. 51). Al testimoniar la vida fraterna, entendida como vida compartida en el amor, os convertís en signo elocuente de la comunión eclesial (cf. ib., 42).
Este entendimiento profundo entre vosotros os ayudará a vivir la «unidad de Cristo» y a estar prontos y dispuestos a las necesidades espirituales y materiales de todos. A este propósito, vuestro fundador solía repetir que «el don de contribuir a la salud de las almas es el más divino de todos» (Obras completas XI, p. 257). Tenéis que compartir este don no sólo dentro de vuestro instituto, sino también con los laicos, colaboradores diarios en vuestro apostolado. Hacedlos participar y acogedlos en vuestra vida de comunión. «Debido a las nuevas situaciones .escribí en la citada exhortación apostólica Vita consecrata, no pocos institutos han llegado a la convicción de que su carisma puede ser compartido con los laicos» (n. 54). «No es raro que la participación de los laicos lleve a descubrir inesperadas y fecundas implicaciones de algunos aspectos del carisma, suscitando una interpretación más espiritual e impulsando a encontrar válidas indicaciones para nuevos dinamismos apostólicos» (n. 55). De este modo, la Unión del apostolado católico, ideada y fundada por san Vicente Pallotti, no sólo os permitirá coordinar los diversos recursos de vuestras comunidades, sino también insertaros en el centro mismo de la misión apostólica de la Iglesia en el mundo actual.
Que os ayude María, esclava fiel y obediente del Señor y ejemplo excelente de fidelidad al compromiso apostólico. Ella, unida en oración con los discípulos en el cenáculo de Jerusalén, en espera del don del Espíritu Santo, os ofrece el ejemplo de oración incesante, de disponibilidad y de compromiso activo en la misión de la Iglesia. Que gracias a su intercesión materna, Dios renueve en vosotros y en vuestra Sociedad los prodigios de Pentecostés.
A la vez que os renuevo mi aprecio por el servicio apostólico que prestáis a la Iglesia, os imparto de corazón una especial bendición apostólica, que de buen grado extiendo a todos los miembros de las comunidades palotinas.
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