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DISCURSO DEL PAPA JUAN PABLO II
A LOS PARTICIPANTES EN EL 100 CONGRESO
DE LA SOCIEDAD ITALIANA DE CIRUGÍA
 

Jueves 15 de octubre de 1983

 

Ilustres señores y señoras:

1. Os doy mi más cordial bienvenida a todos vosotros, participantes en el 100 congreso de la prestigiosa Sociedad italiana de cirugía. ¡Gracias por vuestra visita! Vuestra presencia es para mí particularmente significativa, no sólo por la cualificada actividad profesional que realizáis, sino también por los valores éticos fundamentales en que queréis inspirar vuestro trabajo diario.

Saludo cordialmente al presidente, profesor Giorgio Ribotta, y le agradezco las amables palabras que ha querido dirigirme en nombre de todos. Saludo, asimismo, a los responsables de las sociedades de cirugía de las naciones que forman parte de la Comunidad europea, así como a los de las demás sociedades nacionales y a los presidentes de las sociedades de cirugía que han surgido como derivación de la cirugía general.

2. Durante vuestro congreso, habéis profundizado en las complejas tareas de la cirugía. Habéis analizado también las perspectivas abiertas por los extraordinarios progresos que han aumentando notablemente sus posibilidades terapéuticas, como, por ejemplo, en las transformaciones y reconstrucciones orgánicas o en el vasto ámbito de los trasplantes.

Vuestra atención se orienta principalmente a la protección de la salud del paciente y al respeto a su integridad física, psíquica y espiritual. A la vez que os manifiesto mi profunda satisfacción por ese noble empeño, deseo que sea la preocupación constante de todo médico y cirujano. La humanización de la medicina no constituye una dimensión secundaria, sino más bien el alma del ejercicio de la ciencia médica, capaz de escuchar y no defraudar las expectativas del ser humano.

Con vuestra profesión, queréis estar a la vanguardia en la tutela de la vida, cuyas carencias y límites a causa de la enfermedad experimentáis; a pesar de ello, no renunciáis a luchar contra ellos para superarlos o, por lo menos, reducir sus consecuencias más dolorosas. En la realización de esta irrenunciable vocación, la Iglesia está a vuestro lado, puesto que «en la aceptación amorosa y generosa de toda vida humana, sobre todo si es débil o enferma, la Iglesia vive hoy un momento fundamental de su misión, tanto más necesaria cuanto más dominante se hace una "cultura de muerte"» (Christifideles laici, 38).

También yo he tenido la posibilidad de compartir, en estos años, la condición de los pacientes, visitándolos o debiendo internarme yo mismo. Así, he podido experimentar vuestra competencia profesional, acompañada siempre por un profundo sentido humanitario. Me alegra expresaros hoy a todos mi estima y mi gratitud por cuanto realizáis en bien de quienes sufren. En este momento, siento el deber de recordar con especial gratitud al profesor Francesco Crucitti, recientemente fallecido, que supo encarnar estas altísimas cualidades de manera generosa y ejemplar.

3. Ilustres señores y señoras, os expreso mis mejores deseos de que los trabajos de vuestro congreso contribuyan a abrir el campo de la cirugía a perspectivas cada vez más prometedoras en el sector de la prevención, del diagnóstico, de la terapia y de la rehabilitación. Vuestra actividad de cirujanos es un don incomparable para la sociedad.

Que Dios os ayude a ser siempre fieles al espíritu de vuestra profesión y a servir con amor a los que experimentan la prueba de la enfermedad y del sufrimiento. Que os dé la fuerza de desempeñarla siempre con gran entusiasmo y espíritu de servicio.

Sed maestros de los jóvenes cirujanos, no sólo desde el punto de vista profesional, sino también desde el humano, para que, siguiendo vuestro ejemplo, puedan servir a la salud y a la vida, poniendo como prioridad en su empeño la dimensión ética, la única que garantiza plenamente un auténtico servicio a la persona.

Encomiendo a María, Salud de los enfermos, los resultados de vuestro congreso y os aseguro mi recuerdo en la oración al Señor, médico y salvador de las almas y de los cuerpos, para que os sostenga en vuestra actividad.

Con estos sentimientos, imploro sobre vosotros, sobre vuestras familias y sobre vuestros colaboradores la abundancia de los favores celestiales, en prenda de los cuales os imparto de buen grado la bendición apostólica.



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