DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A UNA DELEGACIÓN DE LA FAO
QUE LE ENTREGÓ LA MEDALLA AGRÍCOLA INTERNACIONAL*
Sábado 15 de octubre de 1998
Querido doctor Diouf;
queridos amigos:
Me agrada recibir esta visita del director ejecutivo de la Organización de las Naciones Unidas para la agricultura y la alimentación, junto con el presidente del consejo, el director del protocolo y los representantes de los grupos regionales de los países miembros de la FAO.
Acepto con gratitud la medalla agrícola de la FAO como un honor concedido no sólo a mí, sino también a todos los católicos —sacerdotes, religiosos y laicos —, y a todos los hombres y mujeres de buena voluntad que, asociados en agencias internacionales y organizaciones no gubernamentales, trabajan incansablemente en los cinco continentes para aliviar el azote del hambre y promover condiciones económicas que permitan a todos vivir una vida digna. Comparto este honor también con todos los agricultores, porque sin su duro y a menudo desconocido trabajo no habría esperanza de combatir el hambre y la desnutrición.
Durante los pasados 53 años, la FAO ha desempeñado un papel indispensable, recordando al mundo que asegurar un suministro adecuado de alimentos, así como fomentar un crecimiento equitativo y sostenido en el área de la agricultura, debe ser parte integrante de todo programa económico. En nombre de la Iglesia católica, y también de todos los hombres y mujeres de buena voluntad, agradezco a la FAO todo lo que ha hecho desde 1945 para mejorar la producción alimentaria del mundo. Aliento a sus directores y a su personal a ser siempre decididos y escrupulosos en el cumplimiento de la importante tarea a la que la comunidad internacional los ha llamado.
Os doy las gracias a todos. Que Dios os bendiga a vosotros y vuestro trabajo.
*L'Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española, n.45, p.19.
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