DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL NUEVO EMBAJADOR DE COSTAR RICA*
Jueves 29 de octubre de 1983
Señor embajador:
1. Me es muy grato recibir las cartas credenciales que me presenta y que le acreditan como embajador extraordinario y plenipotenciario de Costa Rica ante esta Sede apostólica. En esta circunstancia quiero expresarle mi gratitud por las amables palabras que me ha dirigido, las cuales atestiguan los nobles sentimientos de cercanía y adhesión a la Cátedra de Pedro presentes en el corazón de tantos ciudadanos costarricenses.
Agradezco igualmente, de modo particular, el deferente saludo que me ha transmitido de parte del ing. Miguel Ángel Rodríguez Echeverría, presidente de la República, al que correspondo con mis mejores deseos y la seguridad de mis oraciones por el progreso y el bien espiritual de todos los hijos e hijas de esa amada nación.
2. Costa Rica, señor embajador, es una nación admirada en el mundo por su acendrada vocación a la paz, que la llevó a eliminar de su Constitución política la existencia del ejército como estamento permanente. Esta determinación no sólo ha sido garantía de su proceso democrático, sino que le ha permitido ahorrar cuantiosos recursos económicos dedicándolos a promover la educación, a mejorar sus índices de salud, a ejecutar planes de vivienda para los más pobres y a buscar la promoción integral de su pueblo.
Además, su país se ha distinguido siempre por la hospitalidad. En los últimos años, miles de ciudadanos centroamericanos, forzados por difíciles situaciones sociales, políticas y económicas de sus países de origen, se han encaminado a Costa Rica en busca de refugio. Es sabido cómo los pastores de la Iglesia han motivado a los fieles y a toda la ciudadanía para ver en cada refugiado la imagen de la Sagrada Familia que hubo de emigrar de Nazaret a Egipto. Esto ha contribuido a que se les acoja con afecto fraterno y puedan obtener los mismos servicios que el resto de la población, especialmente en materia de educación y salud.
3. Es sabido también que, tanto el Gobierno de la República como los grupos más representativos de su país, acogiendo el llamado que hizo el Episcopado de Costa Rica, buscan encontrar las mejores soluciones a los más graves problemas detectados a través de procesos de concertación (cf. Comunicado de la Conferencia episcopal de Costa Rica, 1 de diciembre de 1997). La experiencia enseña que cuantas más instituciones y personas unen sus esfuerzos en la búsqueda de objetivos comunes para el bien de todos, más pronto y fácilmente se logra alcanzarlos. En cambio, la división lleva inexorablemente al retroceso y al estancamiento. A este respecto, es grato constatar que el pueblo costarricense, dando muestras de gran madurez cívica, busque en la concertación lo que jamás podría lograr por los caminos de la confrontación.
4. Por otra parte, usted ha puesto de relieve la importancia que la familia tiene en la sociedad, máxime en un país de larga tradición cristiana como es Costa Rica. Si la llamamos «célula fundamental de la sociedad» (Gratissimam sane, 4), es porque cuanto acontece dentro de la familia tiene hondas repercusiones en todo el cuerpo social. Es en la familia, especialmente la cristiana, donde los niños aprenden de sus padres el respeto por la vida humana, sagrada e inviolable desde el momento mismo de su concepción y hasta su ocaso. Ella es también escuela de acrisoladas virtudes, que va dando a la Iglesia y a la sociedad cristianos y ciudadanos ejemplares que luchan contra la corrupción, la violencia, la delincuencia y la degradación moral en sus más variadas y dolorosas manifestaciones. La colaboración en este campo entre el Estado y la Iglesia, en la escuela y en los medios de comunicación social, es indispensable para proteger y favorecer la familia como santuario de la vida y del amor, educadora de personas y promotora del desarrollo para todos.
5. Inspirada en las palabras de Jesús: «Pobres siempre tendréis con vosotros» (Jn 12, 8), la Iglesia católica en su país, señor embajador, hace notables esfuerzos a todos los niveles por atender a los niños huérfanos y abandonados, a los ancianos desamparados, a los enfermos terminales de sida, así como por la construcción de instalaciones para acoger a mujeres que estuvieron tentadas de abortar. Asimismo, son laudables los esfuerzos, especialmente a nivel parroquial, que se hacen para atender a las familias afectadas por el desempleo, la falta de vivienda y el cuidado de miembros discapacitados. Ante estas situaciones es muy recomendable que el Estado, la Iglesia y la iniciativa privada sumen esfuerzos no sólo para asistir a los pobres, sino sobre todo para promocionarlos a través de la educación. Así podrán caminar por sus propios medios y ser responsables de su destino.
Se sabe también que su país realiza importantes esfuerzos por mejorar la economía. En este sentido, es de esperar que las mejoras económicas beneficien ante todo a la población más pobre. De este modo, la paz social, lejos de resquebrajarse, se fortalecerá cada día más en Costa Rica, pues no se ha de olvidar que la economía debe estar al servicio del hombre y no el hombre al servicio de la economía.
6. Desde su independencia, las relaciones Iglesia-Estado en Costa Rica se han distinguido por el mutuo respeto y cordialidad. Respeto para no interferir en lo que es propio de cada institución, pero que lleva a apoyarse recíprocamente y colaborar por lograr el mayor bienestar para la comunidad nacional. Por esto, a través del diálogo constructivo, es posible la promoción de valores fundamentales para el ordenamiento de la sociedad, favoreciendo su desarrollo. A este respecto, aunque la misión de la Iglesia es de orden espiritual y no político, el fomentar cordiales relaciones entre la Iglesia y el Estado contribuye poderosamente a la armonía, progreso y bienestar de todos, sin distinción alguna.
7. En el momento en que usted inicia la alta función para la que ha sido designado, deseo formularle mis votos por el feliz y fructuoso desempeño de su misión ante esta Sede apostólica, deseosa siempre de que se mantengan y consoliden cada vez más las buenas relaciones con Costa Rica. Al pedirle que tenga a bien transmitir estos sentimientos al señor presidente de la República, su Gobierno, autoridades y al querido pueblo costarricense, le aseguro mi plegaria al Todopoderoso para que, por intercesión de su patrona, Nuestra Señora de los Ángeles, asista siempre con sus dones a usted y su distinguida familia, a sus colaboradores, a los gobernantes y ciudadanos de su noble país, al que recuerdo siempre con particular afecto.
*Insegnamenti di Giovanni Paolo II, vol. XXI, 2 p. 865-868.
L'Osservatore Romano 30.10.1998 p.4.
L'Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española, n. 44, p.11 (p.611).
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