DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL EMBAJADOR DE BOSNIA-HERZEGOVINA*
Viernes 11 de septiembre de 1998
Señor embajador:
1.Me alegra acogerlo con ocasión de la presentación de las cartas con las que la Presidencia de Bosnia-Herzegovina lo acredita como primer embajador extraordinario y plenipotenciario ante la Santa Sede. Le agradezco las amables palabras que acaba de dirigirme y las consideraciones que ha realizado acerca del progreso alcanzado, los proyectos futuros y las comprensibles dificultades que está viviendo su país.
Deseo, ante todo, enviar por su amable mediación mi saludo deferente y cordial a la Presidencia colegial y al Consejo de ministros de Bosnia-Herzegovina. A través de ellos quiero, asimismo, renovar mis sentimientos de afecto y de cercanía a todas las poblaciones que viven en el país: tienen un lugar especial en mi corazón y en mis oraciones.
Tengo presentes aún vivamente las escenas de la memorable visita que la Providencia me permitió realizar los días 12 y 13 de abril del año pasado a Sarajevo, ciudad símbolo de nuestro siglo a causa de los acontecimientos que se produjeron en ella y de las consecuencias que tuvieron para toda Europa. Viví ese encuentro como un estímulo para todas las personas de buena voluntad a no desanimarse en sus esfuerzos por edificar la paz que acababan de lograr; como una invitación a las naciones a contemplar con una mirada nueva los Balcanes; y como una exhortación a proseguir incansablemente por el camino arduo, pero provechoso, del diálogo sincero.
2. El interés de la Santa Sede en favor de Bosnia-Herzegovina, desde su independencia hasta nuestros días, es constante. Lo demuestra todo lo que se ha hecho hasta ahora. Durante la guerra, la Santa Sede se esforzó por promover la paz, afirmando que el diálogo era el medio más adecuado para garantizar el respeto a los derechos fundamentales e inalienables de toda persona, según su nacionalidad. Además, se prodigó para aliviar los sufrimientos de las poblaciones indefensas de toda la región afectada por la guerra.
Ya desde los primeros momentos del conflicto, la Santa Sede intervino, haciendo todo lo posible para evitar sufrimientos y lutos y promover entre las partes un diálogo sincero y constructivo. Ahora que las armas finalmente han callado, después de la sangrienta prueba de un conflicto devastador, sigue persiguiendo el objetivo de favorecer la consolidación de la paz en la igualdad efectiva de los pueblos que constituyen Bosnia- Herzegovina, exhortando al respeto recíproco y al diálogo leal y constante, en un clima de verdadera libertad.
Deseo vivamente que la tribulación de esa reciente experiencia dolorosa contribuya a la colaboración real entre las naciones del área balcánica y a la promoción del reconocimiento efectivo de los derechos del hombre y de los pueblos en la región del sudeste de Europa, pues se trata de una necesidad hoy más urgente que nunca frente al estallido de nuevos focos de conflicto.
3. El edificio de la paz en Bosnia-Herzegovina se va consolidando día tras día gracias al compromiso de las autoridades locales y a los esfuerzos de la comunidad internacional, que vela por la aplicación concreta en la región de los acuerdos de paz de Washington y de Dayton.
Queda aún la tarea urgente de la reconstrucción moral y material del país. Se trata de un compromiso exigente, pero imprescindible, al que está unido el futuro de toda Bosnia-Herzegovina. Ciertamente, en la reconstrucción del país afectado por la reciente guerra hay que invertir en infraestructuras, tan necesarias para la reanudación de la vida de las poblaciones locales y para un nuevo impulso económico; pero es preciso, ante todo, lograr que el ciudadano goce de los derechos y de la dignidad que le corresponden. En efecto, es la persona el bien más valioso de toda sociedad civil. En este marco, no se puede eludir el problema de los prófugos y de los exiliados, que piden justamente volver a sus hogares. Invito cordialmente a todas las partes implicadas a no desanimarse frente a las dificultades y a trabajar por una justa solución de este drama.
Espero que se creen lo más rápidamente posible las condiciones para el regreso pacífico y seguro de cuantos huyeron ante los horrores de la guerra o fueron expulsados con violencia de su tierra. Es preciso garantizar a todos la posibilidad efectiva de volver a sus hogares, para reanudar la vida habitual con serenidad y paz. Eso supone la eliminación de toda amenaza de violencia y la instauración de un clima de confianza recíproca, en un marco social de legalidad y seguridad.
Este camino requiere la participación de las numerosas fuerzas sanas que forman el conjunto de la sociedad. La Iglesia, por lo que le compete, ha dado y seguirá dando su contribución convencida y concreta para que todos prosigan por el camino del diálogo y de la colaboración sincera. Sin embargo, también es grande la responsabilidad que tienen las fuerzas políticas e institucionales del Estado de garantizar la identidad, el desarrollo y la prosperidad de cada uno de los pueblos que constituyen Bosnia-Herzegovina. Se trata de una obra que requiere paciencia, tiempo y tenacidad, y que no admite imposiciones. El hecho de que puedan surgir contratiempos no debe desalentar a nadie; al contrario, todos deben emplear su sabiduría para corregir y mejorar los planes ya preparados.
4. Señor embajador, no se puede negar que, ante las prometedoras perspectivas abiertas por la paz finalmente recobrada, también hay sombras que deben desaparecer. Sigue siendo grande la preocupación por los diversos atentados perpetrados en los últimos tiempos, que siembran el terror e impiden la serenidad de las poblaciones locales. Se trata de hechos que constituyen un serio obstáculo para la paz, la reconciliación y el perdón, tan necesarios para el futuro de toda la región. Nada duradero se construye con la violencia. Bosnia-Herzegovina es un país en el que viven juntos tres pueblos que lo constituyen, y existen diversos grupos religiosos. Es necesario ofrecer a cada uno las mismas posibilidades de iniciativas económicas, sociales y culturales; es preciso dar a todos la oportunidad de expresar su identidad en el pleno respeto a los demás.
Una sociedad multiétnica y multirreligiosa, como es precisamente la de Bosnia- Herzegovina, debe basarse en el respeto a la diversidad, en la estima recíproca, en la igualdad concreta, en la colaboración real, en la solidaridad constructiva y en el diálogo constante y leal. Sólo así las comunidades interesadas podrán transformar el país en una verdadera «región de paz». Por consiguiente, cada uno deberá resistir a la tentación de prevalecer sobre los demás, movido por el deseo de dominio y por el egoísmo personal o de grupo. Al contrario, será indispensable cultivar una verdadera vida democrática, unida a una auténtica libertad religiosa y cultural, encaminada hacia la constante promoción de la persona y del bien común.
Por eso, las oportunas disposiciones legislativas deberán garantizar la igualdad efectiva de todos los componentes de la sociedad civil, y las instituciones del Estado deberán promover esa igualdad, protegiéndola con todos los medios legítimos.
5. Señor embajador, no puedo dejar de mencionar asimismo la actual situación de la Iglesia católica en su país. No pide para sí misma ningún privilegio; sólo quiere cumplir el mandato que recibió de su divino Fundador, realizando libremente su actividad al servicio de todos. Por este motivo desea que le restituyan los bienes que le quitaron en el período comunista o durante el reciente conflicto. Se trata de una prueba de justicia y un signo de democracia de las instituciones del país, que usted ha sido llamado a representar aquí. Obviamente, lo que la Iglesia católica pide para sí misma, también lo pide para las demás comunidades religiosas del país.
Al concluir estas palabras de saludo y de buenos auspicios, quiero encomendar a la celestial protección de la santísima Madre de Dios los esfuerzos por la edificación de la paz y la reconstrucción material y espiritual que Bosnia-Herzegovina, con la ayuda de la comunidad internacional, está realizando. Que la intercesión de la santísima Virgen María haga descender copiosas bendiciones de Dios sobre todas las poblaciones de ese país, particularmente querido para mi corazón. Acompaño estos sentimientos con mis mejores deseos para usted por una provechosa misión ante la Sede apostólica.
*L'Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española, n.40, p.9 (p.537).
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