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DISCURSO DEL PAPA JUAN PABLO II
A LOS TRABAJADORES DE LAS EMPRESAS MUNICIPALES DE ROMA


Viernes 19 de marzo de 1999

 

Amadísimos representantes del mundo del trabajo:

1. Me alegra acogeros en esta audiencia especial, en la solemnidad de San José, esposo de la santísima Virgen María y custodio del Redentor. Como vosotros, también él fue un trabajador, un carpintero. Nadie mejor que él puede comprender vuestros problemas. Por eso, el día de su fiesta es particularmente adecuado para este encuentro.

A la vez que os doy a cada uno mi bienvenida, saludo con afecto a los familiares que os acompañan. Dirijo un saludo cordial al alcalde de Roma, a los presidentes y a los dirigentes de vuestras empresas aquí presentes. Agradezco al presidente de la ACEA y a la empleada del AMA las cordiales palabras de saludo que han pronunciado en nombre de todos, y doy gracias a la banda del ATAC por la alegre música con que ha querido acompañar nuestro encuentro. Agradezco también al cardenal vicario Camillo Ruini sus palabras, y deseo expresar mi sincero aprecio a la diócesis de Roma por el desarrollo de la misión en los ambientes de vida y trabajo; pienso, de modo particular, en vuestros capellanes y en su valioso servicio.

2. Han pasado cuatro años desde que, en la plaza de España, ante la estatua de la Inmaculada Concepción, pedí que Roma se preparara para el gran jubileo del año 2000 con una misión ciudadana. Vuestra presencia hoy es un testimonio significativo del camino realizado. En efecto, la misión en los ambientes de trabajo representa la etapa final, pero no conclusiva, de las diversas iniciativas que se han llevado a cabo durante estos años. De la visita a las familias se ha pasado progresivamente al encuentro con cuantos viven en los ambientes de trabajo y comparten el mismo esfuerzo diario. A ejemplo de los primeros creyentes, también nosotros nos sentimos comprometidos a anunciar la «buena nueva» de Jesucristo. Con el apóstol Pablo debemos repetir todos los días: «Es más bien un deber que me incumbe. Y ¡ay de mí si no predicara el Evangelio!» (1 Co 9, 16).

La misión en los diversos ambientes de la vida social constituye un aliciente para encontrar las formas más armoniosas y los lenguajes más adecuados a la nueva evangelización. A cada uno de vosotros se os ha encomendado la tarea de descubrir de qué modo se puede anunciar el Evangelio en los lugares donde trabajáis. A veces, sobre todo en el encuentro directo con las personas, es preciso un anuncio explícito, sin avergonzarse jamás de ser cristianos; en otras circunstancias, quizá, puede ser más útil el silencio, para que resalte aún más la fuerza del testimonio. Por otra parte, tanto en un caso como en otro no hay que olvidar nunca que la misión forma parte de la esencia de la fe cristiana.

3. Amadísimos trabajadores, vuestra presencia es para mí muy agradable por diferentes motivos. En primer lugar, porque vuestro trabajo es representativo de la vida ciudadana. En efecto, prestáis buena parte de los servicios indispensables a una ciudad para presentarse con rasgos de rostro humano. La luz, el agua, el transporte, la limpieza..., son elementos valiosos para los ciudadanos. ¿Cómo sería la vida de Roma si faltara vuestro trabajo diario? Además, con vistas al jubileo, cuando aumente la afluencia de personas que visitan la ciudad, vuestra labor será más importante aún porque, gracias a vuestros servicios, ayudaréis a los peregrinos a captar mejor la belleza de lo que el genio del hombre ha podido realizar a lo largo de los siglos en nuestra Roma. De este modo, contribuís a poner de relieve la fascinación que emana de cada una de sus piedras y de sus monumentos milenarios.

Entre vosotros se encuentran doscientos trabajadores del Instituto nacional de seguridad social. También vosotros, amadísimos hermanos y hermanas, realizáis una tarea muy útil para asegurar una adecuada jubilación a quienes han gastado muchos años de su vida en el trabajo, y también a quienes, por diversas razones, se han encontrado en situaciones de dificultad o marginación. Esforzaos con generosidad y solicitud para que se acorten los tiempos de espera y se empleen los recursos de que dispone la seguridad social, que ciertamente son limitados, del modo más provechoso para la comunidad.

Mi pensamiento va hoy, de manera especial, a cuantos están aún buscando su primer empleo. A muchos jóvenes la falta de empleo les crea preocupación y, a veces, profunda decepción. De hecho, ven cómo se les cierra el camino para poder tomar una responsabilidad directa en la sociedad, y a menudo tienen que aplazar la formación de una familia. Esta situación, si se prolonga, resulta peligrosa e insoportable, pues crea efectivamente una barrera entre las personas y la sociedad, y suscita un sentimiento de desconfianza, que no contribuye a la formación de una conciencia civil.

4. Estas consideraciones, que la fiesta de san José me brinda la oportunidad de dedicaros a vosotros, aquí presentes, y a través de vosotros a todos los trabajadores y trabajadoras de la diócesis de Roma, quieren subrayar el valor del trabajo y la importancia de combatir el desempleo. La misión realizada en los diversos ambientes tiene como objetivo recordar a todos los creyentes que la atención a los más débiles e indefensos no debe conocer pausas: somos cristianos siempre y en todas partes. Aunque la parroquia es el lugar privilegiado para sostener el crecimiento en la fe mediante la participación en la vida sacramental y en las diferentes manifestaciones comunitarias, es en el ámbito del trabajo donde se testimonia cuanto se cree, sobre todo mediante la irradiación de la caridad. A veces el trabajo, tanto por la organización de sus turnos como por la determinación de sus horarios y períodos, causa sensaciones de malestar. Puede suceder también que algunos, atraídos por la perspectiva de la promoción, lleguen a falsear la relación con sus colegas. En esos casos, falla la solidaridad, y en vez de la sinceridad y la amistad de las relaciones recíprocas reinan la sospecha y la crítica, con el consiguiente aislamiento en el propio individualismo. Se trata de una actitud falsa y errónea. Vosotros no debéis comportaros así: en vuestro lugar de trabajo manifestad lo que es el contenido central de la fe que profesáis, es decir, el amor de Cristo que sale al encuentro de todos de manera generosa y gratuita.

Durante las semanas pasadas, los misioneros os han entregado, junto con el crucifijo, una carta mía. Con ella he querido estar cerca de vosotros en la aventura del trabajo, difícil pero siempre interesante, que tiene como objetivo proseguir la obra creadora de Dios Padre. Os pido a todos que seáis testigos de esperanza: una esperanza que sabe mirar al futuro sin dejarse condicionar por las múltiples preocupaciones diarias, fundándose más bien en la certeza de la presencia de Dios. Fortalecidos por esta esperanza, cruzaremos el umbral del tercer milenio con la profunda convicción de que debemos anunciar a Cristo con todas nuestras fuerzas a cuantos encontremos en nuestro camino, para ayudarles a descubrir el sentido de la vida en el encuentro personal con el Señor Jesucristo.

En espera de poder acogeros nuevamente con ocasión de la vigilia de Pentecostés, en la que juntos daremos gracias al Padre por el gran don de la misión ciudadana, os bendigo de corazón a vosotros y a vuestras familias, pidiendo al Señor, por intercesión de san José y de la Virgen María, que vuestro trabajo sea para todos fuente de auténtica fraternidad y de confianza en la vida.

 



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