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MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS PARTICIPANTES EN EL CONGRESO
EUCARÍSTICO NACIONAL DE ESPAÑA

 

Al señor cardenal
Antonio María ROUCO VARELA
Arzobispo de Madrid
Presidente de la Conferencia episcopal española

1. Los pastores y los fieles de las comunidades eclesiales de España, con la mirada puesta en el misterio de la encarnación del Hijo de Dios, que se va a conmemorar en el gran jubileo del año 2000, han querido reunirse en Santiago de Compostela, junto al sepulcro del Apóstol, para proclamar y celebrar su fe en Jesucristo, Dios y hombre verdadero, presente en la Eucaristía. De esta manera, la Statio Ecclesiarum Hispaniae con la que se clausura el Congreso eucarístico nacional de Santiago prepara y anuncia la Statio Orbis del XLVII Congreso eucarístico internacional del próximo año en Roma. Con este gran acontecimiento he deseado subrayar que el Año jubilar debe ser un año «intensamente eucarístico» (cf. Tertio millennio adveniente, 55) para celebrar a Jesucristo, único Salvador del mundo, pan de vida nueva, «el mismo ayer, hoy y siempre» (Hb 13, 8). En efecto, Cristo en la Eucaristía nos hace sentir su presencia y su compañía. Él nos invita a mirar al gran jubileo del año 2000 no como el recuerdo de un simple hecho del pasado, sino como la conmemoración de la entrada definitiva de Dios en el mundo con la encarnación del Verbo, para permanecer siempre con nosotros hasta el final de los tiempos.

Por eso, en actitud de oración y adoración, me uno a todos vosotros, pastores y fieles, congregados en Santiago, para celebrar este acontecimiento eclesial, que tiene como centro la Eucaristía, «sacramento de piedad, signo de unidad, vínculo de caridad, banquete pascual» (Sacrosanctum Concilium, 47).

2. La solemne celebración de este congreso es un momento importante del trienio de preparación para el jubileo del año 2000, que ha tenido etapas tan significativas en el Congreso de pastoral evangelizadora de Madrid de 1997 —con el tema "Jesucristo, la buena noticia"—, y los congresos mariológico y mariano de Zaragoza de 1998, en torno a "María, Evangelio vivido".

La ciudad de Santiago de Compostela, lugar de esta gran asamblea eucarística, tiene sin duda un significado singular. La memoria de este Apóstol nos recuerda que él fue testigo de la institución de la Eucaristía en la última Cena, como también lo fue de la gloria de Cristo en la Transfiguración y de su angustia en el Huerto de los Olivos. Santiago, «el primero entre los apóstoles que bebió el cáliz del Señor» (Prefacio de la misa de Santiago), no sólo transmitió a la Iglesia, como los otros apóstoles, el memorial de la cena del Señor y la fe en el misterio eucarístico, sino que celebró con su propio martirio el significado más profundo de la Eucaristía con el cuerpo entregado y la sangre derramada.

3. La Iglesia compostelana conserva la memoria de este Apóstol, el señor Santiago, amigo de Cristo y de los cristianos. El "Campo de la Estrella", que según la tradición acogió y conserva las reliquias del Apóstol, ha sido a lo largo de los siglos meta de numerosas peregrinaciones, de caminos recorridos por los fieles desde tantos puntos del orbe.

Una peregrinación que, en el tradicional camino de Santiago, florecía en frutos de verdad y de vida; marcada por la penitencia y la conversión y alimentada por la meditación de la Palabra; vivida en una ejemplar dimensión de caridad, sin fronteras de nacionalidad o de raza, por quienes ejercitaban las obras de misericordia, daban y recibían ayuda en los albergues, hospitales y monasterios. Peregrinación emprendida para alcanzar la "gran perdonanza" y la plena reconciliación con Dios, por medio de Jesucristo y con la intercesión del Apóstol.

El lema del Congreso alude a la peregrinación comunitaria que la Iglesia lleva a cabo con la fuerza de la Eucaristía, "cibus viatorum", alimento de peregrinos y viandantes. Así viven y caminan los cristianos por el mundo, con la mirada puesta en la meta final, cuando toda la humanidad será así ofrenda agradable a Dios Padre. Nos lo recuerda un hermoso texto del concilio Vaticano II: «El Señor dejó a los suyos una prenda de esta esperanza y un viático para el camino en aquel sacramento de la fe en el que los elementos de la naturaleza, cultivados por el hombre, se convierten en su cuerpo y sangre gloriosos, en la cena de la comunión fraterna y la pregustación del banquete celestial» (Gaudium et spes, 38).

4. La Eucaristía es también "panis filiorum", el pan de los hijos de Dios. Esta expresión de la piedad eucarística de la Iglesia nos recuerda otro aspecto fundamental, que tiene una resonancia especial en este año de gracia, en que con todo el pueblo santo volvemos los ojos al Padre que está en los cielos (cf. Tertio millennio adveniente, 49).

La Eucaristía es el alimento de los hijos, el pan vivo de Dios bajado del cielo y que da la vida al mundo. «Es mi Padre —dice Jesús— el que os da el verdadero pan del cielo» (Jn 6, 32). Por eso la Iglesia celebra la Eucaristía con la mirada y el corazón puestos en el Padre, santo y misericordioso, fuente de toda santidad y que cada día nos alimenta con el don del cuerpo y de la sangre de su amadísimo Hijo.

La plegaria eucarística rebosa de gratitud al Padre por darnos la víctima de nuestra reconciliación y en ella recordamos que Cristo es el pan de los hijos de Dios, que nos hace partícipes de su vida divina: «Lo mismo que el Padre, que vive, me ha enviado y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí» (Jn 6, 57). Todo en la Eucaristía viene del Padre y todo vuelve a él, por Cristo en la unidad del Espíritu Santo.

Para participar dignamente en la mesa de la Eucaristía, verdadero banquete de los hijos de Dios, es indispensable vestir el «traje de boda» (Mt 22, 11). Para ello, la Iglesia nos ofrece el sacramento de la reconciliación. En él se recibe el perdón, a través del abrazo misericordioso con el que Dios nos acoge (cf. Lc 15, 20). Esto es fuente de verdadera paz y gozo interior, que nos permite sentarnos como hijos y hermanos, reconciliados en torno a la mesa de la Eucaristía.

5. El pueblo peregrino con la «fracción del pan» revive la gracia y el compromiso de la vida nueva, como la primera comunidad de Jerusalén (cf. Hch 2, 42ss). Se intensifica la comunión entre las personas y los pueblos, más allá de las diferencias culturales, dentro de la catolicidad de la Iglesia. Por eso, la Eucaristía, desde siempre, ha sido factor de comunión en la diversidad, al compartir el mismo pan de vida que acrecienta también el don de la fraternidad. Así lo expresa un texto de la antigua tradición hispánica que precede la oración dominical en la liturgia eucarística: «Para que con el deseo de la humildad y con la profesión de la caridad, por el alimento y la sangre del Señor quede unida toda la fraternidad de su cuerpo y con confianza podamos decir, en la tierra, Padre nuestro» (PL 96, 759-760).

La Iglesia que cree en la Eucaristía y la celebra es una comunidad orante, que contempla y adora el misterio de la presencia real y permanente de Cristo en el sacramento y que aprende a orar con las mismas actitudes de la plegaria eucarística.

6. La celebración de este Congreso eucarístico nacional es una fuerte llamada a la unidad y la comunión de toda la Iglesia de España, a una vuelta a las raíces de la fe cristiana que ha hecho fecundas vuestras comunidades. Lo reconocen tantas otras Iglesias hermanas del mundo entero. Lo evidencia el testimonio de vuestros mártires, la rica espiritualidad de vuestros santos, el dinamismo emprendedor de vuestros misioneros, que llevaron el mensaje del Evangelio desde el "finis terrae" de Compostela a otros lugares del orbe.

La Eucaristía es también hoy una fuerte llamada a vivir la fe cristiana a la luz del signo expresivo y sacramental del "Dies Domini", día del Señor y pascua semanal, cuando la familia de los hijos de Dios se reúne en torno a la mesa del Pan de la Palabra y del Pan eucarístico, como un testimonio de fe en la presencia del Resucitado en este mundo.

La Eucaristía, por ser signo de unidad y fuente de caridad, es también una efusión del Espíritu Santo en nuestros corazones y nos empuja a promover la fraternidad en un mundo dividido, dando testimonio de la paternidad amorosa de Dios hacia todos.

¿Cómo no recordaros que fue la Eucaristía, celebrada, adorada y participada, el secreto de la vitalidad de la Iglesia de vuestra patria, en esa peregrinación histórica de los siglos pasados que ha dejado tantos monumentos de auténtica piedad? Con esta misma certeza os exhorto a confiar en el futuro, para que Cristo presente en la Eucaristía fortalezca vuestra firmeza y renueve en todos, especialmente en los jóvenes, el compromiso de la evangelización y el ansia de un testimonio público y social de vida cristiana en este fin del siglo y del milenio.

7. Que la fe en la Eucaristía acreciente la esperanza, favorezca la fraternidad y os impulse hacia la caridad, y que os acompañe con su presencia amiga el Señor Santiago, testigo de la cruz y de la gloria de nuestro Señor Jesucristo, alentando a los peregrinos con su ejemplo y ayudándolos con su intercesión.

No se puede hablar de la Eucaristía sin hacer memoria de la Virgen María, la Madre de Jesús, peregrina de la fe, signo de esperanza y del consuelo del pueblo peregrino, que nos ha dado a Cristo, Pan verdadero. En comunión con ella y con la esperanza de gozar de su compañía en la gloria, celebramos la Eucaristía que es el sacramento de nuestra fe, aclamando la presencia de Cristo, el Hijo de la Virgen María: "Ave, verum Corpus, natum de María Virgine...".

Mientras me siento unido a vosotros en estos días de gracia, os imparto de corazón a todos, pastores y fieles de la Iglesia en España, la bendición apostólica.

Vaticano, 13 de mayo, solemnidad de la Ascensión del Señor, del año 1999.

 

JUAN PABLO II

 



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