DISCURSO DEL SANTO PADRE DURANTE LA BENEDICIÓN DEL NUEVO SEMINARIO DE SALERNO
Sábado 4 de septiembre 1999
Señor cardenal;
venerados hermanos en el episcopado;
distinguidas autoridades;
queridos sacerdotes, religiosos, religiosas y seminaristas;
amadísimos hermanos y hermanas:
1. Con gran alegría me encuentro hoy entre vosotros, para la inauguración del nuevo seminario metropolitano y de la casa del clero "San Mateo", obras promovidas y realizadas por la comunidad salernitana con la ayuda de la Conferencia episcopal italiana y el apoyo concreto de los obispos de la región. Gracias por haberme invitado a un acontecimiento tan significativo y por la afectuosa acogida que me habéis dispensado.
Saludo a la antigua y noble Iglesia salernitana y a la comunidad de Pontecagnano-Faiano. Agradezco a monseñor Gerardo Pierro, amado y celoso pastor de esta diócesis, las palabras con que ha querido interpretar los sentimientos comunes hacia el Sucesor de Pedro. Mi saludo cariñoso se dirige también al presbiterio diocesano, a los consagrados y consagradas, a los seminaristas, a las autoridades presentes y a cuantos han querido participar en este importante y feliz momento de fe y comunión. Saludo al señor cardenal Michele Giordano, arzobispo de Nápoles y presidente de la Conferencia episcopal de Campania. Abrazo espiritualmente, además, a todos los prelados de la Campania y a las poblaciones de esta querida región, especialmente a los damnificados de Sarno.
En efecto, mientras venía a Salerno, sobrevolé esa zona azotada el año pasado por un terrible aluvión, que causó destrucción y muerte. He orado por los difuntos, pero, de modo particular, he implorado el apoyo divino para las personas y las familias más duramente afectadas. Quiera Dios que encuentren en la esperanza cristiana la fuerza para construir, también con el apoyo de la comunidad nacional, un futuro sereno, especialmente para las generaciones jóvenes. A todos esos hermanos y hermanas, cercanos a mi corazón, les envío un saludo cordial.
2. Queridos hermanos, este nuevo seminario metropolitano y la casa del clero "San Mateo", que con amorosa solicitud ha querido construir la Iglesia salernitana, constituyen un don providencial para los llamados al ministerio presbiteral y para los sacerdotes. En particular, el seminario, con su edificio moderno y funcional, prosigue la larga tradición de servicio a las diócesis vecinas por parte de la archidiócesis de Salerno, que durante muchos años fue sede del pontificio seminario regional "Pío XI". Renovando idealmente este compromiso de comunión y colaboración, también el seminario metropolitano podrá acoger a los seminaristas de las demás comunidades de la Campania, cuando sus obispos lo soliciten.
La apertura de un seminario supone, ante todo, una gran confianza en la obra de Cristo, que sigue invitando a numerosos jóvenes, quienes, como los dos discípulos del pasaje evangélico que hemos escuchado, se sienten llamados por él: "Rabbí que quiere decir "Maestro", ¿dónde vives?". Este seminario se abre hoy para permitir que Jesús responda a los jóvenes de esta tierra salernitana: "Venid y lo veréis" (Jn 1, 38-39). En efecto, el seminario está llamado a crear un ambiente en el que se viva una peculiar experiencia de comunión con Cristo. Ojalá que los jóvenes que se dedicarán aquí al estudio y a la oración hagan suyas las palabras de Andrés a su hermano Simón: "Hemos encontrado al Mesías" (Jn 1, 41).
3. Desde esta perspectiva, quisiera dirigirme en particular a vosotros, amadísimos seminaristas, que hoy sois los primeros en estar de fiesta. Este seminario está destinado ante todo a vosotros y a cuantos, también en el futuro, estén dispuestos a responder a la llamada de Dios y a transcurrir aquí sus años de formación indispensable.
Os deseo que seáis dóciles a la voz del Señor y os entreguéis generosamente a él. Que crezca aquí vuestro empeño en la oración y en el estudio, viviendo las renuncias y las dificultades diarias como gestos de amor a aquellos a quienes el Señor os enviará. Podréis contar con la guía sabia y generosa de vuestros superiores, con la oración de la comunidad cristiana y, sobre todo, con la presencia materna de la Reina de los Apóstoles, a la que se encomiendan particularmente cuantos están llamados a actuar "in persona Christi".
4. Queridos formadores, a vosotros se os confía la tarea de hacer que los futuros presbíteros revivan la experiencia del cenáculo, que fue, en cierto sentido, el primer seminario. En el cenáculo, el Maestro, después de instruir a los Doce, les lavó los pies y, anticipando el sacrificio cruento de la cruz, se entregó a sí mismo totalmente y para siempre en el signo del pan y del vino. También en el cenáculo, en espera de Pentecostés, los Apóstoles perseveraban "en la oración, con un mismo espíritu, en compañía (...) de María, la madre de Jesús" (Hch 1, 14).
Queridos hermanos, inspiraos en este icono tan elocuente al preparar a los evangelizadores para el tercer milenio. Suscitad en los alumnos el amor al Señor y la pasión por su Evangelio, para que se conformen plenamente a Cristo maestro, sacerdote y pastor (cf. Optatam totius, 5). Formadlos en la comunión fraterna. Aseguradles una sólida preparación teológica y cultural. Sobre todo, haced que sean "hombres de Dios" y, precisamente por eso, también hombres caritativos, pobres, abiertos a la comunión y capaces de desempeñar con generosidad en el futuro su ministerio entre la gente de esta tierra que, como todo el sur de Italia, afronta antiguos y nuevos desafíos y necesita, hoy más que nunca, pastores de íntegro testimonio evangélico.
5. Con gran acierto, vuestro arzobispo ha querido que junto al seminario estuviera la casa del clero "San Mateo", destinada a ayudar a los presbíteros a vivir fraternalmente, experimentando las múltiples ventajas de la vida común, recomendada, en sus varias formas, por el concilio Vaticano II (cf. Presbyterorum ordinis, 8), y tan valiosa para la realización de su ministerio.
Espero que la cercanía de las dos instituciones constituya para los respectivos huéspedes una valiosa ocasión de encuentro fraterno, de comunión en la caridad, de recuerdo recíproco en la oración y de aliento en el servicio al Señor.
6. Deseo, asimismo, dirigir un saludo en particular a los demás jóvenes, que veo aquí presentes. Amadísimos muchachos y muchachas, acoged el mensaje de Cristo y responded a su amor. Él os invita a cada uno a seguirlo de manera personal y específica. El éxito de vuestra vida depende de la respuesta a su llamada. No os dejéis fascinar por espejismos transitorios: Cristo os llama a la santidad, incluso en las condiciones ordinarias de la vida seglar. Y si a algunos de vosotros os pide que os dediquéis totalmente al servicio del Evangelio en el camino del sacerdocio o de la vida consagrada, no tengáis miedo de aceptar con valentía su propuesta, que abre perspectivas exaltantes de gracia y alegría. La Iglesia espera la contribución de vuestra creatividad, de vuestros dones y de vuestro entusiasmo juvenil.
7. Amadísimos hermanos y hermanas, el complejo que nos disponemos a inaugurar es fruto del esfuerzo y la colaboración de muchas personas. Deseo expresar mi gratitud a cuantos han prodigado aquí sus energías, su inteligencia y su competencia: a los arquitectos, a los constructores, a los albañiles, ¡a todos!
Como signo concreto de vuestro amor a Cristo y a la Iglesia, habéis querido dedicar el nuevo seminario al Papa que ahora os habla. Os agradezco de corazón este gesto de afecto, que reafirma los antiguos vínculos de la Iglesia salernitana con el Sucesor de Pedro, principio y fundamento visible de la unidad de la fe y de la comunión (cf. Lumen gentium, 18).
A María, Reina de los Apóstoles y Madre de los sacerdotes, cuya imagen ha sido puesta como centinela en el nuevo seminario, le encomiendo a cuantos vivan, estudien y trabajen en esta ciudadela de fe y cultura. Que ella vele con amor por los esfuerzos de todos, y los sostenga en su camino, para que respondan generosamente a la palabra de su Hijo y sirvan con inquebrantable fidelidad a sus hermanos.
Con estos sentimientos, os imparto de corazón a cada uno de vosotros, a la comunidad diocesana y a toda la región de la Campania, mi bendición apostólica.
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