MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS PARTICIPANTES EN EL ENCUENTRO MUNDIAL
DE LA RENOVACIÓN CARISMÁTICA CATÓLICA
Amadísimos hermanos y hermanas:
1. Con gran alegría os envío mi saludo con ocasión del Encuentro mundial de la Renovación carismática católica, que tiene lugar en Rímini. Desde hace algunos años, la Renovación en el Espíritu Santo celebra allí, a comienzos de mayo, su reunión nacional. Con motivo del Año jubilar, esta cita ha adquirido una dimensión particular por la presencia de numerosos representantes de grupos y comunidades carismáticas procedentes de otros países del mundo. Precisamente por eso, vuestro encuentro se celebra con el patrocinio de un organismo, el International Catholic Charismatic Renewal Services, al que corresponde la tarea de coordinar y promover el intercambio de experiencias y reflexiones entre las comunidades carismáticas católicas esparcidas por el mundo. Gracias a esto, la riqueza presente en cada comunidad beneficia a todos, y todas las comunidades pueden percibir más fácilmente el vínculo de comunión que las une entre sí y con la Iglesia entera. Saludo cordialmente al presidente del International Catholic Charismatic Renewal Services, señor Allan Panozza, y al coordinador nacional de la Renovación en el Espíritu Santo, señor Salvador Martínez, así como a todos los miembros del Comité nacional de servicio.
2. Este encuentro internacional de Rímini constituye para vosotros una etapa de la peregrinación jubilar. Celebrando el bimilenario de la Encarnación, todos estamos llamados a dirigir nuestra mirada a Cristo, "luz de las gentes". Al contemplarlo, se renueva nuestra admiración y nuestra gratitud: el Hijo de Dios se hizo hombre, murió por nuestra salvación, resucitó y vive.
¡Cristo vive! ¡Él es el Señor! Esta es la certeza de nuestra fe. Al mismo tiempo que la proclamamos con humildad y firmeza, somos conscientes del hecho de que esta certeza no viene de nosotros. Si hemos podido conocer a Cristo, es porque él mismo se nos ha dado a conocer, donándonos su Espíritu: "Nadie puede decir: "¡Jesús es Señor!", si no es bajo la acción del Espíritu Santo" (1 Co 12, 3).
Cristo, al darse a conocer, no nos ha dejado solos. En el Espíritu Santo nace el nuevo pueblo de Dios, porque Dios "quiso santificar y salvar a los hombres no aisladamente, sin conexión alguna de unos con otros, sino constituyendo un pueblo, que le confesara en verdad y le sirviera santamente" (Lumen gentium, 9). Cada comunidad eclesial auténtica es una porción de este pueblo, que desde hace dos mil años recorre los caminos del mundo. Por tanto, aun perteneciendo a una comunidad determinada, todo bautizado está abierto a acoger la riqueza de la Iglesia universal, que es la Iglesia de todos los siglos.
3. La Iglesia contempla con gratitud el florecimiento de comunidades vivas, en las que se transmite y vive la fe. En este florecimiento, reconoce la obra del Espíritu Santo, que concede siempre a la Iglesia las gracias necesarias para afrontar situaciones nuevas y a veces difíciles. Muchos de vosotros recordaréis el gran encuentro que se celebró en Roma el 30 de mayo de 1998, en la vigilia de Pentecostés. En esa ocasión dije: «En nuestro mundo, frecuentemente dominado por una cultura secularizada que fomenta y propone modelos de vida sin Dios, la fe de muchos es puesta a dura prueba y no pocas veces sofocada y apagada. Se siente, entonces, con urgencia la necesidad de un anuncio fuerte y de una sólida y profunda formación cristiana. ¡Cuánta necesidad existe hoy de personalidades cristianas maduras, conscientes de su identidad bautismal, de su vocación y misión en la Iglesia y en el mundo! ¡Cuánta necesidad de comunidades cristianas vivas! Y aquí entran los movimientos y las nuevas comunidades eclesiales: son la respuesta, suscitada por el Espíritu Santo, a este dramático desafío del fin del milenio» (Discurso del Santo Padre, n. 7: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 5 de junio de 1998, p. 14).
En aquella ocasión afirmé también que se abre una etapa nueva ante los movimientos, «la de la madurez eclesial» (ib., n. 6). También las comunidades carismáticas están llamadas hoy a dar este paso, y estoy seguro de que el International Catholic Charismatic Renewal Services podrá desempeñar un papel importante con vistas a la maduración de la conciencia eclesial en las diversas comunidades carismáticas católicas esparcidas por el mundo. Lo que dije en aquel momento en la plaza de San Pedro os lo repito a todos vosotros reunidos en Rímini: «La Iglesia espera de vosotros frutos "maduros" de comunión y de compromiso» (ib.).
4. En el seno de vuestras comunidades, en circunstancias diversas, cada uno de vosotros ha comenzado un camino que lleva a un conocimiento y a un amor cada vez mayores a Cristo. ¡No interrumpáis el camino emprendido! Tened confianza: Cristo completará la obra que él mismo ha comenzado. "¡Aspirad a los carismas superiores!" (1 Co 12, 31). Buscad siempre a Cristo: buscadlo en los sacramentos, buscadlo en la oración y buscadlo en el testimonio de vuestros hermanos. Sed agradecidos con los sacerdotes que acompañan como pastores a vuestras comunidades: a través de su ministerio, la Iglesia os guía y asiste como madre y maestra. Aprovechad con alegría las ocasiones que se os presentan para profundizar vuestra formación cristiana. Servid a Cristo en las personas que están junto a vosotros, servidle en los pobres, servidle en las exigencias y en las necesidades de la Iglesia. Dejaos guiar verdaderamente por el Espíritu. Amad a la Iglesia: una, santa, católica y apostólica.
Me alegra particularmente saber que en vuestro encuentro participan también representantes de otras Iglesias y comunidades eclesiales, y deseo saludarlos cordialmente. Uniéndoos en la alabanza común, habéis aceptado la invitación que hice en la bula de convocación del gran jubileo: "Acudamos todos, desde las diversas Iglesias y comunidades eclesiales diseminadas por el mundo, a la fiesta que se prepara; llevemos con nosotros lo que ya nos une; y que la mirada puesta sólo en Cristo nos permita crecer en la unidad, que es fruto del Espíritu" (Incarnationis mysterium, 4)
Queridos hermanos y hermanas, al mismo tiempo que pido con vosotros a la Virgen María que cada uno acoja el don del Espíritu para ser testigo de Cristo en el lugar donde vive, os imparto de buen grado a vosotros y a vuestras familias mi afectuosa bendición.
Vaticano, 24 de abril de 2000
JUAN PABLO II
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