PALABRAS DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A UN GRUPO DE DIRIGENTES DE LA EMPRESA AGIP
Jueves 4 de mayo de 2000
1. Me alegra dirigiros un saludo particular a vosotros, gestores de las instalaciones de distribución de carburantes de la Empresa general italiana de petróleo (AGIP), que habéis venido a Roma, junto con vuestros familiares, con ocasión del gran jubileo.
Doy las gracias al señor cardenal Virgilio Noè, que se ha hecho intérprete de vuestros sentimientos y ha introducido nuestro encuentro. La Empresa nacional de hidrocarburos (ENI), de la que forma parte la AGIP, ha realizado la gran obra de restauración de la fachada de la basílica de San Pedro, y en esta circunstancia me agrada renovar mi gratitud a quienes dirigieron ese minucioso trabajo, cuyo resultado es objeto de unánime admiración por parte de peregrinos y visitantes.
2. Habéis venido para realizar vuestra peregrinación jubilar y visitar al Sucesor de Pedro. Al mismo tiempo que os acojo con alegría, deseo recordar brevemente el sentido de la peregrinación jubilar, que expresa y favorece el camino de conversión, auténtico objetivo del Año santo. Convertirse significa realizar un cambio de mentalidad: de la "del mundo" a la de Dios, que Cristo nos ha revelado y comunicado. Cruzar la Puerta santa expresa precisamente nuestra fe en Cristo y nuestra voluntad de seguirlo a él, que, con su muerte y su resurrección, nos ha hecho pasar del pecado a la gracia, de un modo de vivir dominado por intereses egoístas a otro fundado en el Evangelio, o sea, inspirado en el amor a Dios y al prójimo.
Vuestra visita tiene lugar, por una feliz coincidencia, inmediatamente después del jubileo de los trabajadores. Por tanto, es natural expresaros también a vosotros el deseo que formulé el pasado 1 de mayo a todo el mundo del trabajo, es decir, que vuestra actividad profesional, con la parte de fatiga que comporta inevitablemente, se armonice bien con vuestra vida espiritual y familiar, para corresponder al designio del Creador.
3. El creyente debe vivir todas las actividades humanas, y también el trabajo, como acción de gracias a Dios. Esta acción de gracias, con una antigua palabra griega que se ha convertido en sagrada para los cristianos, se llama "eucaristía". Al altar de la santa misa llevamos también las alegrías y la fatiga del trabajo diario, para que el sacerdote las ofrezca junto con el pan y el vino. Con este gesto la persona humana expresa su vocación de imagen de Dios y la actúa plenamente en el día del Señor, cuando participa en la celebración dominical y se dedica con más libertad a la familia, al descanso y a las relaciones fraternas. Ojalá que las legítimas exigencias de vuestra profesión no os impidan vivir de este modo el domingo como el día del Señor.
Poner en práctica el espíritu del jubileo significa dar justa cabida a estos valores fundamentales, que no quitan nada a la actividad laboral, sino que la sitúan en la dimensión que le corresponde, confiriéndole su significado más auténtico.
Os deseo de corazón que esta peregrinación refuerce vuestro compromiso cristiano y, a la vez que os aseguro un constante recuerdo ante el Señor, os imparto a todos una especial bendición apostólica.
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