DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
CON MOTIVO DEL JUBILEO DE LOS PERIODISTAS
Domingo 4 de junio de 2000
Señoras y señores; amadísimos hermanos y hermanas:
1. En este año del gran jubileo la Iglesia celebra el acontecimiento de la Encarnación, anunciado por el evangelista san Juan con estas palabras: "El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros" (Jn 1, 14). Un misterio verdaderamente grande, un misterio de salvación, cuyo vértice es la muerte y resurrección de Cristo.
Este acontecimiento encierra el destino del mundo. De él, por el don y la fuerza del Espíritu Santo, brota la redención para los hombres de todos los lugares y de todos los tiempos. A la luz de este misterio, os saludo con afecto a todos vosotros que habéis venido aquí a celebrar el jubileo de los periodistas.
Saludo, en particular, a monseñor John P. Foley, presidente del Consejo pontificio para las comunicaciones sociales, y a la señora Theresa Ee-Chooi, presidenta de la Unión católica internacional de la prensa, y les agradezco las gentiles palabras con que han querido interpretar los sentimientos de todos los presentes.
He deseado vivamente este encuentro con vosotros, queridos periodistas, no sólo por la alegría de acompañaros a lo largo de vuestro camino jubilar, como estoy haciendo con muchos otros grupos, sino también por el deseo de pagar una particular deuda de gratitud hacia los innumerables profesionales que, durante los años de mi pontificado, se han esmerado por dar a conocer palabras y hechos de mi ministerio. Por todo este esfuerzo, por la objetividad y la cortesía que han caracterizado gran parte de este servicio, os estoy profundamente agradecido y pido al Señor que os dé a cada uno una adecuada recompensa.
2. El mundo del periodismo vive un tiempo de profundos cambios. La proliferación de nuevas tecnologías llega ya a todos los ámbitos e implica, en mayor o menor medida, a todos los seres humanos. La globalización ha aumentado la capacidad de los medios de comunicación social, pero también ha acrecentado su exposición a las presiones ideológicas y comerciales. Esto os debe inducir a vosotros, periodistas, a interrogaros sobre el sentido de vuestra vocación de cristianos comprometidos en el mundo de la comunicación.
Este es el interrogante decisivo, que debe caracterizar vuestra celebración jubilar, en esta Jornada mundial de las comunicaciones. Vuestro paso, como peregrinos, a través de la Puerta santa expresa una opción de vida, y manifiesta que también en vuestra profesión deseáis "abrir las puertas a Cristo". Él es el "evangelio", la "buena nueva". Él es el modelo para cuantos, como vosotros, se esfuerzan por hacer que la luz de la verdad penetre en todos los ámbitos de la existencia humana.
3. A este encuentro con Cristo se orientaba el recorrido que habéis realizado durante estos días. El jueves hicisteis oración en la capilla Sixtina, donde el esplendor del arte puso ante vuestros ojos el drama de la historia humana, desde la creación hasta el juicio final. En este gran viaje de la humanidad se manifiesta también la verdad de la persona humana, creada a imagen de Dios y destinada a la comunión eterna con él; y se manifiesta la verdad, que es el fundamento de toda ética y que estáis llamados a observar también en vuestra profesión.
Ayer habéis orado ante la tumba de san Pablo, y hoy habéis venido a rezar ante la de san Pedro. Ellos fueron los grandes "comunicadores" de la fe en los orígenes del cristianismo. Su memoria os recuerda la vocación específica que os distingue como seguidores de Cristo en el mundo de las comunicaciones sociales: estáis llamados a consagrar vuestra profesionalidad al servicio del bien moral y espiritual de las personas y de la comunidad humana.
4. Este es el punto fundamental de la cuestión ética, que es inseparable de vuestro trabajo. Con su influencia amplísima y directa en la opinión pública, el periodismo no se puede guiar únicamente por las fuerzas económicas, por los beneficios y por los intereses particulares. Al contrario, hay que sentirlo como una tarea en cierto sentido "sagrada", realizada con la conciencia de que se os confían los poderosos medios de comunicación para el bien de todos y, en particular, para el bien de los sectores más débiles de la sociedad: los niños, los pobres, los enfermos, los marginados y discriminados.
No se puede escribir o transmitir sólo en función del índice de audiencia, en detrimento de servicios verdaderamente formativos. Tampoco se puede recurrir indiscriminadamente al derecho a la información, sin tener en cuenta otros derechos de la persona. Ninguna libertad, ni siquiera la libertad de expresión, es absoluta, pues encuentra su límite en el deber de respetar la dignidad y la legítima libertad de los demás. Nada, por más fascinante que sea, puede escribirse, realizarse o transmitirse en perjuicio de la verdad. Aquí no sólo pienso en la verdad de los hechos que referís, sino también en la "verdad del hombre", en la dignidad de la persona humana en todas sus dimensiones.
Como signo del deseo que tiene la Iglesia de estar junto a vosotros mientras afrontáis este gran reto, el Consejo pontificio para las comunicaciones sociales acaba de publicar el documento Ética en las comunicaciones sociales. Se trata de una cordial invitación dirigida a los periodistas para que se comprometan a servir a la persona humana mediante la construcción de una sociedad fundada en la solidaridad, la justicia y el amor; mediante la comunicación de la verdad sobre la vida humana y su cumplimiento final en Dios (cf. n. 33). Agradezco al Consejo pontificio este documento, que recomiendo a vuestro estudio y a vuestra reflexión.
5. Amadísimos hermanos y hermanas, la Iglesia y los medios de comunicación social deben caminar juntos para prestar su servicio a la familia humana. Por eso, pido al Señor que esta celebración jubilar suscite en vosotros la convicción de que es posible ser auténticos cristianos y al mismo tiempo excelentes periodistas.
El mundo de los medios de comunicación social necesita hombres y mujeres que se esfuercen día a día por vivir mejor esta doble dimensión. Esto sucederá cada vez más, si sabéis tener vuestra mirada fija en aquel que es el centro de este Año jubilar, Jesucristo, "el testigo fiel, aquel que es, que era y que va a venir" (Ap 1, 4. 8).
Al invocar su ayuda sobre cada uno de vosotros y sobre vuestro trabajo particularmente exigente, os imparto de corazón la bendición apostólica, que extiendo complacido a vuestras familias y a vuestros seres queridos.
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