DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A UN GRUPO DE PEREGRINOS JUBILARES
Castelgandolfo, viernes 18 de agosto de 2000
Amadísimos hermanos y hermanas:
1. Con gran alegría os acojo en este encuentro especial, que tiene lugar durante las celebraciones de la XV Jornada mundial de la juventud. El clima de fe y de espiritualidad que se respira en estos días ofrece a todos los peregrinos la oportunidad de profundizar el conocimiento de Cristo y verificar la propia fidelidad a él.
Os deseo de corazón que así sea también para cada uno de vosotros, que procedéis de diversas naciones y continentes, a la vez que os saludo con gran cordialidad.
2. Me alegra acogeros, queridos amigos del patriarcado copto católico, mientras realizáis vuestra peregrinación jubilar. Saludo muy cordialmente al patriarca Stéphanos II Ghattas y a los obispos presentes. Para mí es una feliz ocasión para recordar mi reciente viaje jubilar a Egipto y expresar una vez más mi gratitud a todas las personas que contribuyeron a su éxito.
Habéis respondido a la llamada de la Iglesia, que invita a cada fiel ante todo a volver al Señor, a convertirse y dar un testimonio mayor de fraternidad, solidaridad y caridad en favor de los más pobres de la sociedad. En efecto, desde la perspectiva bíblica, el jubileo es a la vez una ocasión privilegiada para dar gracias a Dios, alabarlo y pedirle su fuerza a fin de ser testigos auténticos del Evangelio, con palabras y obras. En vuestro país también es importante que desarrolléis los vínculos con todos vuestros compatriotas, particularmente con los fieles de las demás confesiones cristianas, para que caminemos juntos hacia la unidad plena, así como con los creyentes de las diferentes religiones, respetando a las personas y la libertad de conciencia.
A la vez que os encomiendo a la intercesión materna de la Virgen María, os deseo a cada uno de vosotros, y a todos los fieles de la Iglesia copta católica, que recibáis durante este Año jubilar las gracias necesarias. Que este evento eclesial fortalezca también el testimonio evangélico de todos los miembros del patriarcado, mediante el crecimiento de la vida litúrgica y espiritual, con fidelidad a la hermosa herencia recibida de la tradición, y mediante el desarrollo de la vida pastoral y misionera, sobre todo entre los jóvenes, para que conozcan a Cristo y la enseñanza de la Iglesia. Gracias. Quisiera que transmitierais mi saludo fraterno al Papa Shenouda.
3. Me dirijo ahora a vosotros, queridos sacerdotes de la Iglesia ortodoxa serbia, procedentes de la eparquía de Sabac-Valjevo. Os saludo con afecto a vosotros, a vuestro obispo, monseñor Lavrentije Trifunovic, y al arzobispo católico coadjutor de Belgrado, monseñor Stanislav Hocevar.
Por medio de vosotros, quisiera enviar mi saludo deferente y fraterno a vuestro patriarca, Su Beatitud Pavle.
Mi pensamiento va en este momento a toda la nación serbia, que durante estos años ha sufrido pruebas tan duras. Ojalá que vuestro querido pueblo permanezca fiel a sus tradiciones cristianas, también gracias a vuestro servicio pastoral. Con este fin, invoco la abundancia de las bendiciones de Dios sobre vosotros y sobre las comunidades de fieles en las que vivís y trabajáis, sirviendo a la causa del Evangelio. Que el Señor corone de frutos vuestro compromiso apostólico en favor del reino de Dios.
Os deseo de corazón que vuestra patria, Serbia, logre superar pronto los problemas que la afligen, de modo que pueda mirar con serenidad hacia un futuro de paz y desarrollo, en un clima de colaboración y respeto recíproco con los países vecinos.
4. Me es muy grato saludar ahora a ustedes, queridos jóvenes cubanos, acompañados por el señor cardenal Jaime Lucas Ortega y Alamino, arzobispo de La Habana, y por monseñor Carlos J. Baladrón Valdés, obispo de Guantánamo-Baracoa, venidos a Roma representando a tantos coetáneos suyos en la Jornada mundial de la juventud en este año del gran jubileo. Esta es una ocasión privilegiada de evangelización, de comunión eclesial y de renovación interior mediante el encuentro personal con Cristo, junto con numerosísimos jóvenes de todo el mundo, peregrinos a las tumbas de los apóstoles Pedro y Pablo.
Hoy deseo recordar las palabras que les dirigí a ustedes durante mi inolvidable viaje a Cuba. Sigan poniendo la mirada en Jesús. Él quiere ofrecerles de nuevo su amistad; sus ojos, llenos de ternura, se siguen fijando en la juventud cubana, esperanza viva de la Iglesia y de Cuba. "No tengan miedo de abrir sus corazones a Cristo". No se cierren a su amor. Sean sus testigos ante los demás jóvenes, asumiendo compromisos concretos para difundir la civilización del amor en todos los ámbitos: familia, comunidades eclesiales y trabajo. Para ello pido al Señor que, en este Año jubilar, el Espíritu les colme de sus dones y bendiciones. Al mismo tiempo, antes de regresar a sus lugares de origen les repito, para que ustedes las hagan suyas, las palabras con que me recibieron en Camagüey: "¡Benditos los pies del mensajero que anuncia la paz!".
5. Os renuevo, una vez más, la expresión de mi afecto a cada uno de vosotros, aquí presentes y, al mismo tiempo que invoco la protección materna de María elevada al cielo, os imparto complacido la bendición apostólica, extendiéndola a todos vuestros seres queridos.
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