MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
CON MOTIVO DEL CENTENARIO DE LA CORONACIÓN
DE LA VIRGEN DE MONTE BÉRICO
Al venerado hermano cardenal
MARCO CÉ
Patriarca de Venecia
1. "La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo estén con todos vosotros" (2 Co 13, 13).
Con estas palabras del apóstol san Pablo le dirijo mi cordial saludo a usted, señor cardenal, a los venerados arzobispos y obispos de la región eclesiástica trivéneta, a los sacerdotes, a los religiosos, a las religiosas y a los fieles, que han acudido a Monte Bérico para celebrar el centenario de la coronación de María, Madre de misericordia. Desde la primera mitad del siglo XV multitudes de devotos llenos de confianza se dirigen incesantemente a esa venerada imagen en busca de protección y paz.
Al comienzo de mi visita pastoral a la ciudad de Vicenza, del 7 al 8 de septiembre de 1991, también yo tuve la alegría de ir en peregrinación al santuario de Monte Bérico, para venerar a la Virgen santísima y pedirle que bendijera a las poblaciones vénetas y mostrara su ternura y su solicitud de Madre hacia quien sufre y aspira a la justicia y la paz. Conservo aún un vivo y grato recuerdo de los intensos momentos de oración que viví a sus pies, así como de la gran piedad popular que caracteriza la vida del santuario.
2. Hoy, mi pensamiento va al 25 de agosto de 1900, cuando el cardenal Giuseppe Sarto, patriarca de Venecia, junto con los obispos de la región conciliar, subió a Monte Bérico para coronar, en medio del júbilo del pueblo fiel, la imagen de María, Madre de misericordia. Aquel a quien tres años después la Providencia llamaría a ser Sumo Pontífice con el nombre de Pío X, y a quien hoy venera como santo la Iglesia universal, con gran piedad y confianza depositó a los pies de la Madre del Señor las alegrías, las esperanzas y las miserias de su pueblo, y entregó "como en depósito la preciosa corona de oro y gemas (...) a la religiosa custodia de los padres Siervos de María".
Aquella solemne celebración coronaba y embellecía con un nuevo testimonio de amor la oración incesante que desde hace siglos se eleva a la Madre del Señor en la basílica de Monte Bérico, providencial faro de espiritualidad mariana, donde innumerables personas han comenzado o incrementado la peregrinación interior que lleva al creyente hacia las cimas espirituales de la santidad. En ese templo se experimenta, como dije durante mi peregrinación apostólica a Vicenza, que la oración mariana es escuela de comunión eclesial, en la escucha de la mujer que ocupa en la Iglesia el puesto más elevado y más cercano a Cristo. María es para todos nosotros modelo de caridad activa, porque, al abrazar de todo corazón y sin entorpecimiento de pecado alguno la voluntad salvífica de Dios, se consagró totalmente a la persona y a la obra de su Hijo, contribuyendo, con él y bajo él, al misterio de la redención (cf. Discurso durante la visita al santuario de la Virgen de Monte Bérico, 7 de septiembre de 1991, n. 4: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 13 de septiembre de 1991, p. 7).
3. Un siglo después de la solemne coronación, las Iglesias de la región eclesiástica trivéneta renuevan, por medio de sus respectivos pastores y en presencia de las autoridades y de una multitud de fieles, la profesión de fe en la santísima Trinidad, comprometiéndose a vivir como momento significativo del gran jubileo del año 2000 esta hora de serena alegría en torno a la Madre de Dios. A ella, "imagen y principio de la Iglesia, a la que sigue estando vitalmente unida por su comunión con el Redentor" (ib.), se encomiendan al comienzo del tercer milenio cristiano, para que Dios conceda a cada comunidad cristiana una renovada estación del Espíritu. Los creyentes contemplan a María con gratitud por el don de la fe límpida y profunda, que sigue suscitando maternalmente entre sus hijos, y con la certeza de que "nadie puede pensar en vivir una verdadera devoción a la Virgen si no está en sintonía plena con la Iglesia (...), a la que incumbe la tarea de verificar la legitimidad de las diferentes formas de religiosidad" (ib.).
A María, Madre de misericordia, que desde el Monte Bérico protege bajo su manto a todos sus hijos en las pruebas personales y comunitarias, incluso en los tiempos más difíciles y atormentados de la historia, la población véneta le ha pedido siempre que le manifieste su ternura y su amor, y ha recibido de ella ayuda y protección. Su presencia de paz, particularmente en la actual situación de bienestar social y económico, constituye para los creyentes una invitación a ser siempre dignos de su amor, profesando con valentía la fe en Cristo. Al ser Madre de la vida, María exhorta a todos los fieles a acoger con asombro y gratitud el don de la vida, desde su concepción hasta su ocaso natural. María pide, además, que cada uno sea compasivo con cuantos llaman a la puerta de su casa, porque tienen necesidad de perdón y reconciliación, de apoyo y solidaridad fraterna.
4. Dirijámonos con confianza a la Madre de la divina Misericordia. Quiera Dios que la celebración del centenario de la coronación de la Virgen de Monte Bérico constituya la ocasión propicia para un anuncio más generoso del Evangelio. Ojalá que el mensaje de Cristo, que en tiempos lejanos se difundió desde Aquileya, Adria y Concordia y desde las antiguas ciudades romanas de Padua y Verona, y que no se ha interrumpido jamás, reciba ahora nuevo impulso en cada comunidad del Trivéneto.
"María, Madre del Señor, que desde ese santuario has sido modelo y apoyo de innumerables sacerdotes, religiosos y laicos, que han ido a los más remotos lugares del mundo para anunciar y testimoniar la verdad revelada, sigue suscitando generosos testigos de verdad y caridad; estimula en el corazón de todos una pronta disponibilidad a la llamada divina; y concede a los jóvenes de las Iglesias del Trivéneto nuevo celo misionero.
"A tu protección celestial encomiendo a los pastores, a las comunidades religiosas, a los misioneros y a los catequistas, así como a los enfermos, a los ancianos, a los discapacitados, a los jóvenes y a las familias, de modo particular a las que están viviendo momentos de sufrimiento y de dificultad.
"De ti, Virgen santa, imploro la gracia de un profundo fervor apostólico y de la comunión plena para todos los fieles de las Iglesias del Trivéneto. A ti, Virgen de Monte Bérico, encomiendo la amada nación italiana, para que viva con prosperidad y paz y sepa ser instrumento de concordia duradera entre los pueblos.
"María, Madre de misericordia, ¡sé para nosotros apoyo en el camino hacia la patria celestial!".
Deseando que la celebración centenaria dé abundantes frutos espirituales, de buen grado le imparto a usted, señor cardenal, a los arzobispos y a los obispos del Trivéneto, al clero, a los religiosos, a las religiosas y a los laicos de la región una especial bendición apostólica, confiando su eficacia a la intercesión de la Madre celestial del Redentor.
Castelgandolfo, 22 de agosto de 2000
JUAN PABLO II
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