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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS PÁRROCOS, VICEPÁRROCOS Y DIÁCONOS DE LA DIÓCESIS DE ROMA


Jueves 1 de marzo de 2001

 

Señor cardenal;
venerados hermanos en el episcopado;
amadísimos sacerdotes:
 

1. Os saludo con afecto y os agradezco vuestra presencia en esta cita anual con el clero de Roma, al comienzo de la Cuaresma. Es un encuentro muy importante para mí, porque me brinda la oportunidad de encontrarme personalmente con los que están comprometidos de modo directo  en  la atención pastoral a los fieles de esta querida Iglesia de Roma.

Saludo y doy las gracias al cardenal vicario, al vicegerente, a los obispos auxiliares y a cuantos de vosotros me han dirigido la palabra.

2. "En el tiempo favorable te escuché; en el día de salvación vine en tu ayuda; pues mirad, ahora es tiempo favorable, ahora es el día de la salvación" (2 Co 6, 2).

La exhortación del Apóstol, que ha resonado en la solemne liturgia del miércoles de Ceniza, nos invita a entrar en el camino penitencial de la Cuaresma con sentimientos de profunda gratitud al Señor. En este tiempo favorable, tiempo de gracia, él sale al encuentro de su pueblo para acompañarlo hacia la Pascua, por el camino de la conversión y la reconciliación.

La Cuaresma es un tiempo fuerte que en las parroquias y en toda comunidad eclesial se vive con gran intensidad espiritual y pastoral. Por tanto, son muchos los compromisos que os esperan y las iniciativas programadas que hay que realizar progresivamente en el ámbito de la catequesis, la liturgia y la caridad. Pero la preocupación por "hacer" no debe prevalecer jamás sobre los factores decisivos, de orden espiritual e interior, que son la única base firme de la intensa actividad pastoral, por lo demás necesaria.

3. Especialmente a vosotros, queridos sacerdotes, os recomiendo que alimentéis, en este tiempo santo, vuestro camino espiritual personal. El ejemplo y el testimonio del sacerdote pueden ayudar mucho a los fieles a comprender y acoger las riquezas espirituales de la Cuaresma, redescubriendo la parroquia como "escuela" de oración, "donde el encuentro con Cristo no se exprese solamente en petición de ayuda, sino también en acción de gracias, alabanza, adoración, contemplación, escucha e intensidad de afecto, hasta el arrebato del corazón" (Novo millennio ineunte, 33).

La Cuaresma es tiempo favorable para incrementar en toda comunidad la espiritualidad de  comunión que, a partir del encuentro más intenso con el Señor, impregna las relaciones recíprocas y permite gustar "la dulzura y la delicia de los hermanos que viven unidos" (Sal 133, 1). Desde este punto de vista, resulta decisiva en toda comunidad la comunión presbiteral, que se manifiesta en la fraternidad vivida entre párrocos y vicarios, entre sacerdotes ancianos y jóvenes, y especialmente con los hermanos enfermos o los que atraviesan dificultades.

En el seno del presbiterio cada uno está llamado a considerar al otro "como uno que me pertenece" y a ver, ante todo, lo que hay de positivo en el hermano, para acogerlo y valorarlo como "un don para mí", "rechazando las tentaciones egoístas que continuamente nos asechan y engendran competitividad, afán de hacer carrera, desconfianza y envidias" (Novo millennio ineunte, 43).

4. Forma parte de este compromiso de comunión la escucha del pueblo de Dios que se sirve de los organismos de participación, promovidos con convicción y seriedad, pero también de todas las ocasiones que se nos presentan a diario para acoger las peticiones de la gente y afrontar sus necesidades más concretas.

Pienso en las numerosas personas que, por razones de trabajo o por su intenso ritmo de vida, necesitan ser acogidas y acompañadas, en la catequesis y en la preparación para los sacramentos, en tiempos, horarios y formas diferenciados, que respondan a sus exigencias. Debemos ir a su encuentro con disponibilidad y benevolencia, alegrándonos de poder conocer y tratar, sobre todo, con quienes no frecuentan habitualmente nuestras comunidades.

Pienso, además, en el gran número de familias que, en el tiempo de Cuaresma, abren la puerta de su casa para recibir la tradicional bendición de los misioneros, que la misión ciudadana ha emprendido de forma tan positiva.

5. En el momento en que nuestras comunidades salen de sí mismas para llevar a cada casa y a cada ambiente de trabajo el anuncio del Señor muerto y resucitado, nos ponemos en contacto con los múltiples sufrimientos y pobrezas, antiguas y nuevas, presentes en las familias y en los barrios de Roma. Vosotros, sacerdotes, que vivís diariamente junto a la gente, sabéis cuán grandes son las expectativas y la confianza que los pobres, y en general los que sufren, ponen en la comunidad cristiana.

Así pues, como Cristo, buen Pastor, id por doquier en busca de todo hombre, mujer, muchacho, joven o anciano, que espera un gesto de afecto, de solidaridad y de comunión fraterna en su situación de pobreza material o moral y espiritual. Esta red de amor concreto y personalizado es el primer camino misionero, que suscita la nueva "creatividad de la caridad" (cf. ib., 50) que abre el corazón al anuncio del Evangelio.

6. Esta Cuaresma coincide con un momento particularmente significativo y rico en perspectivas para nuestra diócesis. En efecto, en todas las parroquias y en todas las comunidades eclesiales se está realizando el discernimiento espiritual y pastoral que desembocará en la gran Asamblea de junio.

Como recordé en mi Carta a la Iglesia de Roma, renovando la invitación de la Novo millennio ineunte, podemos mirar hacia adelante con actitud de fe y esperanza cristiana, y así "remar mar adentro", tanto para vivir con pasión el presente como para abrirnos con confianza al futuro.

La Asamblea tiene como finalidad empezar una nueva y fecunda era de evangelización de nuestra ciudad. La misión permanente es el objetivo al que debemos tender con todas nuestras energías, una misión centrada en Cristo, único Salvador, promovida por todo el pueblo de Dios, sostenida por la comunión entre todos sus componentes, dirigida a toda persona, familia y ambiente, y testimoniada por cristianos adultos en la fe que, con su trabajo, sus convicciones y su estilo de vida, sepan influir en la mentalidad y en la cultura de toda la ciudad.

7. Os renuevo mi más profunda gratitud por la disponibilidad y la generosidad que habéis mostrado durante el jubileo. Si ese gran acontecimiento pudo realizarse serenamente, dando a los peregrinos procedentes de todo el mundo un testimonio vivo de la tradicional hospitalidad romana, rica en calor humano y espiritual, se debió en gran parte a las parroquias, a las familias, a las comunidades religiosas y a los numerosos voluntarios, jóvenes y adultos, que se comprometieron generosamente en el servicio y en la acogida.

Manifiesto mi gratitud, de modo especial, a los jóvenes de Roma, que, con ocasión de la Jornada mundial de la juventud, se prodigaron para preparar la acogida de sus coetáneos y los acompañaron, con amistad y fraternidad, a fin de que vivieran experiencias inolvidables de fe y comunión. Esos jóvenes ―que espero acudan en gran número a nuestro tradicional encuentro en el Vaticano el jueves anterior al domingo de Ramos― son un gran recurso misionero para la Iglesia de Roma y para toda la ciudad.

Queridos sacerdotes, amad a esos jóvenes con el corazón mismo de Cristo y tened confianza en cada uno de ellos; sostened su entusiasmo y ayudadles a ser testigos de la fe en medio de sus coetáneos. No tengáis miedo de dirigirles la invitación a decir con valentía su "sí" sin reservas incluso a las llamadas más arduas, como la vocación al sacerdocio y a la vida consagrada.

Acompañad su camino de crecimiento cristiano con la celebración del sacramento de la penitencia y la dirección espiritual. Vuestra alegría de ser sacerdotes y vuestra opción por una vida pobre y entregada gratuitamente al Evangelio y a vuestros hermanos representan la siembra más intensa de vocaciones en el corazón de los jóvenes.

8. La Cuaresma es tiempo favorable para nuestra santificación. Lo es para todo bautizado y, con mayor razón, para nosotros, sacerdotes, que estamos llamados a "celebrar a diario lo que vivimos y a vivir lo que celebramos", el sacrificio pascual del Señor, fuente primera y perenne de santidad y de gracia.

La Virgen María, Madre de la Iglesia y, en particular, Madre de los sacerdotes, nos sostenga en este arduo camino. Que nos ayude la intercesión de santos sacerdotes como el cura de Ars y los numerosos sacerdotes y párrocos romanos elevados a la gloria de los altares. Nos anime el ejemplo de tantos hermanos, a quienes apreciamos por su humilde servicio y su generosa entrega a la Iglesia de Roma.

Os bendigo de corazón a todos vosotros, así como a vuestras comunidades.

 


 

Palabras del Santo Padre antes del rezo del Ángelus

Al concluir, quiero deciros que para mí, como para todos nosotros, este Año santo ha sido un gran motivo de aliento. Hemos visto cómo grandes multitudes se apiñaban ante la basílica de San Pedro para cruzar la Puerta santa. Hemos visto las innumerables confesiones que se hacían. Hemos visto que los jóvenes se confesaban en masa. Obviamente, en masa quiere decir en gran número, pero se confesaban individualmente. Hemos visto todo eso. Así pues, vemos que la mies es mucha, y los obreros tal vez no son del todo suficientes. Pero demos gracias a Dios por los que hay. Gracias a Dios y a todos vosotros, sacerdotes de Roma; gracias por las vocaciones que tenemos en el Seminario romano, que visité el sábado pasado. Así quisiera concluir invitando al optimismo, un optimismo que debemos a la gran experiencia del Año jubilar. Parece que lo que nos ha aportado el Año jubilar lo ven también los que tal vez no son amigos nuestros. También la prensa laica lo dice claramente:  no puede por menos de reconocer los hechos, la experiencia vivida. Demos gracias a Dios. Demos muchas gracias a Dios. Os deseo también la valentía cristiana para el período cuaresmal y para una feliz Pascua.



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