DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A VARIOS GRUPOS DE PEREGRINOS ITALIANOS
Jueves 25 de abril de 2002
Amadísimos hermanos y hermanas:
1. Con gran alegría os acojo y os doy a cada uno mi cordial bienvenida. Desde diversas regiones italianas habéis venido en peregrinación a Roma, donde san Pedro y san Pablo dieron, con el martirio, su valiente testimonio de Cristo. Quiera Dios que vuestra visita a las tumbas de los Príncipes de los Apóstoles os fortalezca en la fidelidad al Evangelio y a la enseñanza de la Iglesia; y os impulse a proseguir con renovado entusiasmo espiritual en el camino hacia la santidad, meta de todos los bautizados.
2. Mi afectuoso pensamiento va ante todo a vosotros, amadísimos y numerosos acólitos de la diócesis de Nápoles. Saludo, de modo especial, a vuestro arzobispo, cardenal Michele Giordano, al que agradezco las cordiales palabras que me ha dirigido. Saludo, asimismo, a los obispos auxiliares que os acompañan. Me alegra este encuentro, que me ofrece la oportunidad de manifestar mi profundo aprecio por el importante servicio litúrgico que prestáis en las respectivas comunidades parroquiales.
Vuestro servicio es muy peculiar: os ofrece la posibilidad de experimentar de cerca la presencia y la obra eficaz de Cristo en cada acto litúrgico y particularmente en la celebración eucarística. La Eucaristía es una admirable fuente, a la que debéis acudir constantemente, tomando de ella la valentía y la fuerza necesarias para vivir como cristianos auténticos y testimoniar por doquier el amor universal de Dios a toda criatura. Cristo Eucaristía alimenta y fortalece a los creyentes, y los capacita para cumplir generosamente la voluntad del Padre celestial. Esta participación asidua en el Sacramento del altar os hará dóciles al Espíritu Santo y os capacitará para corresponder con gozosa disponibilidad a los impulsos de la gracia.
Al realizar vuestro servicio litúrgico, sois colaboradores del sacerdote, pero sobre todo sois servidores de Jesús. Por tanto, os invito a mantener una íntima amistad con él, reconociéndolo como un verdadero amigo, que está siempre a vuestro lado, tanto en los momentos buenos como en los difíciles. ¡No lo olvidéis! Él necesita niños y jóvenes que, además de prestar el servicio del altar, se conviertan en ministros del altar, poniéndose a su total disposición para anunciar el Evangelio y dispensar la gracia divina al mundo entero.
Pido al Señor que también este encuentro ayude a cada uno a descubrir su vocación, que para algunos puede ser al sacerdocio o a la vida consagrada, y a seguirla fielmente. El Señor sigue llamando hoy a hombres y mujeres a seguirlo más de cerca. Orad también vosotros para que su voz encuentre corazones abiertos y generosos.
3. Saludo a los representantes de la Obra salesiana de Génova-Sampierdarena, que han venido con ocasión del 130° aniversario de la fundación de su centro pastoral. Queridos hermanos, en cierto sentido, vuestra peregrinación a Roma es un gesto de gratitud a vuestro fundador, san Juan Bosco. Fue precisamente él quien inició vuestra hermosa institución, y la consideró como una "segunda Valdocco", para poner de relieve su gran importancia para toda la familia salesiana. Del Centro de Sampierdarena partieron los primeros misioneros, y junto con ellos las Hijas de María Auxiliadora, con destino a América. Dejaban el puerto dirigiendo una última mirada al campanario que domina el edificio del instituto genovés.
Queridos hermanos, considerad el celo apostólico de esos intrépidos evangelizadores y haced que el instituto de Sampierdarena siga siendo una ventana abierta de par en par al mundo. En particular, esforzaos por realizar una nueva "siembra del Evangelio", redescubriendo la urgencia del mandato misionero. El don de la fe es una herencia preciosa que hay que conservar y transmitir. Es un valioso don de gracia, que permite mirar con confianza y esperanza al futuro, aun en medio de dificultades y problemas.
4. Por último, dirijo un cordial saludo a la comunidad juvenil "Los alumnos del cielo" de Turín, que desde hace muchos años se han comprometido a testimoniar con el lenguaje universal del canto y de la música el evangelio de la vida. Queridos muchachos, os deseo que volváis a vuestros hogares estimulados por esta experiencia espiritual y fortalecidos en el deseo de hablar al corazón de todo hombre con la fuerza del amor cristiano. Comunicad a cuantos encontréis un mensaje de esperanza, proponiendo siempre la auténtica visión evangélica de la realidad.
Sobre vosotros y sobre todos los presentes invoco la protección materna de María, Madre de Jesús y Madre nuestra, así como la de san Marcos evangelista, cuya fiesta celebramos hoy. Os aseguro mi oración y os bendigo de corazón.
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