MENSAJE DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II
A LA XLIX ASAMBLEA GENERAL DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL ITALIANA
Amadísimos obispos italianos:
1. Con gran alegría os expreso a todos vosotros, reunidos para vuestra XLIX asamblea general, mi afecto y mi más viva felicitación en la gozosa celebración del quincuagésimo aniversario de la constitución de la Conferencia episcopal italiana.
Doy gracias con vosotros al Señor, fuente de todo bien, por estos cincuenta años de fiel, generoso y clarividente servicio colegial a las Iglesias que están en Italia y a la amada nación italiana.
Recuerdo con viva gratitud a todos los prelados que han contribuido a la construcción y a la prosperidad de vuestra Conferencia, y que el Señor ya ha acogido en su morada de luz y de paz.
2. Con la primera reunión de los presidentes de las Conferencias episcopales regionales —activas en Italia desde los últimos decenios del siglo XIX—, reunión que se celebró en Florencia el 10 de enero de 1952, comenzó de hecho la vida y la actividad de la Conferencia episcopal italiana y se emprendió así un renovado camino de comunión afectiva y efectiva entre los obispos de Italia, que ha resultado muy provechosa para la Iglesia y para el país, y que se ha desarrollado constantemente con particular unión y en plena sintonía con el Sucesor de Pedro, Obispo de Roma y Primado de Italia.
Insertándose en la gran herencia y en la tradición viva de fe, de santidad y de cultura cristiana suscitadas en Italia por la predicación apostólica desde los primeros años de la era cristiana (cf. Carta a los obispos italianos, 6 de enero de 1994, n. 1), vuestra Conferencia episcopal ha contribuido en gran medida a conservar y renovar, en las actuales circunstancias históricas, esta herencia y esta tradición, con referencia particular y decisiva a ese fundamental acontecimiento eclesial que fue el concilio Vaticano II, que hoy nos indica los caminos que hay que recorrer para el anuncio y el testimonio del Evangelio en el siglo recién iniciado.
¿Cómo no recordar, entre las múltiples enseñanzas e iniciativas de la Conferencia episcopal italiana, la publicación de los nuevos catecismos para la vida cristiana, dirigidos a personas de diferente edad como instrumentos eficaces de la renovación conciliar, así como la institución de la Cáritas italiana, para favorecer y promover en todos los niveles la aplicación del mandato evangélico de la caridad? También han sido muy importantes los programas u orientaciones pastorales decenales, con los que vuestra Conferencia, desde la década de 1970, ha planteado y propuesto, en la línea del concilio Vaticano II, la evangelización como significativa prioridad pastoral de nuestro tiempo, incluso en un país de antigua y arraigada tradición cristiana como Italia.
A través de las asambleas eclesiales nacionales de los últimos tres decenios, los representantes de todo el pueblo de Dios han sido llamados a asumir una responsabilidad cada vez mayor, para reavivar y adecuar la presencia cristiana en Italia a las nuevas circunstancias. Durante estos últimos años, con la formulación y el inicio de la realización del Proyecto cultural orientado en sentido cristiano, vuestra Conferencia ha sabido definir una línea de respuesta al desafío decisivo que plantea la evangelización de la cultura de nuestro tiempo.
3. Amadísimos obispos italianos, en la bula de convocación del gran jubileo Incarnationis mysterium afirmé que "el paso de los creyentes hacia el tercer milenio no se resiente absolutamente del cansancio que el peso de dos mil años de historia podría llevar consigo" (n. 2). Estas palabras se pueden aplicar de modo especial a Italia, como lo testimonian la intensidad de la vida espiritual y la extraordinaria capacidad de presencia y de servicio que caracterizan a gran número de vuestras comunidades.
Por eso, incluso ante las innegables y graves dificultades que minan, tanto en Italia como en muchos otros países, la fe cristiana y los fundamentos mismos de la civilización humana, no nos desanimemos; por el contrario, renovemos y fortalezcamos nuestra confianza en el Señor, cuya fuerza se manifiesta en nuestra flaqueza (cf. 2 Co 12, 9), y cuya misericordia puede vencer siempre el mal con el bien.
4. Por tanto, amadísimos hermanos, en esta circunstancia tan significativa del 50° aniversario de vuestra Conferencia deseo confirmaros mi afecto, mi apoyo y mi cercanía espiritual. Perseverad con gran caridad y con serena firmeza en el ejercicio de vuestras responsabilidades pastorales. En particular, seguid dedicando especial atención a la familia y a la acogida y defensa de la vida, promoviendo la pastoral familiar y sosteniendo los derechos de la familia fundada en el matrimonio.
Tened siempre gran confianza en los muchachos y en los jóvenes, y no escatiméis esfuerzos para favorecer su educación auténtica, ante todo en la familia, en la escuela y en las mismas comunidades eclesiales. La cita de la XVII Jornada mundial de la juventud, que nos espera el próximo mes de julio en Toronto, da nuevo impulso a este compromiso común.
Considerando el futuro de la Iglesia y su capacidad de presencia misionera, dedicaos con empeño a promover auténticas vocaciones cristianas, y en particular las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada. En efecto, también hoy el Señor regala a la Iglesia todas las vocaciones que necesita, pero nos corresponde a nosotros, con la oración, el testimonio de vida y la solicitud pastoral, hacer que no se pierdan estas vocaciones.
Seguid siendo testigos creíbles de solidaridad y generosos constructores de paz. En efecto, nuestro mundo, cada vez más interdependiente, y que sin embargo sufre profundas y constantes divisiones, tiene gran necesidad de auténtica paz. La amada nación italiana también tiene necesidad de concordia social y de búsqueda sincera del bien común, para reforzarse interior y socialmente y para dar toda su contribución a la construcción de relaciones internacionales más justas y solidarias.
5. En la carta que os escribí a vosotros, obispos italianos, hace ocho años, el 6 de enero de 1994, subrayé que "Italia como nación tiene muchísimo que ofrecer a toda Europa" (n. 4: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 14 de enero de 1994, p. 8). Reafirmo ahora esta convicción, precisamente cuando el proceso de construcción de la "casa común" europea ha entrado en una fase particularmente importante, con vistas a la definición de sus perfiles institucionales y de su ampliación a las naciones de Europa central y oriental.
Amadísimos hermanos en el episcopado, Italia, en virtud de su historia, de su cultura y de su actual vitalidad cristiana, verdaderamente puede desempeñar un gran papel para que la Europa que se está construyendo no pierda sus raíces espirituales, sino que, por el contrario, encuentre en la fe vivida de los cristianos inspiración y estímulo en su camino hacia la unidad. Dedicaros a esta finalidad forma parte de vuestra misión de obispos italianos.
6. Os dirijo a todos, y en particular al cardenal Camillo Ruini, vuestro presidente, a los tres vicepresidentes y a monseñor Giuseppe Betori, el secretario general, mi fraterno y afectuoso saludo. Que esta asamblea general, en la que os ocuparéis especialmente del tema más importante y fundamental, que es el anuncio de Jesucristo, único Salvador y Redentor, en el marco del actual pluralismo cultural y religioso, sea para cada uno de vosotros una intensa y gozosa experiencia de comunión, de la que reciba un nuevo impulso para el compromiso diario de nuestro ministerio.
Me uno a vuestra oración y, juntamente con vosotros, recuerdo ante el Señor a cada una de vuestras Iglesias, a vuestros amados sacerdotes, a los diáconos y a los seminaristas, a los religiosos y las religiosas, a los fieles laicos y a sus familias, a las autoridades y a todo el pueblo italiano.
Como prenda de mi afecto, imparto a todos la bendición apostólica, propiciadora de la continua asistencia divina.
Vaticano, 20 de mayo de 2002
JUAN PABLO II
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