DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LA XVII CONFERENCIA INTERNACIONAL SOBRE LA PASTORAL DE LA SALUD
Jueves 7 de noviembre de 2002
Venerados hermanos en el episcopado y el sacerdocio;
amadísimos hermanos y hermanas:
1. Me alegra encontrarme con vosotros, con ocasión de la XVII Conferencia internacional organizada por el Consejo pontificio para la pastoral de la salud.
Os dirijo a cada uno mi saludo cordial. Saludo, en particular, al arzobispo monseñor Javier Lozano Barragán, presidente del Consejo pontificio para la pastoral de la salud, a quien agradezco las amables palabras con que se ha hecho intérprete de los sentimientos de todos y ha explicado las finalidades de la Conferencia. Me alegra que vuestro dicasterio lleve a cabo esta iniciativa anual, que constituye un importante momento de profundización y confrontación, así como de diálogo entre el ámbito eclesial y el civil, con una finalidad prioritaria como es la salud.
El tema de esta Conferencia -"La identidad de las instituciones sanitarias católicas"-, es de gran importancia para la vida y la misión de la Iglesia. En efecto, al realizar la obra de evangelización, ha unido siempre, a lo largo de los siglos, la asistencia y el cuidado de los enfermos con la predicación de la buena nueva (cf. Dolentium hominum, 1).
2. Siguiendo fielmente las enseñanzas de Cristo, Médico divino, algunos de los santos de la caridad y de la hospitalidad, como san Camilo de Lelis, san Juan de Dios y san Vicente de Paúl, fundaron hospicios para la hospitalización y la asistencia, anticipando lo que serían los hospitales modernos. Así, la red de las instituciones sociosanitarias católicas se ha venido constituyendo como respuesta de solidaridad y caridad de la Iglesia al mandato del Señor, que envió a los Doce a anunciar el reino de Dios y a curar a los enfermos (cf. Lc 9, 6).
Desde esta perspectiva, os agradezco los esfuerzos que estáis realizando para dar nuevo impulso a la Confederatio internationalis catholicorum hospitalium, organismo idóneo para responder cada vez mejor a las numerosas cuestiones que interpelan a cuantos trabajan en los diferentes sectores del mundo de la salud. Por tanto, aliento al Consejo pontificio para la pastoral de la salud a sostener los esfuerzos que está realizando la Confederación, para que el servicio de caridad prestado por los hospitales católicos se inspire constantemente en el Evangelio.
3. Para comprender a fondo la identidad de estas instituciones sanitarias, es preciso ir al núcleo de lo que constituye la Iglesia, donde la ley suprema es el amor. Así, las instituciones católicas de la sanidad se transforman en testimonio privilegiado de la caridad del buen Samaritano, puesto que, al curar a los enfermos, cumplimos la voluntad del Señor y contribuimos a la realización del reino de Dios. De este modo, expresan su verdadera identidad eclesial.
Por tanto, es necesario volver a considerar desde este punto de vista "la función de los hospitales, de las clínicas y de las casas de salud: su verdadera identidad no es sólo la de instituciones en las que se atiende a los enfermos y moribundos, sino ante todo la de ambientes en los que el sufrimiento, el dolor y la muerte son considerados e interpretados en su significado humano y específicamente cristiano. De modo especial esta identidad debe ser clara y eficaz en los institutos regidos por religiosos o relacionados de alguna manera con la Iglesia" (Evangelium vitae, 88).
4. En la carta apostólica Novo millennio ineunte, refiriéndome a las numerosas necesidades que, en nuestro tiempo, interpelan la sensibilidad cristiana, recordé también a cuantos carecen de la asistencia médica más elemental (cf. n. 50). La Iglesia mira con particular solicitud a estos hermanos y hermanas, dejándose inspirar por una renovada "creatividad de la caridad" (cf. ib.).
Espero que las instituciones sanitarias católicas y las instituciones públicas colaboren eficazmente, unidas por el deseo común de servir al hombre, especialmente al más débil o al que de hecho no tiene seguridad social.
Queridos hermanos, con estos deseos, os encomiendo a todos a la protección maternal de la santísima Virgen, Salus infirmorum, a la vez que, expresándoos mis mejores deseos para vuestro servicio eclesial y para vuestra actividad profesional, os imparto de corazón a vosotros, así como a vuestros familiares y a vuestros seres queridos, una especial bendición apostólica.
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