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MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS PARTICIPANTES EN LA XVII ASAMBLEA GENERAL
DE CÁRITAS INTERNACIONAL

 

A monseñor Fouad EL-HAGE
Presidente de Cáritas internacional

1. En el momento en que se reúne en Roma la XVII asamblea general de Cáritas internacional, saludo cordialmente a los participantes, que representan a todas las organizaciones miembros de Cáritas esparcidas por el mundo. En esta ocasión, quiero manifestar una vez más mi gratitud a vuestra organización por poner en práctica, de forma activa y competente, el precepto de la caridad y por su trabajo generoso en el mundo entero, sobre todo al servicio de los más necesitados.

2. El tema que habéis elegido para profundizar durante esta asamblea, "Globalizar la solidaridad", es una respuesta directa a la llamada que hice en la carta apostólica Novo millennio ineunte, invitando a "la práctica de un amor activo y concreto con cada ser humano" (n. 49) y evocando "la hora de una nueva "creatividad de la caridad" que promueva no tanto y no sólo la eficacia de las ayudas prestadas, sino la capacidad de mostrarse cercanos y solidarios con quien sufre, para que el gesto de ayuda no sea percibido como limosna humillante, sino como un compartir fraterno" (n. 50). Ojalá que, gracias a vuestros intercambios y a vuestros trabajos, encontréis caminos concretos para realizar este objetivo, tan querido para mí.

3. El proyecto es ambicioso, pues tiene en cuenta los desafíos urgentes que plantea el mundo actual, marcado por un elevado número de intercambios que crean cada vez más vínculos de interdependencia entre los sistemas, las naciones y las personas, pero también amenazado por la fragmentación, el aislamiento y las oposiciones violentas, como lo ha mostrado el recrudecimiento del terrorismo. Ante esta situación, ciertamente no hay tiempo que perder; resulta evidente que ya no es posible concebir políticas o programas que se limiten a un aspecto parcial de los problemas, ignorando lo que viven los demás. La globalización se ha convertido en el horizonte obligado de toda política, y esto vale especialmente por lo que concierne al mundo de la economía, así como a los campos de la asistencia y la ayuda internacionales.

4. Para que la solidaridad sea global, es necesario que tenga efectivamente en cuenta a todos los pueblos de las diversas regiones del mundo. Esto exige aún muchos esfuerzos y, sobre todo, sólidas garantías internacionales con respecto a las organizaciones humanitarias, frecuentemente alejadas, a pesar suyo, de las zonas de conflicto, puesto que ya no se les garantiza la seguridad y no se les asegura el derecho de prestar asistencia a las personas.

Globalizar la solidaridad requiere también trabajar en relación estrecha y constante con las organizaciones internacionales, garantes del derecho, para equilibrar de un modo nuevo las relaciones entre los países ricos y los países pobres, a fin de que se terminen las relaciones de asistencia en sentido único, que a menudo contribuyen a acentuar más el desequilibrio por un mecanismo de deuda permanente. Convendría, más bien, realizar una verdadera colaboración, fundada en relaciones recíprocas de igualdad, reconociendo el derecho de cada uno a gestionar efectivamente las opciones que atañen a su futuro.

5. Es importante añadir que querer la globalización de la solidaridad no sólo requiere adaptarse a las nuevas exigencias de la situación internacional o a las modificaciones de la aplicación de las leyes del mercado, sino que constituye ante todo una respuesta a los apremiantes llamamientos del Evangelio de Cristo. Para nosotros, los cristianos, pero también para todos los hombres, esto exige un verdadero camino espiritual, la conversión de las mentalidades y de las personas. Para que la ayuda ofrecida al otro no sea ya la limosna del rico al pobre, humillante para este último y tal vez motivo de orgullo para el primero, para que se transforme en una comunión fraterna, es decir, en el reconocimiento de una verdadera igualdad entre nosotros, debemos "recomenzar desde Cristo" (Novo millennio ineunte, 29), arraigar nuestra vida en el amor de Cristo, que nos ha hecho hermanos suyos. Como el apóstol san Pedro, comprendemos que "Dios no hace acepción de personas" (Hch 10, 34) y que, por eso, el servicio de la caridad debe ser universal.

La acogida de todos los que se encuentran en dificultades es desde hace mucho tiempo la regla de vuestra acción en todos los lugares y en todos los países donde se ejerce, directa o indirectamente, la actividad de Cáritas. Es importante trabajar ahora para sensibilizar a todos los hombres sobre esta tarea, a fin de que cada persona, dado que tiene la misma dignidad y los mismos derechos de sus semejantes, pueda esperar las mismas ayudas.

6. A la vez que os invito a dirigiros a Cristo, buen samaritano de nuestra humanidad  herida  (cf. Lc 10, 30-36), sin el cual no podemos hacer nada (cf. Jn 15, 5), os encomiendo a la intercesión de la Virgen María, atenta, ya en Caná, a discernir las expectativas de los hombres, para que acompañe con su oración vuestros trabajos. Os imparto de todo corazón una particular bendición apostólica.

Vaticano, 4 de julio de 2003

JUAN PABLO II



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