DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL SEGUNDO GRUPO DE OBISPO DE FILIPINAS EN VISITA "AD LIMINA"
Jueves 9 de octubre de 2003
Eminencia;
queridos hermanos en el episcopado:
1. Con ocasión de vuestra visita ad limina Apostolorum os doy cordialmente la bienvenida a vosotros, obispos filipinos de las provincias de Cáceres, Cápiz, Cebú, Jaro y Palo. Sois el segundo de los tres grupos que están haciendo esta solemne peregrinación a la ciudad de los apóstoles san Pedro y san Pablo. Oro fervientemente a Dios para que vuestro tiempo junto "al Sucesor de Pedro" y a quienes lo asisten en su ministerio pastoral sea fuente de renovado celo y fuerza para vosotros cuando volváis a vuestras respectivas Iglesias locales. Me complace especialmente saludar al cardenal Vidal, y le agradezco los sentimientos que me ha transmitido de parte de los obispos, del clero, de los religiosos y de los fieles laicos de vuestras diócesis.
Como dije al primer grupo de obispos de Filipinas, los significativos acontecimientos eclesiales del segundo Concilio plenario celebrado en 1991 y más recientemente de la Consulta pastoral nacional sobre la renovación eclesial han tenido efectos positivos y duraderos en la vida de los católicos filipinos. El Concilio plenario destacó la necesidad de tres iniciativas pastorales fundamentales: llegar a ser una Iglesia de los pobres, transformarse en una comunidad de discípulos del Señor, y comprometerse en una evangelización integral renovada. En efecto, el desafío de realizar plenamente este triple plan sigue infundiendo nueva vida en la Iglesia y en la sociedad filipina en general. Habiendo desarrollado ya el tema de la Iglesia de los pobres en mis palabras al primer grupo de obispos, centro ahora mi atención en la segunda prioridad: transformarse en una verdadera comunidad de discípulos del Señor.
2. La Consulta pastoral nacional presenta a la Iglesia en Filipinas como "la comunidad de discípulos que cree firmemente en el Señor Jesús y vive gozosamente en armonía y solidaridad con los demás, con la creación y con Dios" (Declaración sobre la vida y la misión de la Iglesia en Filipinas). Esto trae a la memoria lo que enseña Jesús en el evangelio de san Juan, cuando explica que ser discípulo del Señor no es una decisión extraña, sino una respuesta seria y amorosa a una invitación personal: "No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros, y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto permanezca. (...) Lo que os mando es que os améis los unos a los otros" (Jn 15, 16-17). El modo como los discípulos expresan su amor es uno de los numerosos temas que vosotros y vuestros hermanos en el episcopado habéis tratado de afrontar, enseñando claramente que, para llegar a ser verdaderos seguidores de Cristo, se requiere una "formación integral en la fe". De hecho, sólo a través de este seguimiento auténtico, basado en la solidaridad amorosa, los filipinos pueden comenzar a resolver la preocupante dicotomía entre fe y vida, que afecta a numerosas sociedades modernas.
3. En mi exhortación apostólica postsinodal Ecclesia in Asia recordé el orgullo que los asiáticos sienten por sus valores religiosos y culturales, como el amor al silencio, la contemplación, la sencillez y la armonía, por nombrar sólo algunos. "Todo esto indica una intuición espiritual innata y una sabiduría moral típica del alma asiática" (n. 6). Esta "intuición espiritual" está claramente testimoniada en los profundos sentimientos religiosos del pueblo filipino y es terreno fértil en el que se puede alimentar la disposición que lleva a todo cristiano a un seguimiento más auténtico de Cristo. Vuestra carta pastoral sobre la espiritualidad explica que este compromiso centrado en Cristo define a vuestro pueblo como peregrino en camino a su verdadera morada. La asistencia regular a la misa dominical, la participación diligente en las actividades y fiestas parroquiales, la admirable devoción mariana y el gran número de santuarios nacionales en vuestro país son sólo algunos ejemplos de la rica herencia cristiana que constituye una parte integrante de la vida y la cultura de vuestra nación. No obstante estos aspectos positivos, existen aún ciertas contradicciones entre los cristianos y la sociedad filipina en general. Sólo podéis rectificar esas incongruencias si estáis totalmente abiertos al espíritu de Cristo, yendo al mundo y transformándolo en una cultura de justicia y paz (cf. Apostolicam actuositatem, 4).
4. Para cumplir estos nobles propósitos es necesario que os comprometáis a preparar a los fieles laicos a ser verdaderos discípulos para el mundo. Los pastores de las Iglesias locales deben asegurar que los laicos cuenten con programas de espiritualidad y catequesis para prepararlos a esta misión. Me anima ver que de diversas maneras la Iglesia en Filipinas se esfuerza por cumplir esta responsabilidad. Lo demuestran no sólo las oportunidades educativas ofrecidas por muchas diócesis, sino también las diversas organizaciones laicas y las pequeñas comunidades de fe y movimientos que están prosperando en vuestro país. Aunque estos grupos puedan parecer bastante diversos a simple vista, de hecho "se puede encontrar una amplia y profunda convergencia en la finalidad que los anima" (Christifideles laici, 29). Es el caso específico de los grupos que están comprometidos activamente en la vida parroquial y mantienen una relación de apertura y comunicación cordial entre sí, con sus presbíteros y con sus obispos. Como enseña Cristo: "En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os tenéis amor los unos a los otros" (Jn 13, 35).
5. Una de las principales contribuciones que la Iglesia puede dar para garantizar una sólida preparación de los laicos consiste en asegurar que los seminarios y las casas religiosas formen a los futuros sacerdotes para que sean discípulos entregados a la Palabra y a los sacramentos. Es un proceso complejo, que comienza ya con una selección adecuada de los candidatos. A este respecto, os recomiendo a vosotros y a vuestros sacerdotes que busquéis activamente jóvenes buenos, fervorosos y equilibrados para el sacerdocio y los estimuléis a no tener miedo a "remar mar adentro" para una pesca de inestimable valor (cf. Novo millennio ineunte, 1).
Una vez seleccionado el candidato, comienza el proceso de prepararlo para que sea sacerdote bueno y santo. Esto exige que "vayan en perfecta armonía la formación espiritual y la preparación doctrinal de los alumnos en el seminario" (Código de derecho canónico, c. 244) y que sean dirigidos por formadores bien preparados. Podemos hablar de los diversos tipos de formación: la formación humana, que ayuda al candidato a vivir y a interiorizar las virtudes sacerdotales, especialmente la sencillez, la castidad, la prudencia, la paciencia y la obediencia; la formación intelectual, que destaca la importancia del estudio profundo de la filosofía y la teología, manteniéndose siempre fiel a las enseñanzas del Magisterio; la formación pastoral, que capacita al candidato para aplicar los principios teológicos a la praxis pastoral; y la formación espiritual, que subraya la necesidad fundamental de la celebración regular de los sacramentos, especialmente del sacramento de la penitencia, junto con la oración personal y devota, y una dirección espiritual frecuente (cf. Pastores dabo vobis, 43-59; Código de derecho canónico, c. 246). En efecto, cualquier curso de formación sacerdotal que ofrezca estos elementos preparará ministros que hagan el gozoso esfuerzo de fidelidad al Señor y de un incansable servicio a su grey (cf. Pastores dabo vobis, 82).
6. El Concilio pastoral nacional afrontó detenidamente la necesidad de apoyar y ayudar a los sacerdotes en su ministerio y resolvió "buscar modos creativos de formación permanente" para el clero (Actas y discursos del NPCCR, enero de 2001, p. 59). Esto puede compararse con la renovación continua "en el espíritu y en la mente", sobre la que escribió san Pablo en su carta a los Efesios (cf. Ef 4, 23-24). Como la formación de los seminaristas, también la formación sacerdotal exige un enfoque "armoniosamente equilibrado", que siempre promueva las virtudes sacerdotales de la caridad, la oración, la castidad y la celebración fiel de la liturgia, prácticas a menudo descuidadas o, incluso, rechazadas por la cultura moderna y los medios de comunicación.
El clero hoy debe evitar adoptar la concepción secular del sacerdocio como "profesión", "carrera" y medio para ganarse la vida. Más bien, el clero debe considerar el sacerdocio como una vocación al servicio desinteresado y amoroso, abrazando sin reservas el "estimado don del celibato" y todo lo que implica. A este respecto, deseo poner de relieve que el celibato ha de considerarse como parte integral de la vida exterior e interior del sacerdote, y no sólo como un antiguo ideal que debe respetarse (cf. Presbyterorum ordinis, 16). Lamentablemente, el estilo de vida de algunos sacerdotes ha sido un antitestimonio, contrario al espíritu de los consejos evangélicos, que deberían formar parte de la espiritualidad de todo sacerdote. El comportamiento escandaloso de unos pocos ha minado la credibilidad de muchos. Deseo que sepáis que soy consciente de que habéis intentado afrontar este problema con delicadeza, y os animo a no perder la esperanza. El verdadero seguimiento de Cristo requiere amor, compasión y, a veces, disciplina estricta para servir al bien común. Sed siempre justos y misericordiosos.
7. Queridos hermanos en el episcopado, mientras os preparáis para volver a vuestro país, os dejo estas reflexiones, convencido de que seguiréis guiando eficazmente a vuestro pueblo en la peregrinación del auténtico seguimiento de Cristo, que dura toda la vida. Que os consuele el hecho de que no estáis solos en este camino, pues nuestra amada Madre María, la Estrella de la mañana que ilumina nuestra vida y disipa la oscuridad de la noche, os acompaña, guiándoos a vosotros y a vuestros fieles hacia la nueva aurora (cf. Carta pastoral sobre la espiritualidad filipina). Como prenda de alegría y paz en su Hijo, el Santo Niño, os imparto mi bendición apostólica.
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