DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS JÓVENES DE LA DIÓCESIS DE ROMA
QUE PARTICIPARON EN LA MISIÓN "JESÚS EN EL CENTRO"
Sábado 9 de octubre de 2004
Amadísimos jóvenes:
1. Es para mí una alegría acogeros mientras está a punto de concluir la Misión a los adolescentes y jóvenes, bajo el título muy hermoso y comprometedor "Jesús en el centro", y el encuentro de los representantes de los grupos juveniles europeos de Adoración eucarística.
Os saludo a todos con afecto. En particular, agradezco al cardenal Camillo Ruini las amables palabras con las cuales ha ilustrado el valor y los objetivos de estas iniciativas, promovidas por el Servicio diocesano para la pastoral juvenil de Roma. Extiendo mi cordial saludo a los obispos y sacerdotes presentes, así como a todos los que, de diversas maneras, han animado las celebraciones, los encuentros y las actividades de estos días.
2. El Año de la Eucaristía ya está a las puertas, y estas iniciativas pastorales, en las que han participado numerosos jóvenes de Italia, de Europa y de Estados Unidos, nos introducen en este tiempo especial de gracia para toda la Iglesia.
Eucaristía y misión son dos realidades inseparables, como subraya el apóstol san Pablo: "Cada vez que coméis este pan y bebéis esta copa, anunciáis la muerte del Señor hasta que venga" (1 Co 11, 26). En efecto, la Eucaristía es el memorial de la ofrenda redentora de Jesús al Padre por la salvación de los hombres. A través del sacrificio en la cruz, Jesús "realiza" la Eucaristía, es decir, da gracias al Padre. Este misterio pide que cada uno de nosotros dé gracias con Cristo al Padre, no tanto con las palabras cuanto con nuestra misma vida unida a la suya.
3. Por tanto, no existe auténtica celebración y adoración de la Eucaristía que no conduzca a la misión. Al mismo tiempo, la misión presupone otro rasgo eucarístico esencial: la unión de los corazones. La misión que estáis llevando a cabo durante estos días en Roma es un ejemplo de comunión entre numerosas asociaciones laicales juveniles de la diócesis de Roma, parroquias, sacerdotes, religiosas y religiosos, y seminaristas. Precisamente porque habéis compartido la preparación y la realización de estas iniciativas, os habéis convertido en protagonistas de experiencias que dejarán una huella profunda no sólo en vosotros, sino también en muchos de vuestros coetáneos con los que os habéis encontrado en las escuelas, plazas, calles, hospitales e iglesias.
Deseo que esta hermosa experiencia pastoral, auténtica escuela de comunión y de nueva evangelización, prosiga y se amplíe. Os animo a hacer que la creatividad y la generosidad demostradas durante estos días se conviertan en un estímulo para toda la Iglesia de Roma a mantener vivo su espíritu misionero.
4. En esta especial circunstancia deseo confiaros algunas consignas. Ante todo, el amor a la Eucaristía. No os canséis jamás de celebrarla y adorarla, junto con toda la comunidad cristiana, sobre todo el domingo. Ponedla en el centro de vuestra vida personal y comunitaria, para que la comunión con Cristo os ayude a realizar opciones valientes.
En segundo lugar, la pasión misionera. No tengáis miedo de dar razón de vuestra esperanza (cf. 1 P 3, 15), una esperanza que tiene un nombre muy preciso: Jesucristo. Es necesario transmitir esta esperanza a vuestros coetáneos, saliendo a buscarlos, ofreciéndoles verdadera amistad y acogida, conduciéndolos a descubrir el gran don de la Eucaristía.
5. Por último, para facilitar el encuentro del mundo juvenil con una verdadera espiritualidad eucarística, no os canséis jamás de formaros en la escuela de la escucha de la palabra de Dios, de la oración y de la celebración de los sacramentos. Recordad siempre que el primer lugar de la evangelización es la persona humana, hacia la que nos impulsa la Eucaristía, pidiéndonos capacidad de escucha y de amor. Así, también vuestros amigos podrán acoger en su corazón, como María, "mujer eucarística" (cf. Ecclesia de Eucharistia, 53), el Verbo que se hizo carne y puso su morada entre nosotros. Con este fin, exhorto al Servicio diocesano para la pastoral juvenil a estudiar nuevas propuestas para crear auténticas escuelas de evangelización para los jóvenes.
Mientras prosigue el camino de preparación de la XX Jornada mundial de la juventud, que tendrá por tema: "Hemos venido a adorarlo" (Mt 2, 2), deseo desde ahora que ese encuentro sea una renovada ocasión para reflexionar, apoyaros y profundizar juntos en el Misterio que celebráis y adoráis, y para buscar juntos caminos y modos para vivirlo concretamente.
6. Amadísimos jóvenes, gracias por lo que sois y por todo lo que realizáis por Cristo y por la Iglesia. Os aseguro mi recuerdo ante el Señor durante la celebración de la santa misa y la adoración eucarística, que, desde los años de mi juventud, practico constantemente. Sabed que he obtenido siempre de ella grandes frutos de bien, no sólo para mí personalmente, sino también para todos los que la Misericordia divina me ha confiado.
Con afecto os bendigo junto con cuantos os habéis encontrado durante estos días y con todos vuestros amigos. ¡Que Jesús esté siempre en el centro de vuestra existencia!
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