DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS PARTICIPANTES EN LA REUNIÓN
DE LA PONTIFICIA COMISIÓN PARA AMÉRICA LATINA
Viernes 21 de enero de 2005
Señores Cardenales,
Queridos hermanos en el episcopado:
1. Con inmenso gozo os saludo a todos, Consejeros y Miembros de la Pontificia Comisión para América Latina, participantes en esta Reunión Plenaria, que tiene como tema: “La Misa dominical, centro de la vida cristiana en América Latina”. Vuestro Continente ocupa un lugar muy especial en mi corazón, tanto por el gran número de católicos como por la vitalidad religiosa que caracteriza a los países que lo integran. Personalmente conservo un grato recuerdo de mis visitas pastorales a vuestras tierras.
Agradezco mucho al Cardenal Giovanni Battista Re las amables y expresivas palabras que me ha dirigido presentándome los trabajos de estos días.
2. Me complace que en ese año dedicado a la Eucaristía, hayáis querido reflexionar acerca de las diversas iniciativas para “redescubrir y vivir plenamente el domingo como día del Señor y día de la Iglesia” (Carta apostólica Mane Nobiscum Domine, 3). No ha sido la Iglesia quien ha elegido este día, sino el mismo Cristo Resucitado, y por ello, los fieles deben acogerlo con gratitud, haciendo del domingo el signo de su fidelidad al Señor y un elemento irrenunciable de la vida cristiana.
3. Ya en mi Carta apostólica Dies Domini escribí: “es de importancia capital que cada fiel esté convencido de que no puede vivir su fe, con la participación plena en la vida de la comunidad cristiana, sin tomar parte regularmente en la asamblea de la eucaristía dominical”. Participar en la Misa dominical no es sólo una obligación importante, como señala claramente el Catecismo de la Iglesia Católica (cf. 1389), sino, ante todo, una exigencia profunda de cada fiel. No se puede vivir la fe sin participar habitualmente en la Misa dominical, sacrificio de redención, banquete común de la Palabra de Dios y del Pan eucarístico, corazón de la vida cristiana.
4. La importancia del tema exige de nosotros, Pastores de la Iglesia, un renovado esfuerzo por hacer descubrir la centralidad del domingo en la vida eclesial y social de los hombres y mujeres de hoy. Para todos los Obispos y sacerdotes es un reto convocar a los fieles a una constante participación en la Eucaristía dominical, encuentro con Cristo vivo.
Por ello es necesario concentrar los esfuerzos en una mejor y más cuidada instrucción y catequesis de los fieles sobre la Eucaristía, así como velar para que la celebración sea digna y decorosa, de modo que inspire respeto verdadero y piedad auténtica ante la grandeza del Misterio Eucarístico.
La Misa dominical debe ser convenientemente preparada por el celebrante, con su disposición espiritual, traslucida después en los gestos y palabras y preparando convenientemente la homilía. Especial atención también hay que dedicar a la selección y preparación de los cantos, signos y otros recursos que enriquecen la liturgia, siempre dentro del respeto debido a la normas establecidas, valorando toda la riqueza espiritual y pastoral del Misal Romano y las disposiciones propuestas por la Congregación para el Culto divino y la disciplina de los Sacramentos.
5. Os invito, pues, a que, en unión con los sacerdotes, religiosos y fieles, pongáis el mayor empeño en reflexionar y profundizar en esta dimensión esencial de la vida sacramental de la Iglesia y trabajéis para despertar un amor cada vez más grande por el Misterio eucarístico en las diócesis. No es una tarea fácil, y por ello se requiere la colaboración de todos: presbíteros y diáconos, consagrados y fieles que están presentes en las parroquias o pertenecen a asociaciones o movimientos eclesiales. ¡Aceptad la colaboración de todos, unid los esfuerzos y trabajad en comunión!
6. Pongo todos estos deseos y los propósitos surgidos en esta Reunión Plenaria a los pies de la Santísima Virgen María, venerada en toda América con la advocación de Guadalupe. A Ella debemos imitar en su relación con este Santísimo Sacramento (cf. Carta apostólica Mane Nobiscum Domine, 31). Que Ella interceda por los frutos de las reflexiones de estos días, de modo que las conclusiones alcanzadas, se plasmen en una acción más decidida y firme por hacer que cada vez más los fieles amen a Jesús, presente en la Eucaristía, y aprovechen los frutos de incalculable valor que pueden obtener por su participación en este Misterio.
Con estos sentimientos, os imparto de corazón la Bendición Apostólica.
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