JUAN XXIII
AUDIENCIA GENERAL
Basílica Vaticana
Miércoles 1 de agosto 1962
(A pocas horas de la solemne capilla papal fúnebre en sufragio del cardenal Acacio Coussa, el Papa vuelve a la basílica vaticana para la audiencia general. Antes de dirigir su exhortación a los numerosos grupos presentes —entre los cuales destacaba la peregrinación internacional de "los servidores del altar"— el Augusto Pontífice recuerda una vez más, al ilustre purpurado.)
Queridos hijos:
Apenas se han apagado los cirios que rodeaban el féretro del llorado y benemérito cardenal Acacio Coussa. Pero no se apagará en los ánimos el eco dulcísimo de las melodías orientales del rito bizantino, que se han entonado en la capilla papal en sufragio de su alma bendita.
¡Qué espectáculo tan emocionante! El Oriente y el Occidente se han dado cita en el templo máximo de la cristiandad, junto al Sucesor de San Pedro, para realizar un rito que, aún más que los otros, aviva en los fieles el amor a la santa Iglesia —que enarbola sus pabellones por toda la Tierra—, el amor a la Iglesia que triunfa ya en la eternidad y a los hermanos que esperan de la misericordia del Señor que se les abran las puertas del reino de la bienaventuranza.
Las hemos oído cantar esta mañana, al final de la ceremonia, las bienaventuranzas. Esta es la vida del cristiano aquí abajo: prontitud para acoger la palabra de Dios, generosidad para ponerla en práctica, confianza en que se cumplan las promesas de aquellas ocho bienaventuranzas anunciadas por Cristo sobre el monte, y vividas por tantos y tantos discípulos suyos, de todas las épocas de la Historia y de todos los países de la Tierra.
El cardenal Coussa había nacido en Alepo de Siria; pertenecía al noble rito melquita; siguió, siendo joven, la vocación a la vida monástica; fue un hombre de oración, de contemplación y de estudio. En su madurez, siguiendo las indicaciones de la obediencia, fue también hombre de acción.
La Iglesia católica entera bendice y bendecirá su memoria, especialmente por los servicios realizados aquí en Roma, y desde Roma al Oriente y al Occidente.
Pero queremos notar, queridos hijos, que Nos le damos gracias también por el ejemplo final que ha dado a todos de cómo ha escuchado la invitación del Señor:Euge,euge. Ha escuchado la última llamada con prontitud generosa, sin sollozos, con un gran corazón y la mirada tranquila.
Así le saludamos hace cinco días en el lecho de sus sufrimientos, asegurándole que le llevaríamos con Nos al Concilio, o en la plenitud de sus funciones de cardenal de la santa Iglesia romana, o en el piadoso recuerdo, con la certeza de los gozos eternos que el Señor le reservaba.
* * *
La blanca escuadra de "servidores del altar" Nos llena singular complacencia, y caracteriza esta audiencia del primer día de agosto
Queridos hijos. El saber que cada uno de vosotros, en la flor de la edad juvenil, presta servicio, de forma distinguida y competente, junto al sacerdote que celebra los divinos misterios, Nos procura una gran consolación, y deseamos manifestarlo ante la multitud de fieles aquí presentes que, ciertamente, os miran con admiración.
Esta mañana habéis venido a hacernos escuchar el palpitar de vuestra fe, de la que habéis ofrecido elocuentes pruebas durante las manifestaciones litúrgicas, celebradas en esta Roma de los Pontífices y de los mártires.
Y ahora aquí tenéis las palabras que esperáis y que sabréis acoger con gozo y llevarlas a la práctica con fervor.
El lema Nos lo ha sugerido una noble figura del Antiguo Testamento, el joven Samuel, que, revestido de blanca túnica, servía al Señor en el templo de Jerusalén, entre los levitas (1 Reyes, 2,18).
Aquel ejemplo, lleno de fascinación interior y de edificación para el pueblo de Dios, se ha repetido a lo largo de los siglos y continúa renovándose.
Ya en la Iglesia primitiva los jóvenes eran admitidos al servicio del altar: en las asambleas litúrgicas, leían los escritos de los profetas y de los apóstoles; y cuando el lector había concluido, el obispo, con una exhortación, los explicaba y animaba a los fieles a conformar su vida con las enseñanzas, que en ellos se contenían. (Cf.S. Justino Apol.I, 67;PG6, 430.)
Luego cuando las lecturas fueron reservadas a los ministros sagrados, Nuestro Predecesor San Gregorio Magno, se preocupó de organizar a los jóvenes enscholae cantorumpara desempeñar el oficio del canto a ellos confiado. A estas dos categorías se añadió bien pronto, una tercera, la de los servidores, los cuales, especialmente en los monasterios, gozaban de singulares cuidados. Con frecuencia, ofrecidos pequeños aún al Señor, estos muchachos eran instruidos en el santo servicio y en las ciencias humanas y divinas. Investigando en el curso de los siglos, el desarrollo de estas providenciales instituciones, serán muchos motivos de edificación y aliento.
En los tiempos modernos deseamos recordar el impulso dado Por San Pío X a la participación activa de los seglares en los sagrados misterios. Ya cuando él era patriarca de Venecia, en su carta pastoral del 1 de mayo de 1895, quiso referirse a la antigua tradición de los “Pueri cantores” para la ejecución de los cantos propios de las voces blancas, asociando a niños y jóvenes al canto litúrgico. Siendo Sumo Pontífice extendió a toda la Iglesia su providencial innovación (Motu proprio Tra le sollecitudini, 22 de noviembre de 1903, núm. 23; Actas de Pío X, vol. 1, Roma 1905, págs. 83-86).
También Nuestro inmediato Predecesor de venerada memoria, Pío XII, alentó en muchas ocasiones el servicio litúrgico realizado por niños y jóvenes: tanto en la encíclica Mediator Dei, como en la "Instrucción sobre la Música Sagrada y la Sagrada Liturgia". En esta última afirmaba que: "Los seglares, tanto niños como jóvenes o adultos, cuando son encargados por la autoridad eclesiástica para el servicio del altar y la ejecución de la música sagrada, si realizan su servicio en la forma y manera establecidas por las rúbricas; ejercitan también ellos un ministerio directo, pero delegado (93 c. AAS., 50, 1958, página 656).
Lo veis, queridos hijos, ¡cuántos cuidados ha tenido la Iglesia siempre con vosotros!
Nuestro ánimo se alegra de ver que no sólo los pequeños forman corona ante el altar, sino también jóvenes y adolescentes, cada vez más numerosos, perseveran en este santo servicio.
Aquello que proponíamos a los jóvenes de Acción Católica, y a los "Pueri chorales" de Nuestra querida Venecia, en 1957, hoy os lo confiamos a vosotros, "Iuvenes Ministrantes". No contentaos con realizar únicamente un ordenado servicio en las ceremonias y un exquisito canto litúrgico; sed preciosos colaboradores del clero en la obra de difusión y educación del espíritu litúrgico; sed en vuestras parroquias "la escuela principal de una perfecta educación religiosa y civil, si es verdad, como lo es —decíamos entonces— que la "schola divini sevitii" es ante todo un tratado de buena formación, y una preparación para una buena conducta, un acertado silencio y una fervorosa oración ante Dios y ante los hombres".
Corno el de los lectores Aurelio y Celerino de Cartago, vuestro servicio será, de esta manera, una solemne profesión de fe ante la asamblea de los fieles (San Cipriano, Ep. 34;PL., 4, 323).
El mismo hábito especial que lleváis durante las funciones sagradas, sea para vosotros constante recuerdo para vivir en gracia de Dios y servirle dignamente y con ánimo generoso; la blancura de los roquetes y de las túnicas recuerda la pureza de corazón con que debéis prestar servicio al Señor.
Como conclusión de Nuestras palabras, surge espontánea la pregunta, ¿qué espera la Iglesia de vosotros?
Queridos hijos. Ante todo confía en que sepáis hacer del culto litúrgico apostolado de oración y de ejemplo. Pues, al participar de forma decorosa y devota en las funciones sagradas, al alternar el canto con los fieles, al dirigir las oraciones de la asamblea, realizáis un verdadero apostolado, pues prestáis ayuda a la acción más sublime del sacerdocio.
En segundo lugar la Iglesia anima la obra de personal santificación de cada uno de vosotros, que es la más noble y deseable consecuencia de vuestro servicio. Muchos de vosotros os preparáis para vuestra tarea, participando en cursos de liturgia, de canto, de ceremonias y de dicción. A la par es intensa la preparación espiritual, a que os aplicáis para que sea siempre más abundante el fruto para vuestra alma, y más eficaz vuestro apostolado. Ya sabéis bien que, sirviendo al altar, participáis en el divino sacrificio de una manera más directa que los demás fieles, derramándose sobre vosotros un fruto especialísimo. Pues bien, en el intimo contacto con Jesús, Palabra vivificadora y Alimento substancial, vuestra fe se afianza, vuestra esperanza se eleva con dulce certeza, y la caridad se hace más ardiente. Siguiendo este camino dad vuestra contribución al feliz éxito del Concilio Ecuménico que quiere ser un Concilio para poner al día especialmente un profundo conocimiento y amor de la verdad revelada, el fervor de la piedad religiosa y la santidad de vida.
La Iglesia se presentará a todos los cristianos y a todos los hombres para invitarles a todos a subir al "Monte santo del Señor"; y vosotros, los primeros, estaréis al lado del sacerdote con el ejemplo y con la oración.
El gozo experimentado al principio de esta reunión se transforma ahora en gratitud al Señor, por habernos concedido contemplar este espectáculo de juventud llena de fe en los valores sobrenaturales.
Y gracias también a vosotros queridos sacerdotes, que con vivo celo os preocupáis de la formación de estos jóvenes; al paso que dedicamos un pensamiento lleno de tristeza y oraciones pora la memoria de vuestro compañero Walter Hermann, de la diócesis de Colonia trágicamente fallecido en estos días pasados, ya tan benemérito de la organización y feliz resultado de esta peregrinación, a la que él —todos lo esperamos— ha podido asistir desde los esplendores de la patria celestial.
Finalmente, acogiendo vuestros propósitos y deseos, invocamos sobre todos vosotros la intercesión de la Virgen Inmaculada, de vuestros santos patronos, San Tarsicio Mártir, San Dámaso y Santo Domingo Sabio; y al ofrecerlas al Padre celestial, dador de todo bien, queremos aseguraros Nuestro paternal agradecimiento, derramando sobre vosotros, vuestras familias y sobre todos los servidores del altar Nuestra Bendición Apostólica. Amén, amén.
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