JUAN XXIII
AUDIENCIA GENERAL
Plaza de San Pedro
Miércoles 5 de diciembre de 1962
La acostumbrada audiencia general del miércoles se transforma, el 5 de diciembre de 1962, en una memorable reunión plenaria de los Padres conciliares y del pueblo. El Papa se asoma desde su estudio privado y reza el Ángelus Domini .
Hijos míos, la Providencia nos acompaña. Como veis, todos los días hay progresos; no hacia abajo, sino hacia la mejoría. Poco a poco pasamos de la enfermedad a la convalecencia. Estamos ya en convalecencia. Vuestra presencia es para Nos motivo de gozo, de vigor, de fuerzas recobradas. Espectáculo nuevo el de hoy: la Iglesia reunida aquí en su representación completa. He aquí al Episcopado, he aquí a los sacerdotes, he aquí al pueblo cristiano. La familia está, pues, en pleno. Bendigamos al Señor por esta alegría y por esta unidad.
Queremos ayudarnos mutuamente a fin de que cada uno pueda seguir su camino. Estamos en la Novena de la Inmaculada Concepción. Antes de dejaros en este día, queremos invocar con vosotros a nuestra querida Madre, como abogada y ayuda poderosa de toda nuestra actividad.
El Concilio va a suspenderse durante varios meses, pero llevaremos siempre en nuestro corazón la dulzura de esta unión de todos nuestros hijos no sólo como representantes del clero y del pueblo, sino como representantes de todas las razas humanas del mundo entero, ya que el mundo entero ha sido redimido por Nuestro Señor Jesucristo.
A Ella, a nuestra Madre, encomendamos a la Santa Iglesia, nuestras familias, nuestra vida y nuestra salud, porque de todo ello tenemos necesidad para servir al Señor.
Hay una oración en la que están comprendidos y se recuerdan los diversos pensamientos que aquí hemos expresado.
Venerables hermanos en el Episcopado y todas cuantos aquí están representados, verdaderos y carísimos hermanos en el orden social, desde el más alto al más bajo y los de en medio, todos hermanos, todos formando la misma familia, os invito a recitar con voz concorde esta bellísima plegaria sugerida por la Iglesia:
“Bajo tu amparo nos ponemos, Santa Madre de Dios; no desprecies la plegaria que te dirigimos en nuestras necesidades, mas líbranos siempre de todos los peligros, Virgen gloriosa y bendita”.
Queridos hijos, todavía una bendición más...
Los consuelos del espíritu como este que vivimos y del que participamos son ocasión de perenne gozo, fuerza y aliento. Así sea; así sea.
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