JUAN XXIII
AUDIENCIA GENERAL
Basílica Vaticana
Miércoles 3 de abril de 1963
¡Queridos hijos de la Confederación Nacional de Agricultores! Gozamos íntimamente al daros la bienvenida paternal y al saludar en vosotros a las queridas poblaciones de los campos y de las colinas, cuyas virtudes humanas y cristianas Nos conocíamos desde los años de nuestra infancia.
Querernos responder ahora a vuestros deseos de escuchar unas palabras de aliento, refiriéndonos a la particular oportunidad de esta estación y al tiempo sagrado que precede a la Pascua.
1. La primavera, que ha hecho su tímida entrada después de los rigores del invierno, enciende en vosotros la esperanza de la abundante recolección; pero también vuestra pacífica reunión ofrece la imagen sugestiva de una primavera llena de promesas. Animo, queridos hijos e hijas, adelante llenos de confianza en la ayuda de Dios. En el seno de la sociedad los agricultores son un anuncio de prosperidad espiritual, de mutua y voluntariosa colaboración y de paz cristiana.
2. Precisamente de paz cristiana; el Papa, por su divino magisterio, no puede hablar de otra cosa. Es el lema de la inminente Encíclica, que ya hemos anunciado y que será el fondo vivo de las palabras que dirigiremos durante la Semana Santa en diversas ocasiones de nuestro ministerio apostólico; el jueves, a las distinguidas representaciones de las naciones, en el magnífico y grave marco de la Capilla Sixtina; el sábado, a los universitarios de Francia, que, como representación ideal de toda la juventud estudiosa del mundo, darán ejemplo de fervor litúrgico aquí en Roma, participando en las funciones que en esta sagrada ciudad se desarrollarán, con especial profundidad de espíritu religioso, en la diversidad verdaderamente católica de todos los ritos, y, finalmente, la tarde del sábado santo el tema de la paz coronará nuestro radiomensaje pascual.
La paz, pues, ilumina también esta reunión de hoy. Y vosotros, cristianos, convencidos y ejemplares, irradiadla en vuestra vida espiritual, familiar, organizativa y social.
3. En la severa liturgia de los tres últimos días de la Semana Santa, que preludia a los gozos pascuales presentándonos al vivo la bienaventurada Pasión del Señor, después del canto del Benedictus, se apagan las candelas simbólicas. El gesto inspira a los presentes pensamientos de profundo recogimiento al paso que el silencio acompaña las diversas fases del rito. Mas una vela permanece encendida, la más alta, como para vencer todas las tinieblas: la luz de Cristo que ahuyenta las tinieblas del pecado y de la muerte.
Esta referencia litúrgica nos induce a vivir dignamente y a confiar siempre. Llevad esta luz en vuestros corazones, vivificados por la gracia, queridos hijos; llevadla en vuestra mirada, en vuestra sonrisa y en vuestro trato cortés.
¡Ojalá cumpláis todo el bien que deseáis, difundiendo en torno vuestro la atracción admirable del carácter cristiano, que se manifiesta en la claridad de ideales, la serenidad de juicios, la bondad de las obras.
En prenda de los favores celestiales invocados y para confirmaros nuestro afecto, impartimos nuestra Bendición Apostólica sobre los agricultores, sobre sus familias, sobre los dirigentes y socios todos de la Confederación.
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