JUAN XXIII
AUDIENCIA GENERAL
Basílica Vaticana
Miércoles 24 de abril de 1963
Una gran alegría invade nuestro ánimo al dirigiros nuestro saludo, lleno de bendiciones, queridos hijos e hijas, llegados en tan gran número de tantas diócesis de Italia y del mundo para manifestar vuestra plena confianza en la obra que el Papa realiza en favor de la paz. Al hablaros tenemos la impresión de renovar nuestra gratitud a otros miles y miles, que nos han mandado mensajes de gozo y congratulación, después de la publicación de la reciente encíclica Pacem in terris.
Le fiesta de San Marcos que mañana se celebra nos ofrece ocasión para decir algunas ideas. Ya sabéis que desde hace diez años —que fuimos llamados por nuestro predecesor de grata memoria, Pío XII, al patriarcado de Venecia— llevamos en nuestro escudo el león, símbolo del segundo Evangelista, y las arcanas palabras que sellan la misión y el servicio de todo apóstol de la verdad, de la justicia y de la libertad: “La paz sea contigo, Marcos, Evangelista mío”.
Y sentimos el sagrado deber de difundir esta misma paz desde este centro de la unidad católica en todo el mundo, y nos produce un íntimo consuelo el ver que la divina providencia bendice nuestros esfuerzos. De hecho la encíclica Pacem in terris ha encontrado por todas partes un eco favorable. Lo decimos con sentimientos de emocionada gratitud.
El día que firmamos el documento, nos pareció oportuno hacer esta precisión: “Sobre la encíclica brilla la luz de la revelación divina, que da vitalidad a sus ideas. Pero las líneas doctrinales brotan también de las exigencias íntimas de la naturaleza humana, y entran con todo derecho dentro de la esfera del derecho natural” (L'Osservatore Romano del 13 de abril de 1963). Hemos querido dirigir la encíclica a todos los hombres, porque la paz es un bien que interesa a todos sin distinción.
Y justamente por esto dimos a la Pacem in terris la fecha del Jueves Santo, día en que el Redentor Divino, en el momento de concluir su vida pública y de disponerse para morir en el Calvario “por nuestra salvación y por la del mundo entero” (liturgia romana del Jueves Santo), confió como testamento a sus discípulos aquellas preciosas y memorables palabras: “Os dejo la paz, os doy mi paz” (Jn 14, 27). En aquel día el Redentor hizo brillar sobre el mundo la gran luz, que los apóstoles del Evangelio difundieron luego sobre toda la tierra.
Nosotros, por nuestra parte, haciéndonos eco del precepto divino hemos encendido esta pequeña antorcha para los hombres de nuestro tiempo. Podéis, pues, imaginar el gozo y la emoción de nuestro corazón al ver que esta luz se extiende y va penetrando, poco a poco, en las mentes y en los corazones: y prueba de ello, queridos hijos e hijas, es vuestra presencia aquí.
Y, por ello. os manifestarnos todo nuestro agradecimiento. Como prueba de profundo afecto os decimos: cuando volváis a vuestra patria, a vuestra casa, sed en todas partes portadores de paz; paz con Dios en el santuario de la conciencia; paz en la familia; paz en la profesión; paz con todos los hombres en cuanto de vosotros dependa; de esta forma tendréis asegurada la estima y el agradecimiento de todos, juntamente con los favores del Cielo y de la Tierra.
¡Caminad siempre en paz, a imitación de la procesión expiatoria e impetratoria, que se desarrollará mañana en todas las iglesias, al son del canto de las letanías de los santos.
¡Visión antigua y magnífica: la gran cruz ante todo, luego el clero y detrás de él el pueblo fiel. Parecen unirse Cielo y Tierra, las alabanzas celestiales y las súplicas para conseguir favores celestiales se funden en un solo coro. El hombre, el cristiano, se siente una vez más invitado a purificarse, a darse generosamente al bien!
De ahí viene la paz, la gran paz cristiana: concede, Señor, a los gobernantes de las naciones la paz y la verdadera concordia, y a todo el pueblo cristiano la paz y la unión. ¡Te lo rogamos, Señor, óyenos!
Formulando estos votos y estas oraciones por todo el género humano, impartimos sobre todos los aquí presentes y sobre vuestros seres queridos, especialmente sobre vuestros pequeñuelos, enfermos y ancianos, nuestra bendición, propiciadora de todos los bienes celestiales.
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