Index   Back Top Print

[ ES  - IT ]

FIESTA DE LA PURIFICACIÓN DE LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN XXIII*

Ceremonia de la ofrenda de los cirios
Jueves 2 de febrero de 1961

 

Queridos hijos:

Los innumerables cirios, que en todas las partes del mundo han precedido, por decirlo así, al nacimiento de la fiesta de hoy, dirigen los ojos y los corazones a la exaltación y al amor de Cristo bendito, Sol de justicia. El es luz para revelación de los gentiles y gloria de su pueblo (Luc. 2, 32): «Mutlis enim modis illuminat, et variis donis credentium anima illustrat». El ilumina de muchas maneras y con diversos dones esclarece las almas de los creyentes (S. Cyrilli Alex. In Ioann. IV, 4; MG 73, 623.)

En Oriente y en Occidente el 2 de febrero es fiesta de la luz, que el Divino Redentor ha traído al mundo naciendo de la Santísima Virgen; es fiesta de la alegría de todas las gentes unidas en un solo palpitar de fe y de amor con los hijos del antiguo Israel.

Es nuestro vivo deseo que los artísticos y simbólicos cirios, traídos aquí amablemente, sean portadores de luz y alegría. El año pasado, en esta misma circunstancia, al anunciar su destino a los más célebres santuarios de la tierra, manifestamos la esperanza de que fuesen como "una invitación a los fieles de toda raza y lengua para que se uniesen a la oración del Papa" (L'Osservatore Romano, 3 de febrero de 1960). La respuesta a esta actitud hizo vibrar por todas partes a las almas conmovidas y bien dispuestas.

Este año queremos darles otro destino, igualmente grande, que —estamos seguros— conmoverá el corazón de todos nuestros hijos.

Enviaremos, pues, tres cirios a las capitales de todos los países: el primero y segundo van destinados a la casa religiosa de hombres y mujeres de más estricta observancia y más antigua; el tercero a disposición del Ordinario para la obra o institución, que más estime.

Desde esta Roma nuestra, que hermana a todas las representaciones de Ordenes y Congregaciones religiosas: desde la Urbe Praesidens universo coetui caritatis (S. Ignatii ad Rom., MG 5, 685), estos cirios de 1961 difundirán un triple mensaje, que contiene algunos propósitos concretos.

Ante todo "el florecimiento de apóstoles para la Iglesia y la sociedad". El primer destino de los cirios a las casas religiosas de la más estricta mortificación y penitencia quiere afirmar una vez más la preeminencia de los deberes del culto y de la consagración total a la vida de oración sobre cualquier otra forma de apostolado y al mismo tiempo subrayar la grandeza y la necesidad de las vocaciones para este género de vida. Pues los sacrificios e inmolaciones preparan las falanges, siempre renovadas, de apóstoles y de confesores para el Reino de Cristo. La sociedad necesita sacerdotes, religiosos y religiosas; necesita familias sanas y generosas, que no pongan trabas a la obra de Dios y se alegren de ofrecer al Señor en gozoso sacrificio su parte, tal vez la más hermosa y prometedora: adolescentes que se abren al mañana con la mirada pura y el corazón vibrante de entusiasmo; jóvenes ardientes de fe y amor por Dios y por la Iglesia.

Los cirios encendidos en el austero silencio de tantas casas religiosas, esparcidas por el mundo, serán como la proclamación de esta necesidad de apóstoles santos y recordarán también a los apóstoles de la vida activa el valor insustituible de la oración y del renunciamiento para lograr conquistas no efímeras, que perduran más allá del curso del tiempo.

El segundo propósito quiere animar "el esfuerzo de los hombres rectos y buenos, ocupados seriamente en la solución acertada de los grandes y difíciles problemas de la paz".

Como sabéis, acostumbramos a fijarnos más detenidamente no sólo en lo que proporciona tristeza, sino en todo lo que edifica y alegra. No faltan los motivos de desaliento y lamentaciones en una visión aún realista de las cosas de este mundo, pero mucho más relevantes y dignos de estímulo son los elementos de juicio y de hecho, que acentúan la buena voluntad y la constante actividad de las también numerosas almas rectas y fervorosas, cuyos esfuerzos hacen esperar un futuro mejor en el establecimiento de la paz, que quiere ser triunfo de verdad y de justicia, y un entendimiento más sincero entre los pueblos. A esto tienden las asambleas y los congresos internacionales, las investigaciones científicas, los encuentros culturales y otras laudables empresas, que sean elemento de unificación, causa de futura prosperidad.

El cirio luminoso será estímulo para perseverar en el trabajo. ¿Acaso esto no es otra cosa que práctica de caridad y substancia purísima de Evangelio? El fuego es un hermoso símbolo de la caridad. "El ardor del fuego —observa Santo Tomás—s ignifica el amor" (Comm. in Evang. S, Ioann, c. 5, lect. VI).

El tercer propósito, que atribuimos al simbolismo de estos cirios, es, finalmente, el que llevamos tan dentro de nuestro corazón y al que consagramos nuestras humildes energías: "el Concilio Ecuménico Vaticano Segundo".

Su finalidad, desde esta fase de preparación, es, como afirmábamos hace justamente un año, señalar, por decirlo así, "el paso del Ángel del Señor en todas las almas, para despertar energías, hacer vibrar en entrega a los hermanos, para elevación de la santa Iglesia católica y apostólica" (L'Osservatore Romano, cit.). La irradiación cada vez mayor del Reino de Dios es la renovación general de la vida cristiana, la instauración de los métodos de apostolado adaptados a las necesidades actuales por la conquista misionera para Cristo Señor.

Además de las obras elegidas por los Arzobispos y Obispos —que podrán ser hospitales, seminarios, nuevas parroquias del extrarradio o capillas internas de talleres— el cirio ardiente recordará a cuantos se reunan en torno suyo, para orar, la necesidad de adaptarse interiormente a las exigencias de la vida individual y social que sugiera el Concilio.

¡Queridos hijos! Os damos las gracias por el don de los artísticos cirios que nos han proporcionado la ocasión de dirigir nuestra atención a tan profundas y edificantes realidades.

Confiamos en que nuestros deseos serán escuchados por la gloriosa Virgen María, sanctissima corpore, castissima moribus, omniumque pulcherrima (Notkero, Secuencia de la Purificación del Secuencial de San Galo). Ella que, presentando a Jesús en el templo le ofreció a la alegría del santo anciano Simeón, hará brotar de tantos generosos corazones la respuesta generosa a nuestros deseos y nos dará la alegría de ver compartidas nuestras comunes esperanzas.


*  Discorsi, messaggi, colloqui, vol. III, págs. 142-145.



Copyright © Dicastero per la Comunicazione - Libreria Editrice Vaticana