PRIMERAS VÍSPERAS DE LA FIESTA DE SAN PEDRO Y SAN PABLO
ALOCUCIÓN DE SU SANTIDAD JUAN XXIII*
Basílica Vaticana
Jueves 28 de junio de 1962
Las amables impresiones de la visita a Letrán en las segundas vísperas de San Juan —de conmovida exultación ante el fervor tan vivo de aquella multitud popular y modesta, pero vibrante de sentimiento filial en torno al Papa, su Obispo, el Obispo de Roma— son invitación continua de alegría espiritual, en la celebración de las primeras vísperas de la fiesta de San Pedro, aquí en el Vaticano. Es bello y a la vez edificante este cerrarse el. Antiguo Testamento con el Precursor de Cristo, y el abrirse el Nuevo bajo las indicaciones de él, a la luz y con la gloria del humilde pescador de Galilea, llamado a gobernar el Testamento Eterno, la Iglesia universal.
Sobre el mar del mundo hacia Roma
Venerables hermanos y queridos hijos ¡ojalá! os resulte entrañable la idea que pretendernos expresaros para común edificación.
Con San Juan escuchábamos la voz profética en el desierto, cuando insistía en el Parate viam Domini, rectas facite semitas eius" (cf. Mt 3, 3; Mc 1, 3; Lc 3, 4). Esto es: preparar el camino del Señor, rectificar los caminos y recorrerlos hasta lograr la salvación para todos.
Esta tarde nos encontramos como en el mar, en la barca de Pedro el pescador, donde Cristo subía y de donde hablaba a las turbas. San Lucas cuenta este bello episodio.
Cuando terminó Cristo de hablar dijo a Simón: «Penetra hacia dentro con la barca y tended la red para pescar». Respondiole Simón: «Maestro nos hemos estado cansando toda la noche para no coger nada, pero en tu nombre tenderé la red». Así lo hizo, pues, y consiguió una copiosísima pesca (Lc 5, 1-7).
Los Padres de la Iglesia y los comentadores de todos los tiempos han gustado saborear esta página evangélica. De sus escritos —recordamos ahora esencialmente los de León y Gregorio—brota una doctrina cuya nota solemne es familiar al oído y al buen gusto de cuantos tienen habitualmente entre manos el misal y el Breviario.
Sobresale entre éstos el primero, el Magno, de cuya muerte gloriosa hemos festejado el centenario el 15 de noviembre pasado.
Esta vigilia nos trae de una manera especial el pensamiento de Otro Pontífice, grande también, el Papa Inocencio III, que supo felizmente resumir esta página de San Lucas con amables semejanzas y figuras
El mar de Galilea sobre el que Cristo se encuentra, es el siglo, diremos mejor el mundo entero, que él ha venido a redimir. La barca de Pedro es la santa Iglesia, de la que Pedro, Simón el pescador, fue hecho cabeza. La orden de Cristo a Pedro y a los suyos de que penetren mar adentro y que consigan la pesca con mayor ardor, el Duc in altum de la humilde barquichuela, es Roma, la capital del mundo de entonces, reservada para ser más tarde, la verdadera capital y el centro más alto y luminoso del mundo cristiano. La red a echar sobre las olas es la predicación evangélica.
La Iglesia de Cristo esparcida por todo el orbe
¡Qué espectáculo este mar de Galilea llamado a representar a los siglos y a los pueblos! Aquae multae, populi multi, mare magnum totum saeculum (Muchas aguas, muchos pueblos, mar inmenso, todos los siglos). Así lo llama el Papa Inocencio. Mar grande y espacioso.
El libro de los salmos nos lo pinta más vivamente aún: lleno de peces de todas las clases: anímalia pusilla cum magnis, illic naves pertranssibunt (mezclados los pequeños con los grandes peces, por allí pasarán las naves) (Sal103, 25-26). Lo mismo que el mar es turbulento y amargo, también el siglo, también el mundo de los hombres, está turbado por las amarguras y las contradicciones, sin paz y sin tranquilidad llenándolo todo el temor y el pavor. El evangelista San Juan (1Jn 5,19) escribió que el mundo es todo malicia. El reír va mezclado con el llorar; los puntos extremos del gozo están ocupados por el luto (Pr 13, 14). El pájaro ha nacido para volar, el hombre para el duro trabajo (Jb 5, 7). El libro del Eclesiástico es aún más incisivo: «Una continua ocupación está reservada a todos los hombres, un yugo oprime las espaldas de todos los hijos de Adán. En el mar los peces más pequeños son devorados por los más grandes: también en el mundo, los hombres más humildes son aplastados por los fuertes y poderosos (Si 40 y 13).
Pues bien, sobre la vasta extensión de este mundo se extiende la misericordia del Altísimo, para redención de la esclavitud, para la elevación de las más nobles energías; sobre este mundo el Padre celestial ha mandado a su Hijo Unigénito, revestido de la carne humana, para ayudar a todos los hijos del hombre en su esfuerzo' de resurgir de entre las miserias de aquí abajo y acompañarlos hasta las alturas de la vida eterna.
Sobre este mar inmenso dé la Humanidad, purificada por la Sangre de Cristo, el mismo Verbo del Padre, por nosotros los hombres, por nuestra salva. ción, descendió de los cielos y se encarnó en María Virgen del Espíritu Santo y se hizo hombre; hombre y Salvador del mundo, de todo el mundo, por su Santa Iglesia, Rey glorioso e inmortal por los siglos.
Vivo y perenne comentario de Inocencio III
La Iglesia de Cristo, difundida por toda la tierra, es representada en el Evangelio por la barca de Pedro. que Cristo escogió, y desde la que gustó hablar tantas veces como Maestro de los pueblos, y que en una circunstancia, especialmente misteriosa y solemne —la que cuenta San Lucas en el capítulo quinto de su Evangelio— quiso indicar a sus apóstoles como el punto más elevado de las conquistas de su Reino:
Habéis pasado una noche de navegación infecunda, con el "nihil cepimus"(no hemos cogido nada). Ahora yo te digo a ti, Pedro, "Duc in altum": adentro la barca; y a todos los suyos: tended las redes; a lo que respondieron con perfecta obediencia: et concluserunt piscium multitudinem copiosam (y consiguieron una ingente multitud de peces).
Queridos hijos: En este punto de la lectura evangélica el Papa Inocencio III, en la fiesta de San Pedro, se enciende en exultante ardor: La profundidad de este mar, en el que Cristo dijo a San Pedro: "duc in altum es Roma, quae primatum et principatum super omne saeculum obtinebat et obtinet" (que mantiene la primacía y el principado por todos los siglos).
La Divina Providencia quiso exaltar a esta ciudad, porque lo mismo que en el tiempo del paganismo triunfante ella sola dominaba a toda la gentilidad esparcida por el mundo, así también, después de la venida de Cristo Redentor, iniciada la Cristiandad, convenía que la Santa Iglesia fuera la única que tuviese la dignidad del Magisterio y del gobierno sobre todos los fieles de la tierra.
Prosigue el Papa Inocencio diciendo cómo Dios había encontrado también conveniente que el jefe y cabeza de la Iglesia asentase su sede religiosa y principal en la ciudad que mantenía el principado y el gobierno secular.
Por esto Cristo dijo a Pedro: "Duc in altum", como diciendo: Ve y lleva contigo a los tuyos a aquella ciudad, y tended allí las redes para la pesca. Así aparece claro lo que el Señor ha amado y ama a esta Sede Augusta y por qué esta Roma ha merecido el nombre de sacerdotal, regia, imperial y apostólica con el dominio no sólo sobre los cuerpos, sino también con el magisterio sobre las almas. Más noble ahora y digna por la autoridad divina que lo fue en el pasado por la autoridad terrena.
Es emocionante escuchar en las palabras del gran Papa el recuerdo de la pía tradición del "Domine, quo vadís", y de las palabras de Cristo a Pedro, fugitivo y temeroso:. "Voy a Roma para ser de nuevo crucificado".
Es interesante también, según San Lucas, la diferencia en las expresiones de Cristo, que a Pedro le habla en singular: "Duc in altum", y luego dice en plural al resto de los apóstoles: "Tended las redes para pescar".
Sólo Pedro, como único Príncipe de la Iglesia Universal, es visto en la altura de su suprema prelatura. No podemos, sin embargo, olvidar que también a San Pablo, como a él, se le, confiaría la tarea de extender en Roma la red apostólica de la predicación.
Es natural, queridos hijos, que una conversación espiritual como ésta Nuestra, que nos introduce a la Fiesta de San Pedro, quede adornada por esta doble corona, que, conjuntamente, confirma la asociación de estos dos grandes apóstoles en la admiración y en el culto
El Papa Inocencio llega hasta comparar a estos dos grandes apóstoles de la Iglesia romana, de la Iglesia universal, haciendo un excursus histórico, poético y de contraposición, con los dos fundadores de la Roma primitiva, Rómulo y Remo, cuyas dos sepulturas, al decir de los arqueólogos, se encontraban a distancia paralela de una punta a la otra de la ciudad; es decir, Pedro en el sitio donde Rómulo fue sepultado, y Remo, donde se señala la tumba de San Pablo.
Grande es el respeto que debemos y deseamos rendir a la antiquísima memoria de la Roma primitiva —como señala entonces el Papa Inocencio—, a los "dos hermanos en la carne que fundaron esta ciudad por la Divina Providencia y que yacen en honorables monumentos". Pero es también justo que nuestro afecto religioso se dirija, con especial sentimiento, a "los dos hermanos en la fe, Pedro y Pablo, que fundaron espiritualmente esta ciudad, y que yacen, sepultados, en gloriosas basílicas".
El sagrado ministerio de la predicación
Advertid la precisa significación de los dos contrastes: "Dos hermanos en la carne que fundaron la materialidad; dos Santos Patronos, hermanos en la fe, fundadores de la espiritualidad, honoríficamente sepultados en gloriosas basílicas".
No debemos olvidar las redes de los pescadores lanzadas al mar por orden de Cristo y recogidas con gran esfuerzo, como triunfo de la obediencia apostólica. La red simbólica que hoy mismo, en guirnalda de flores, se encuentra en los umbrales de la basílica vaticana.
Lo mismo que la barca de Pedro significa la Iglesia, lo mismo que el mar embravecido representa al siglo y al mundo agitado, como representa Roma el centro de la actividad católica y apostólica, también las redes son la figura del ministerio de la predicación popular.
El Papa Inocencio aprovecha esta coyuntura para dar una síntesis instructiva y fervorosa de los caracteres sagrados y peculiares de la elocuencia pastoral, que es lo mismo que decir sobre el ministerio Sagrado en pro de la conquista y del precioso alimento que el sacerdocio católico debe distribuir a las almas de dos fieles. El predicador diligente debe preparar sus alocuciones con tinte popular y también con trabajados argumentos. Saber variar de tema, de tono, de color, unas veces sobre la virtud, otras sobre el vicio, unas sobre los premios y otras sobre los castigos, sobre la misericordia y sobre la justicia, y sobre estos temas, unas veces con sencillez y otras con profundidad, histórica y alegóricamente, con citas de autoridad, con semejanzas, con razones, con ejemplos...
Estos son los hilos, los nudos de que están hechas las redes, capaces, resistentes, preciosas. Estas son las redes más seguras y eficaces para convencer a las almas con la claridad de la visión de la doctrina apostólica, para llevarlas al fervor, a la santificación y a la alegría.
De estas redes se sirvieron los bienaventurados apóstoles Pedro y Pablo. Sus cartas nos hablan aún desde lo profundo de su tiempo, Por esta predicación Roma se convirtió del error a la verdad, del vicio a la virtud, y ha llegado a ser señora de los pueblos y maestra del mundo.
Honor por los siglos a los Príncipes de los Apóstoles
La veneración que todo buen católico tiene a los apóstoles de Cristo de todos los tiempos y de todos los pueblos debe mantener su fervor, especialmente en vísperas del Concilio Ecuménico Vaticano II, que quiere ser una fuente de celestial doctrina, de inspiraciones, de pacífica y santa exaltación.
Pero debemos especialmente estudiar las grandes enseñanzas de estos dos principales y bienaventurados apóstoles de Roma, Pedro y Pablo, mantenidos en la tradición como Padres y Patronos preclaros y principales para que ilustren nuestras inteligencias y enciendan nuestros corazones.
Nos place terminar esta efusión paternal de sentimientos y anhelos con la ferviente invocación augural del gran Pontífice Inocencio III, uno de los más insignes y gloriosos de la Iglesia y de la Historia.
"Illos Patres et Patronos debet specialiter et principaliter honorare Roma inclita nostra, quatenus, meritis et precibus eorum adiuta, ita nunc salubriter conservetur in terris, ut tandem feliciter coronetur in caelis. Praestante Domino Nostro Iesu Christo, qui est super omnia Deus benedictus in saecula saeculorum". Amén.
(Nuestra ínclita Roma debe honrar de una manera especial a estos sus Padres y Patronos, para que, ayudada por sus méritos y oraciones, por haberse conservado santamente en la tierra, pueda ser coronada felizmente en el cielo. Por gracia de Nuestro Señor Jesucristo, que es Dios sobre todas las cosas y por todos los siglos.) (Inocentii III, Opera Omnia, Sermo XXII, in solemnitate B. Apostolorum Petri et Pauli, Migne, 207, col. 555 y ss.)
* Discorsi Messaggi Colloqui del Santo Padre Giovanni XXIII, vol. IV, pp. 409-416.
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