CANONIZACIÓN DE LOS BEATOS
PEDRO JULIÁN EYMARD
ANTONIO MARÍA PUCCI
FRANCISCO MARÍA DE CAMPOROSSO
HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN XXIII*
Basílica Vaticana
Domingo 9 de diciembre de 1962
La ceremonia solemne en la que hemos decretado los más excelsos honores de la Iglesia para los Beatos Pedro Julián Eymard, Antonio María Pucci y Francisco de Camporosso, ha conmovido plenamente nuestro corazón. Pues este rito, que al paso que Nos lo realizábamos en la tierra, era ratificado por Dios en el cielo en medio de una gran alegría, nos ha traído a la memoria y nos ha puesto ante nuestros ojos la nota de santidad que distingue a la Iglesia católica, Esposa de Cristo.
Gusta a los católicos, según la doctrina que profesan, el llamar santa a la Iglesia, su madre amantísima. Pudiéndose esto probar como abundancia de argumentos. Pues, en primer lugar, su Fundador es santo; más aún, el origen y prototipo de la santidad; santos han de ser considerados los instrumentos que emplea para modelar las almas de sus hijos a ella encomendados: la divina gracia y los augustos sacramentos; su doctrina es santa, pues, recibida de Cristo, la conserva intacta, la defiende ardientemente, la inculca con toda diligencia en las almas y, dentro de sus posibilidades, la difunde por todos los pueblos; finalmente, muchos de sus hijos, habiendo destacado en la virtud, han sido por ello públicamente declarados en posesión de la gloria celestial.
Todo esto es del dominio general de todos los cristianos del Universo. Pero nadie puede dudar que ante este espectáculo grandioso al que acabamos de asistir, la idea de la santidad de la Iglesia quede aún más profundamente grabada en sus ánimos.
Coincide, además, que esta sagrada ceremonia está dentro del curso del Concilio Ecuménico Vaticano II; al que corresponde en primer término el que la perla de la santidad incrustada en la diadema que corona la cabeza de la Iglesia, brille y resplandezca más y más. Pues esta magna Asamblea de los Pastores unidos, sin miedo a error, con el sucesor de Pedro, no trata solamente de proponer y confirmar las inmutables verdades legadas por el Divino Maestro; sino que también aconseja el empleo cada día más frecuente de los divinos auxilios que nos hacen partícipes y poseedores de la gracia sacrosanta. Además dicta las normas que favorecen el amplio desarrollo de las costumbres cristianas. Así, pues, no hay que esperar otra cosa del Concilio, sino que muestre que “la Esposa de Cristo todo lo posee: virtud, hechos, palabras y dones espirituales de cualquier clase” (Cf. Cyril. Hier, Cathecheses, PG 33 col. 1044), y por tanto encienda en deseos de santidad a sus hijos, a quienes el mismo Redentor del mundo abiertamente advirtió: “Sed perfectos, como lo es vuestro Padre celestial” (Mt 5, 48.)
De aquí se deduce fácilmente que los fieles han de tener como gran honor el poseer tal madre, admiración de todo el mundo por la inigualable belleza con que Dios la dotó. Su dignidad no resplandece por perlas y margaritas apreciables por los ojos humanos, sino por el fulgor y la gracia que brotan de la Sangre de su Fundador y de las insignes virtudes de muchos de sus hijos.
También se signe de aquí el que los que se glorían del nombre cristiano se esfuercen en llevar una vida que no desmerezca de la nobleza de madre tan excelsa y esté de acuerdo con sus preceptos y doctrina. Pues nadie puede afirmar que quiere a su madre no teniendo inconveniente en menoscabar su honor con sus costumbres.
Paternal invitación a los fieles
Venerables hermanos y queridos hijos. Queremos continuar el discurso como una charla amistosa, en lengua italiana, para asociar más íntimamente al gran gozo de nuestro corazón a los numerosos fieles reunidos en esta basílica y a cuantos siguen el desarrollo del rito sagrado por medio de la radio.
Desde hoy toda la familia de los creyentes contempla tres nuevas y brillantes estrellas en el cielo de la santidad: San Pedro Julián Eymard, San Antonio María Pucci y San Francisco de Camporosso. Y si tres familias religiosas de antiguo y nuevo abolengo —los Sacerdotes del Santísimo Sacramento, los Siervos de María y los Franciscanos Capuchinos— tienen motivo de gozo por el especial título de honor, con ellas toda la Iglesia se reúne en torno a los nuevos santos para conseguir como primicias de su intercesión favores celestiales.
La luminosa figura de cada uno merecería una inmediata ilustración que, por otra parte, no faltará en diversas formas por la palabra y la pluma de los escritores y oradores sagrados. Nos place encontrar una significativa afinidad de enseñanzas y ejemplos en estos hombres de Dios que vivieron en el curso de una misma generación. En su existencia terrena, en las diversas atribuciones propias de la vocación de cada uno, resplandecen de una manera especial tres características: la vida eucarística, tiernísima piedad mariana y la imitación del Buen Pastor. De donde emana para toda la Humanidad mensaje preñado de emoción y vibraciones.
La Eucaristía, fuente de toda santidad
1) Vida eucarística ante todo, pues la Eucaristía es la fuente y el alimento de toda santidad. Lo decía nuestro predecesor San León Magno: “La participación del cuerpo y de la sangre de Cristo no tiene otro efecto que el convertirnos en Aquel a quien recibimos” (Sermón LXIII, cap. VII; Migne PL 54, 357.)
Esta progresiva transformación en la vida misma del Salvador Divino, ¡cómo se puede admirar en el prodigioso desarrollo de las virtudes de los santos hoy canonizados!
¡Cuánta intimidad con Cristo Eucaristía se descubre en su ascesis! Basta el nombre de Pedro Julián Eymard para advertir el fulgor de los triunfos eucarísticos, a quien él dedicó, en medio de pruebas y dificultades de todo género, su propia vida, que se prolonga en la familia que él fundó. El niño de cinco años, que se encuentra sobre el altar, reclinando su cabeza en la puerta del sagrario, es el mismo que fundará con el tiempo la Sociedad de los Sacerdotes del Santísimo Sacramento y las Esclavas del Santísimo Sacramento, irradiando en innumerables escuadras de sacerdotes adoradores su amor y su cariño a Cristo, vivo en la Eucaristía. ¿El santo párroco de Viareggio, no infundió un profundo espíritu eucarístico en las asociaciones laicales por él fundadas, como documento de identidad para el cristiano? Esta ansia de apostolado eucarístico nacía de un corazón lleno de amor a Cristo víctima. Los testigos oculares nos han dejado conmovedoras descripciones. La misma piedad eucarística encontrarnos en el humilde hermano Francisco María de Camporosso, llamado por todos, a pesar de sus protestas, “el padre santo”. Y con razón, pues su tránsito por la tierra renovó la fragancia de las flores franciscanas.
La vida eucarística es el alma secreta de los impulsos de generosidad que lanzaron a los tres religiosos por el camino de la santidad.
Perenne confianza en la Reina de los Santos
2) Piedad mariana. Junto a Jesús se encuentra su Madre, la Reina de todos los Santos, fuente de santidad en la Iglesia de Dios, y su primera flor de gracia. Íntimamente asociada a la Redención en los designios eternos del Altísimo, la Virgen, como cantó Severiano de Gabala, “es la madre de la salvación, la fuente de la luz visible” (De mundi creatione, oratio VI; Migne PG 56, 498). Place, por tanto, a la piedad filial el considerarla al comienzo de toda vida cristiana, acompañando con singular cuidado el armonioso desarrollo, llegando a la plenitud con su presencia maternal.
No sorprende, pues, encontrar a María Santísima, cercana y amante, en la vida de los tres nuevos confesores. San Julián Eymard la propone como modelo de los adoradores invocándola con el título de “Nuestra Señora del Santísimo Sacramento”; San Antonio María Pucci, fiel a las tradiciones de su Orden, hace de la sede de su apostolado la ciudad de la Virgen Dolorosa, confiándole las mas arduas empresas del sagrado ministerio; San Francisco María de Camporosso, con filial ardor, no duda en remitir a Ella a los desgraciados y enfermos, con las palabras: “Id en mi nombre a la Virgen de las Gracias. Decidle que os manda su siervo Francisco”.
¡Qué devoción inspiran los santos en su sobrenatural confianza en la intercesión de la Madre de Dios y Madre nuestra! Esta acendrada piedad mariana ha contribuido ciertamente a conseguir el gozo de hoy.
Fidelísima imagen del Buen Pastor
3) Imitación del Buen Pastor. Uno solo de los nuevos canonizados tuvo cura directa de almas, reproduciendo en tierras de Italia los ejemplos del Santo Cura de Ars, pero los tres reproducen con fidelidad admirable la imagen del Buen Pastor. El aspecto pastoral nos produce tanto consuelo al terminar la primera sesión del Concilio Ecuménico Vaticano II, que el mismo Dios ha inspirado para el general resurgimiento de todas las formas de vida cristiana.
Esta irradiación pastoral, con el testimonio de los nuevos santos, se puede definir como la formación de buenos sacerdotes, con alma ferviente de adoradores, cuya descendencia se ha multiplicado en el mundo entero, y dan en estos días en Roma, en su Congreso Internacional, el espectáculo eficiente de su piedad. Esta irradiación se manifiesta también con el fervor de las misiones al pueblo, forma inmediata y eficaz de catequesis evangélica, y con otras instituciones de carácter parroquial, que fueron el alba prometedora de las organizaciones de Acción Católica. Irradiaciones que en lengua llana se llaman apostolado del buen ejemplo, realizado con celo infatigable por sembrar en las almas el amor a Cristo, y descubrirles la cohesión de los propósitos graves y solemnes. La misma constante solicitud por la caridad para con los pobres, como se lee con especial emoción en la vida de los nuevos santos, es una forma altísima de imitación del Buen Pastor, que infunde su suave influjo en las almas y nos da el testimonio concreto y conmovedor como respuesta al “dilexit nos, et tradidit semetipsum pro nobis” (Ga 2, 20) (Nos amó y se entregó por nosotros).
El perfecto adorador del Santísimo Sacramento
Queremos añadir ahora unas palabras para los peregrinos de lengua francesa, llegados para asistir a la glorificación de San Pedro Julián Eymard, sacerdote, confesor, fundador de dos familias religiosas consagradas al culto del Santísimo Sacramento.
Es un Santo que nos es familiar desde hace muchos años, como siempre lo hemos dicho, puesto que la Providencia nos proporcionó la feliz ocasión, en el tiempo de nuestro servicio en la Nunciatura Apostólica en Francia, de dirigirnos a su país natal, Mure de Isère, cerca de Grenoble.
Allí pudimos contemplar con nuestros propios ojos el pobre lecho, la modesta habitación, donde este fiel imitador de Cristo entregó su hermosa alma a Dios. ¡Podréis adivinar, queridos hijos, con qué emoción evocamos este recuerdo en el día en el que le decretamos los honores de la canonización!
El cuerpo de San Pedro Julián Eymard se conserva en París, pero el Santo también está presente en Roma, de alguna manera, en la persona de sus hijos, los Sacerdotes del Santísimo Sacramento: es, también, un recuerdo muy dulce el evocar las visitas que Nos hacíamos en otro tiempo a la iglesia de San Claudio de Bourgignoss, para unirnos durante algunos instantes a sus silenciosas adoraciones.
Junto a un San Vicente de Paúl, junto a un San Juan Eudes, junto a un Cura de Ars, Pedro Julián Eymard ocupa hoy un sitio en la falange de estos astros resplandecientes que son la gloria y el honor comparable del país que los vio nacer y cuya beneficiosa influencia se difunde mucho más allá, en la Iglesia entera.
Su nota característica, la idea rectora de todas sus actividades sacerdotales, se puede decir que fue la Eucaristía, el culto y el apostolado eucarísticos. Deseamos subrayarlo aquí en presencia de los sacerdotes y de las esclavas del Santísimo Sacramento, en presencia también de los miembros de una asociación especialmente querida por el Papa, la de los Sacerdotes Adoradores, reunidos en Roma estos días para honrar a este gran amigo de la Eucaristía.
Sí, queridos hijos, honrad y festejad con Nos a aquel que fue un perfecto adorador del Santísimo Sacramento, y a ejemplo suyo colocad siempre en el centro de vuestros pensamientos, de vuestros afectos, de las empresas de vuestro celo, a esta fuente incomparable de todas las gracias: “Mysterium fidei” (Misterio de fe) que oculta en sus velos al Autor mismo de la gracia, Jesús, el Verbo Encarnado.
Dones abundantes de paz celestial
Venerables hermanos y queridos hijos. Estas son las ideas que inspira la triple glorificación de hoy. El corazón se llena de gozo y saltan a los labios las alabanzas y acciones de gracias al Señor, que ha irradiado nuevo esplendor sobre la faz de su Iglesia en el año del Concilio Ecuménico.
¡Nuevos Santos confesores! Pedro Julián Eymard, Antonio María Pucci y Francisco María de Camporosso rodead este altar de la Confesión de San Pedro mientras continúa el rito eucarístico, y con vuestra intercesión guardad en nuestros corazones el extraordinario fervor de esta hora histórica, consiguiendo a la Humanidad los dones abundantes de la paz celestial, que tiene su fundamento en Cristo, su legislación, su seguridad, dones de paz que son el gozo de la Iglesia, el consuelo de los Pastores sagrados, el honor del clero y del pueblo santo de Dios. Amén.
* AAS 55 (1963) 7; Discorsi-Messaggi-Colloqui del Santo Padre Giovanni XXIII, vol. V, pp. 32-39.
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