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HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN XXIII
EN LA MISA DE NOCHEBUENA
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Lunes 24 de diciembre de 1962

 

Venerables hermanos y queridos hijos:

Esta misa de la noche de la Navidad del Señor santifica las más hermosas interioridades del alma, que tienden a lo que es la esencia viva de la unión con Cristo: la religión sincera, liturgia bien comprendida y anhelo de perfección cristiana. Lo advertimos en este momento de tranquilo recogimiento, bajo la mirada del Divino Infante.

En realidad, los grandes problemas de la vida social e individual se acercan a la cuna de Belén, al paso que los ángeles invitan a dar gloria a Dios, gloria a Cristo redentor y salvador, y a excitar gozosamente las buenas voluntades para la celebración de la paz universal.

Gran don, gran riqueza en verdad, es la paz del mundo, que va tras la paz. Lo hemos repetido en el radiomensaje navideño, y Nos satisface dar gracias al Señor por haberlo hecho acoger con buena voluntad de un extremo al otro de la tierra, como confirmación de la luz de esperanza encendida y viva en todas las naciones.

Las súplicas de todos continúan pidiendo la conservación y el perfeccionamiento de este don celestial, al paso que son cada vez más atentos y prudentes todos los movimientos de ideas, palabras y actividades, y se multiplican en todos los campos los esfuerzos y los acuerdos para alejar y superar los obstáculos, conocer y substraer las causas que provocan los conflictos.

Comprendednos, queridos hijos, si hemos preferido, para la misa de Navidad, la sencillez de nuestra capilla privada a las majestuosas bóvedas de los templos romanos, como para dejarnos envolver por el ambiente de las humildes iglesias del campo y de la montaña, de las innumerables instituciones de asistencia social, que son el refugio de la inocencia pobre y abandonada, consuelo y endulzamiento de las lágrimas amargas, reparación de injusticias palmarias y no suficientemente conocidas.

También pensamos en vosotros, queridos enfermos y ancianos, que sufrís dolores y soledad; que vuestro dolor y soledad alcance grandes merecimientos a vosotros y bien a la humanidad.

Hay también circunstancias y situaciones que en esta solemnidad hacen más evidente y agudo el contraste con el gozo de la Navidad. Reclamo eficaz no para disminuir el servicio que hacemos a la verdad y a la justicia, ni para olvidar el inmenso bien realizado por las almas rectas, que tienen como honor la ley divina y el Evangelio; sino para alentar las mejores energías a reparar los errores y a reavivar en el mundo el fervor religioso y  las piadosas tradiciones paternas como gozo tranquilo de la Navidad.

Hijos queridos: Junto a la cuna del Niño recién nacido, del Hijo de Dios hecho hombre, todos los hombres que caminan por la tierra piensan con conciencia clara y seria que en la hora suprema se les pedirá cuenta estrecha del don de la vida; y ésta tendrá una sanción definitiva de premio o de castigo, de gloria o de abominación.

En la conciencia de este rendir cuentas es donde se mide la participación de los cristianos y de todos los hombres en el gran misterio que conmemoramos en esta noche; de aquí surge el deseo de que por la luz del Verbo de Dios la civilización humana reciba la llamita que le puede transformar en vivo fulgor, en beneficio de los pueblos.

En torno a la cuna de Jesús sus ángeles cantaron la paz. Y quien creyó en el mensaje celestial y le hizo honor consiguió gloria y alegría. Así ayer; y así será siempre a lo largo de los siglos.

La historia de Cristo es perpetua. Bienaventurado quien la comprende y consigue gracia, fortaleza y bendición. Amén. Amén.


*  AAS 55 (1963) 51; Discorsi-Messaggi-Colloqui del Santo Padre Giovanni XXIII, vol. V, pp. 63-65.



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