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[ ES ]

 MENSAJE DE SU SANTIDAD JUAN XXIII
A LA REPUBLICA DEL CONGO
*

 

A S. E. Monseñor
Michele Bernard,
Arzobispo de Brazzaville

Venerable hermano:

La feliz noticia de la misa y Te Deum de acción de gracias que el Gobierno y pueblo del Congo han mandado celebrar en el primer día de su independencia nacional ha llenado nuestra alma de un vivo consuelo. Esta gratitud hacia el Dios Todopoderoso, Señor del cielo y de la tierra, es, sin duda, muy justa y digna de una nación libre. La solemne celebración de un acontecimiento tan importante nos depara ahora la ocasión favorable para confiaros que hacemos muy nuestra la alegría con que exultan los corazones de los congoleses, con razón orgullosos de su noble país. Como Padre de los fieles, Nos, que abrazamos a África con una especial solicitud, saludamos y felicitamos hoy a los hijos del Congo, como tuvimos interés en hacerlo recientemente con sus hermanos de otras jóvenes naciones africanas. Conocemos los esfuerzos realizados en el pasado para plantar sólidamente la Iglesia en su país y hacemos votos fervientes para que esta joven Iglesia eche todavía más profundas raíces en el pueblo y crezca cual árbol poderoso y tutelar para el mayor bien de la comunidad católica, así como de toda la sociedad congolesa.

Nos complacemos en recordar aquí el desarrollo que ha adquirido el catolicismo en el Congo; para Nos es una alegría muy honda saber que el Señor bendice copiosamente todos los trabajos de todos los operarios del Evangelio, misioneros y sacerdotes del clero nativo, religiosos y religiosas, catequistas y militantes de la Acción Católica. Adultos en número cada vez más elevado reciben el santo bautismo; las escuelas son florecientes, en las cuales se prodigan las enseñanzas humanas indispensables y una buena educación cristiana; numerosos y celosos son los catequistas que prestan una tan preciosa colaboración a las misiones; en fin, los distintos seminarios y noviciados religiosos acogen a una selección de la juventud congolesa, que es la mejor promesa para la expansión de la Iglesia en ese país.

Y ¿qué decir de la Acción Católica, cuyos militantes han sabido hace poco dar un ejemplo saludable de caridad fraterna? Por eso estamos convencidos de que las comunidades cristianas constituirán una de las más ricas joyas de la corona de la Iglesia, a pesar de las debilidades inherentes a la condición humana. Pues la inmensidad de la gracia divina, como el imponente caudal de vuestro majestuoso Congo, podrá borrar toda mancha y toda impureza, siempre que se la pida con perseverancia y humildad.

A nuestras calurosas felicitaciones dirigidas al Clero y fieles por el trabajo realizado, queremos también añadir los pensamientos que nos ha sugerido nuestro corazón en este día grande. Deseamos, en primer lugar, que la vida familiar de nuestros hijos se conforme plenamente con las leyes establecidas por Dios: maridos y mujeres muy unidos y fieles, preocupados por la educación religiosa y humana de sus hijos; hijos e hijas sometidos a sus padres, pues la célula básica de un pueblo es la familia y ésta vale lo que valen los hogares: sanos, fuertes y fecundos. Deseamos también que en cada pueblo y en cada ciudad se afiancen las comunidades parroquiales; que sean unánimes en torno a sus sacerdotes, que honren a Dios por la oración y la práctica de las virtudes, que den a los paganos el ejemplo atrayente de la caridad, de modo que se diga de ellas lo que se nos cuenta de los primeros cristianos: "Mirad cómo se aman" (Tertuliano, Apologético, 39,7). En fin, nos sentiremos dichosos y orgullosos de nuestros hijos si están suficientemente afianzados en su cristianismo para superar las oposiciones que pudieran sobrevenir, sabiendo que un verdadero pueblo libre quiere y acepta ser diferente en sus miembros y recibe un bien superior de esta diversidad. El amor fraterno de sus compatriotas, practicado voluntariamente con obediencia fiel al Señor Jesús, es el mejor fundamento de un pueblo y también es —no tenemos miedo en decirlo— la mejor garantía y el más seguro factor de su unidad, de su prosperidad y grandeza.

Este es por tanto, el deseo que formulamos de todo corazón al terminar este mensaje. Pedimos con insistencia a Dios que derrame abundantemente sus gracias sobre los jefes espirituales, así como sobre las autoridades civiles de la República del Congo, sobre cuyos hombros descansan tan graves responsabilidades.

Invocamos asimismo los divinos favores sobre los hijos e hijas de la noble tierra congolesa y especialmente sobre los enfermos, los pobres y afligidos. A todos, y en primer lugar a usted, venerable hermano, y a sus colegas en el Episcopado, impartimos de corazón una copiosa y afectuosa Bendición Apostólica.

Del Vaticano, 7 de noviembre de 1960.

IOANNES PP. XXIII

 


* AAS 52 (1960) 950-951;  Discorsi, messaggi, colloqui, vol. III, págs. 828-830.



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