RADIOMENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN XXIII
A LA CIUDAD DE TURÍN*
Domingo 27 de marzo de 1960
Venerables hermanos y queridos hijos:
Rezado el Ángelus en presencia de la multitud en la Plaza de San Pedro, nuestro pensamiento se dirige con alegría especial hacia Turín, que ha escogido este domingo Laetare para rendir un tributo de amor a la Inmaculada de Lourdes.
Nos es grato imaginaros, queridos hijos, en torno a vuestro celosísimo Arzobispo, el Cardenal Mauricio Fossati, reunidos en las laderas de la colina de los Capuchinos, en la que la primavera esparce sus primeros colores. Esta visión evoca otra de la que fuimos felices espectadores: las inolvidables jornadas del Congreso Eucarístico Nacional de 1953.
Nos place ver el solemne rito de hoy como la estela radiante de fervor y de santas empresas, que aquel memorable Congreso ha dejado en vuestra ciudad. Es verdad que hoy honráis a la Virgen Santa; pero todo acto de homenaje, tributado a Ella, se convierte en una unión más estrecha con su Hijo, Jesús bendito; la devoción a María Santísima tiende a hacer más robusta, pronta y activa nuestra fe, más ardiente nuestra caridad, y más sentida y fecunda la esperanza cristiana: ad Iesum per Mariam.
Este es el significado de las apariciones de Lourdes. Y es hermoso que la presente ceremonia esté íntimamente unida con las maravillas de Lourdes y que se haya abierto como una flor, precisamente ante la gruta de la Inmaculada, hallando hoy su colofón triunfal. La antigua verja de la gruta, donada por el venerable hermano Pierre Marie Théas a los artesanos Turín, ha sido colocada sobre esta colina, de manera que el recuerdo del mensaje de Massabielle estará unido, hasta visiblemente, a la imagen humilde y bendita de la Virgen, que desde ahora mirará sonriente a la ciudad de Turín, ciudad de santos, de bienhechores insignes de toda la humanidad, para proteger y custodiar al que ora, sufre y trabaja.
¡Queridos hijos!
Para que vuestra alegría sea completa, correspondemos a vuestro deseo de escuchar nuestra palabra. Esta llega a vosotros como un eco del mensaje de Lourdes.
Pues bien, el que quiera merecer las complacencias del Señor Jesús y de su Madre, que camine rectamente por el camino del bien sin vacilaciones ni componendas; que huya del pecado, origen de toda desgracia y desequilibrio, incluso material, y obre el bien, es decir, practique la caridad, las obras de misericordia, la justicia, la honradez, y todo esto a la luz esplendorosa de la Eucaristía, que debe penetrar suavemente las mentes y voluntades. Sólo así el hombre tiene la verdadera alegría interior, la verdadera paz.
Deseamos recordaros un pensamiento de vuestro glorioso Obispo San Máximo: «La paz de Cristo se otorga a quien no tiene en sí la discordia del pecado... Pues es algo digno que la voluntad posea al Salvador engendrado por la Virgen Inmaculada; y así como María le llevó inmaculadamente, así también nuestra alma debe guardarle sin mancha. Pues María fue como una figura de nuestras almas; lo mismo que Cristo buscó en su Madre la virginidad, así ha querido la integridad de nuestro amor» (S. Maximi Taurinensis, Hom. 21; ML 57,269).
Nuestra reconfortante Bendición Apostólica confirme a cada uno de vosotros en el santo propósito, y traiga sobre el querido Turín la continua abundancia de los dones celestiales. Llegue a nuestro venerable hermano el Cardenal Arzobispo, a los queridos Pastores de las Diócesis de la región Conciliar Piamontesa y al Obispo de Lourdes, reunidos ahí en edificante ejemplo de oración; a los dirigentes y obreros de todos los talleres de Turín; a los enfermos, a los que sufren, a los niños; a la juventud generosa y llena de promesas, a cada una de las familias, para que en todos reine la paz de Dios.
* Discorsi, messaggi, colloqui, vol. II, págs. 259-261.
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