DISCURSO DEL PAPA JUAN XXIII
A UNA PEREGRINACIÓN DE LA ARCHIDIÓCESIS DE TARRAGONA*
Domingo 21 de junio de 1959
¡Señor cardenal; amadísimos peregrinos!
La sangre de los mártires en la historia antigua de Tarragona señaló una era de vitalidad cristiana que en el siglo tercero y siguientes dejó en el Santoral una constelación de nombres tan ilustres como los del Obispo Fructuoso con sus Diáconos Augurio y Eulogio. El centenario que estáis celebrando de estos martirios, os ha traído al Vicario de Cristo para coronar con broche de oro estas solemnidades.
Es de poco tiempo atrás; está aún fresca la sangre de beneméritos sacerdotes y religiosos, quienes en la Tarragona del siglo veinte dieron su vida en manos de hombres sin Dios: el testimonio de su muerte viene ahora con vosotros a Roma para ser sometido al dictamen de la Santa Sede. Por eso Nos agrada proponeros, al saludaros, una breve consideración.
Si el confesar a Cristo con la sangre es un fenómeno de casi todas las las épocas de la historia en la Iglesia, plantada con la que fue derramada por su divino Fundador, debe ser también de la cada día la profesión que el cristiano ha de hacer de Cristo con su bondad y generosidad, con su mortificación, con su vida crucificada: «Qui autem sunt Christi, carnem suam crucifixerunt cum vitiis et concupiscentiis» (Gal 5, 24).
A esto nos debe animar el ejemplo de los mártires, gloria de la Iglesia Tarraconense; a esto asimismo nos invitan sus tormentos.
Permitidnos, amadísimos peregrinos, que os expresemos Nuestra gratitud por vuestras pruebas de afecto filial, por la devoción que Nos habéis demostrado especialmente en estos momentos. Sean vuestros Santos Mártires los que del Altísimo obtengan para vuestro Venerable y de Nos tan estimado Cardenal Arzobispo, para el Clero y los fieles de Tarragona entera las más escogidas bendiciones del Cielo.
* Discorsi, messaggi, colloqui, vol. I, págs. 388-389.
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