DISCURSO DE SU SANTIDAD JUAN XXIII
AL CANCILLER DE LA REPÚBLICA FEDERAL DE ALEMANA,
KONRAD ADENAUER*
Viernes 22 de enero de 1960
Señor Canciller:
Con viva satisfacción del alma le damos la cordial bienvenida en el acto de recibirle gozosamente en nuestra morada. Y nos complacemos en unirnos a la general admiración de su pueblo por la fresca y vigorosa actividad con que usted continúa dedicándose a las altas funciones de su noble oficio.
En usted, señor canciller y en su distinguida y religiosa familia, queremos ver una manifestación de la celestial Providencia que premia los méritos de una vida transcurrida en medio de duras pruebas con espíritu consciente y elevado.
Pero más allá del horizonte familiar, tan suave, saludamos en usted a todo el generoso pueblo alemán.
La sucesión de treinta años de servicio a la Santa Iglesia en varios países, nos condujo a Alemania, como a nuestro inmediato predecesor Pío XII, de venerada memoria; mas el afecto paternal que nos liga a la querida nación, corre parejas con el buen recuerdo que conservamos de las regiones visitadas, del conocimiento y amistad de las personas a quienes tratamos y de la historia que nos es conocida en sus particulares. Nuestro pensamiento se dirige en este momento a las antiguas ciudades, pródigas en encantos naturales y artísticos y más todavía en recuerdos cristianos que dan testimonio de la fe de los padres con las grandiosas y majestuosas catedrales y con los severos monumentos de una gloriosa civilización: la fe profesada a lo largo de pruebas durísimas, incluso en los últimos decenios, por las más próximas generaciones.
Los ojos se vuelven con serena esperanza a las laboriosas poblaciones dotadas de excelentes cualidades de inteligencia, de voluntad y de corazón y a todo cuanto en el orden de las artes y de las ciencias representa un gran honor para ellas. Nos alegramos también de destacar cómo las buenas relaciones entre la República Federal Alemana y la Sede Apostólica son auspicio de feliz actividad, de efectiva concordia. No se nos oculta que han contribuido eficazmente a una propicia armonía de relaciones entre la Santa Sede y la República Federal la fidelidad, la dignidad, el amor patrio de los católicos alemanes cuya fe consciente y ardiente es bien conocida y se despliega en alivio de tantos sufrimientos, incluso fuera de los confines patrios; y la ferviente participación en la vida de la Iglesia bajo la guía de obispos celosos y activos.
Formulamos por el queridísimo pueblo de Alemania paternales votos, deseándole un futuro cada vez más propicio dentro de una fecunda colaboración tal como puede nacer de la buena voluntad de cada uno de sus hijos y del propósito de generoso servicio —en un espíritu de justicia y de caridad— a los más altos ideales de civilización y de paz.
Nos imploramos de la bondad del Señor el don de las más escogidas gracias y consuelos sobre la noble nación alemana; y, en prenda de los invocados favores, como también para renovada confirmación de nuestra benevolencia, acoja, señor canciller, para usted y para su familia, la apostólica bendición que de corazón hacemos extensiva a todos los queridos hijos de Alemania.
* AAS 52 (1960) 90-91
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