PALABRAS DEL SUMO PONTÍFICE JUAN XXIII
A LOS DELEGADOS DEL COMITÉ INTERNACIONAL OLÍMPICO*
Castelgandolfo
Lunes 29 de agosto de 1960
Queridos señores:
El bello espectáculo marcado de orden y de amable cordialidad que han ofrecido los jóvenes atletas, sus acompañantes y admiradores el miércoles último en la plaza de San Pedro, ha impresionado favorablemente la opinión pública del mundo entero, pero sobre todo ha dejado en nuestro ánimo un gratísimo e inolvidable recuerdo.
Nos hemos sentido gozosos entre aquella hermosa juventud brillante de vida y de entusiasmo, que representaba tan dignamente en el plano natural las sanas aspiraciones que radican en el corazón de todos los hombres y de todos los pueblos. El encuentro con el Papa, Jefe espiritual llamado por la Providencia a este alto servicio, cargado de años y de experiencia, podría parecer a los ojos de algunos como poner una nota del atardecer... En realidad, es al padre a quien se acude, al padre que, como Abraham, Jacob, Moisés y los grandes hombres de todos los tiempos, transmite a sus hijos y por ellos a las generaciones futuras la antorcha de una aurora sin ocaso.
En el curso de estos últimos meses, cuando en el horizonte se acumulaban nubes amenazantes, algunas voces se levantaron tímidamente para implorar de Nos una palabra explícita de llamada y de exhortación a la reflexión y al sentido de las responsabilidades. A decir verdad, no cesamos nunca, en el decurso de nuestros tratos diarios con los pastores de almas, con los representantes de las naciones y con los grupos tan numerosas de fieles y visitantes, de levantar la voz, entristecida pero confiada, por la defensa de la paz y en nombre de la fraternidad humana. Por esto no hemos creído oportuno recordar, con una declaración más explícita, las verdades que forman parte de la enseñanza pontificia y han sido solemne y frecuentemente proclamadas tanto en el pasado lejano como en los tiempos más recientes.
Pero el espectáculo que se ofreció a nuestros ojos la tarde del 24 de agosto en la plaza de San Pedro nos ha parecido como una invitación del cielo para dar públicamente nuestra cordial aprobación al deseo universal de colaboración generosa por parte de todos los pueblos en pro del verdadero bienestar y de la defensa de los valores humanos.
Sí, estas competiciones deportivas y los motivos que inspiran estos grandes concursos de jóvenes proclaman, a la faz del mundo, no solamente el honor debido a los valores físicos y a la armonía de los miembros corporales, sino también al servicio que estos valores físicos pueden y deben prestar a las más altas aspiraciones del hombre hacia la perfección y la belleza interiores, hacia la emulación recíproca, serena y gozosa, hacia la fraternidad universal.
Leyendo estos últimos días en los periódicos aquellas palabras atribuidas al restaurador de los Juegos Olímpicos, el Barón Pedro de Coubertin: "Lo que importa no es vencer, sino participar en los Juegos", las consignas de San Pablo a los Corintios nos venían espontáneamente a la memoria: "¿No sabéis que en las carreras del estadio todos corren, pero uno solo gana el premio? Correr de tal forma que todos podáis alcanzar algo más alto y más duradero que una corona perecedera" (cfr. 1 Cor. 9. 24,25).
Señores, aceptad para vosotros y para los jóvenes a quienes representáis y dirigís, como feliz augurio de vuestra estancia en Roma, la bienvenida que os desearnos de todo corazón junto a la orilla de este bello lago de Albano, donde se refleja la paz que os acoge. Sabed además —y os lo decimos con satisfacción— que la animación que reina estos días en las calles de Roma y el eco que de ella nos llega es para nosotros un consuelo y una alegría. En ello vemos nuestros motivos y nuevo impulso para alimentar el optimismo que nos anima; optimismo fundado en el respeto del hombre y en la seguridad de la intervención de Dios que previene con su gracia todo noble pensamiento, toda santa resolución, y que asiste y premia misericordiosamente a todos sus hijos.
Finalmente, deseamos confiaros el encargo de renovar a los jóvenes atletas —cuya presencia en la plaza de San Pedro queda como uno de los más hermosos recuerdos de este año— nuestros votos de feliz éxito en los juegos que se celebran y de dichoso desarrollo de sus actividades de hombres en el porvenir.
Con estos sentimientos invocamos sobre vosotros, y sobre todos aquellos a quienes representáis trayéndonos su amable homenaje, la abundancia de las divinas bendiciones.
* AAS 52 (1960) 819-821; Discorsi, messaggi, colloqui, vol. II, págs. 461-463.
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