DISCURSO DEL PAPA JUAN XXIII
A LOS PRÍNCIPES DE LIECHTENSTEIN*
Sábado 8 de octubre de 1960
Acogemos con alegría hoy en nuestra casa a Vuestras Altezas Serenísimas, que han querido visitarnos en el Vaticano; atención delicada que estimamos, pues nos complace ver en ella la prueba de los sentimientos que os animan para con la Iglesia y su Cabeza visible.
Hace mucho tiempo —desde los remotos años de nuestra juventud— oímos hablar de vuestro Principado en términos siempre honrosos para él y llenos de respetuosa simpatía. Oímos ensalzar las bellezas naturales con que quiso enriquecerle el Creador, así como el carácter pacífico de sus habitantes, tan amantes de sus tradiciones de fe, seriedad y trabajo asiduo y pacífico. Por su situación privilegiada el Liechtenstein puede mantenerse al margen de las grandes luchas políticas y económicas que tienen al mundo en un estado de constante agitación e inquietud, y se aprovecha de esta feliz disposición de la Providencia para trabajar en la concordia y en la paz. De este modo da a todos un valioso ejemplo del cumplimiento pacífico del deber diario, y recoge los frutos de sus laboriosas y tranquilas actividades.
Mucho más digna de respeto que sus virtudes naturales es a nuestros ojos la herencia de la fe católica que profesan, como sabemos, la mayoría de los habitantes de vuestro Principado, y de la que Vuestras Altezas Serenísimas quieren ser las primeras en dar ejemplo. Nos complacemos en aseguraron que esta parcela de la gran grey confiada a nuestros desvelos —pequeña sin duda en extensión material, pero no en calidad— tiene su parte en nuestro afecto y oraciones. De todo corazón invocamos sobre ella y en primer lugar sobre las Personas de Vuestras Altezas Serenísimas la abundancia de los divinos favores, en prenda de los cuales os damos paternalmente, así como a vuestros queridos hijos, la Bendición Apostólica.
* AAS 52 (1960) 828-829; Discorsi, messaggi, colloqui, vol. II, págs. 501-502.
ORe año IX, n°429 p.1.
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