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DISCURSO DE SU SANTIDAD JUAN XXIII
A LOS ALUMNOS DEL ESTUDIANTADO INTERNACIONAL TRAPENSE
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Jueves 20 de octubre de 1960

 

Queridos hijos:

Grande es nuestra alegría al encontrarnos hoy en medio de vosotros, en este "Monte Cistello", cuyo nombre evoca tan acertadamente los grandes recuerdos de vuestros orígenes. Nombrar al Císter es nombrar a San Bernardo. Es revivir la piedad ardiente y alegre austeridad de vuestros primeros padres. Es evocar después de ellos, a través de los siglos, la inmensa procesión de santos religiosos —turban magna, quam dinumerare nemo poterat—, turba numerosa que nadie podía contar (Apoc. 7, 9), que desde el fondo de sus monasterios esparcieron por la cristiandad el intenso perfume de una vida separada del mundo y consagrada enteramente a Dios: umbratilem —como la llamó Pío XI— remotamque a mundi strepitu dementiisque vitam—, vida retirada, apartada del ruido y locuras del mundo (Constitución Apost. Umbratilem, 8 de julio de 1924; AAS XVI (1924), pág. 385).

¡Qué preciosa es la vida contemplativa a los ojos de Dios y de la Iglesia! Se lo repetimos en nuestra carta a vuestro venerado y querido Abad General: constituye una de las estructuras fundamentales de la Santa Iglesia; ha estado presente en todas las fases de su historia dos veces milenaria, siempre fecunda en virtudes sólidas, siempre dotada de un misterioso y poderoso atractivo sobre las más elevadas y nobles almas.

Y vosotros tenéis la dicha de asegurar aquí, en el centro de la cristiandad, muy cerca de la antigua abadía de las Tres Fuentes (la cual, como acaban de recordárnoslo, dio un Papa a la Iglesia, el Beato Eugenio III) la continuación de esas tradiciones venerables y seculares. He aquí, pues, que se levanta en las puertas de la inmensa ciudad, estremeciéndose por la afluencia de sus innumerables peregrinos, un nuevo oasis de silencio y oración, la Casa Generalicia y la casa internacional de estudiantes de la Orden de los Cistercienses Reformados. Queremos detenernos en ella, queridos hijos, para respirar un instante con vosotros esta atmósfera de paz y de recogimiento tan característica de los monasterios trapenses: invitación constante a elevar el alma hacia Dios; evocación silenciosa de las exigencias fundamentales de la vida espiritual: oración, contemplación, trabajo silencioso, sacrificio. Beati qui habitant in domo tua, Domine! Melior est dies una in atriis tuis super milia! Dichosos los que viven en tu casa, Señor. Vale más un día en tu santuario que mil fuera de él (Ps. 83, 5 y 11).

Y si desde las alturas de este "Monte Cistello" dirigimos la mirada a la gran ciudad, se ve surgir en el horizonte, en la lejanía, la cúpula de la Basílica de San Pedro y más cerca el campanario de San Pablo extramuros, evocación de los orígenes de la Iglesia,de los lugares para siempre sagrados y preciosos del martirio de los dos grandes Apóstoles. O felix Roma, quae tantorum Principum es purpurata pretioso sanguine! ¡Oh, dichosa Roma, regada con la sangre preciosa de tan grandes Apóstoles! (Brev. Vat. Himno de las primeras vísperas de los Santos Pedro y Pablo). Así, estáis en las puertas de Roma y al mismo tiempo en el centro de la Iglesia; aislados de los ruidos de la populosa ciudad, pero escuchando piadosamente los latidos del corazón de la mística Esposa de Cristo. ¡Qué tema de meditación, queridos hijos! En Roma, junto a la Cátedra de Pedro, está el gobierno central de una Orden cuya benéfica y pacificadora presencia se extiende por doquier en el mundo; y a la sombra de esta morada hospitalaria lo más escogido de jóvenes levitas, que mañana saldrán hacia las Trapas esparcidas por toda la tierra para afianzar en su vocación a sus hermanos más jóvenes y menos favorecidos. Es un motivo de orgullo para vosotros. Y también —permitid os lo digamos— un motivo de alegría y de dulce consuelo para la Cabeza de la Iglesia visible, que profesa humildemente, según la tradición constante de sus predecesores, el mayor respeto y la más alta estima por esa forma de vida vuestra, vida de íntima unión con Dios por amor, cuyo valor proclamó Pío XI —que nos place citar de nuevo— con ocasión de la canonización de una carmelita, la Beata Teresa Margarita Redi: "Verdaderamente —dijo— esas almas tan puras y tan elevadas son las que con sus sufrimientos, su amor y oración ejercen silenciosa-mente en la Iglesia el más universal y fecundo apostolado" .(AAS. XXVI (1934), pág, 106).

He aquí una garantía de lo que vale a los ojos de la Iglesia la vida contemplativa. Otros, a ejemplo de Marta, se dedican a las tareas exteriores del ministerio. Pero María es la que recibe de labios del Salvador la seguridad de que ha escogido la mejor parte. Esta parte es la vuestra.

Por tanto, queridos hijos, sed fieles a la Regla, fieles a las venerables y santas tradiciones de la Orden. Y entre ellas nos agrada mencionar esa hermosa unión de caridad que hace de todos los trapenses del mundo una gran familia en la que se ignoran los límites territoriales, las distinciones en provincias y naciones. Que este nuevo edificio sea desde ahora como el símbolo vivo de esta fraternal unión: Ecce quam bonum et quam iucundum habitare fratres in unum. ¡Qué hermoso y agradable es ver unidos a los hermanos! (Ps. 132, I).

De este santuario subirá ahora hacia Dios la sagrada salmodia, aquí se realizará el Opus Dei, la oración oficial de la Iglesia. Permitidnos que en nombre de esta divina Iglesia de Cristo os digamos confidencialmente cuánto contamos en vísperas del Concilio Ecuménico con la oración de los contemplativos quienes, libres de toda preocupación exterior, pueden entregarse totalmente a esta bendita misión de intercesores cerca de Dios.

¡Queridos hijos! Todos los sentimientos que suscita en nuestro corazón la visita de este día, nuestros paternales votos por vosotros y por todos los que representáis, los confiamos, para terminar, a la Reina del Císter, la Virgen bendita, que tan admirablemente ensalzó vuestro gran San Bernardo y a la que se elevan cada tarde en el silencio de vuestros monasterios los acentos viriles y tan conmovedores de la Salve Regina cisterciense. Que sea Ella aquí, en todas partes y siempre, vuestra maternal Protectora. Sedes Sapientiae, Mater Divinae gratiae, Mater Christi ora pro eis, nunc et semper. Amen. Trono de la Sabiduría, Madre de la divina gracia, Madre de Cristo, ruega por ellos, ahora y siempre. Así sea.       

 


* AAS 52 (1960) 896-898;  Discorsi, messaggi, colloqui, vol. II, págs. 509-512.

 

 


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