DISCURSO DE SU SANTIDAD JUAN XXIII
A CUATRO MIL NIÑOS CANTORES*
Basílica de San Pedro
Domingo 1 de enero de 1961
¡Queridos niños, sed bienvenidos hoy a la Basílica Vaticana!
Este vasto recinto, construido para reunir muchedumbres, para que brote de los corazones la oración colectiva de todo un pueblo y sus aclamaciones a la gloria de Dios, vedle hoy transformado y vivificado con vuestra animada y alegre presencia. ¡Cuatro mil niños que han llegado de tan diferentes países! ¡Espectáculo incomparable, que despierta en nuestro corazón hondas emociones que comparten los sacerdotes y fieles que os rodean!
1. Lo primero que sentimos, al veros, es la más pura alegría espiritual. Esta alegría tiene su origen en la Sagrada Liturgia, que se despliega ante los ojos de todos, penetra las más íntimas fibras del alma de cada uno, tanto del sacerdote, su ministro, como la del creyente que en ella participa.
Vuestro hermoso oficio de "pequeños cantores" os asocia muy íntimamente, queridos niños, a los esplendores de esta liturgia. Por eso, tenéis que familiarizaros con ella más que los demás cristianos. Ante lodo, la liturgia es, como sabéis, una oración, la oración oficial de la Iglesia. Oración quiere decir comunicación con Dios, honrar su infinita majestad, confianza del hijo que acude a su Padre del cielo, le alaba, implora el perdón, le suplica... Hay grados en esta elevación del alma. Primero ésta responde al impulso interior que la invita a orar, luego penetra paulatinamente en el sentido misterioso y sagrado del deber de la oración en todas sus formas, desde la oración individual y privada hasta la oración pública y colectiva y en su más elevada expresión: la santa misa.
¡Queridos niños, que tenéis la dicha de asistir con tanta frecuencia a la santa misa y realzar su hermosura externa con vuestros cantos! Permitid os digamos que esta participación del pueblo cristiano en el acto más solemne de toda la liturgia es una de nuestras constantes preocupaciones. Es verdad que las devociones privadas merecen nuestro respeto y tienen su valor, pero el cristiano no debe estimar nada por encima del santo sacrificio de la misa.
¡Cuánto desearíamos qué sacerdotes y fieles se preocupasen siempre por prepararse y asistir perfectamente a esta acción divina! Un altar donde nada falte, donde todo esté perfectamente limpio; unos acólitos bien formados, recogidos y atentos; la predicación del sacerdote, breve pero penetrante, muy adaptada al auditorio, escuchada con la atención y respeto debidos a la palabra de Dios; participación activa mediante el diálogo y el canto, aunque con toda la discreción que permite la oración individual y silenciosa, en fin, sobre todo la comunión, siempre que sea posible, para que la participación en el sacrificio sea verdaderamente completa.
Estas son, para el alma, durante su peregrinación terrena, las fuentes de la más auténtica y pura alegría. Este es el fundamento en el que se basa la dignidad del cristiano, el punto desde donde irradia su acción sobre los hermanos: el culto divino y su más sublime expresión: la santa misa.
2. He aquí, queridos niños, lo principal que queríamos deciros a vosotros y a todos los que han venido esta mañana para asistir con vosotros a la misa del Papa.
Pero vuestra presencia aquí, hoy, primero de enero, despierta todavía en el alma otro sentimiento: la esperanza, una esperanza bien fundamentada.
Sin duda, el año que comienza no es el año litúrgico, sino el año civil. Pero es una fecha que también tiene un carácter cristiano; nos reúne a todos en torno al Pesebre del Niño divino que acaba de nacer. Bajo su mirada nos comunicamos nuestros deseos, esperamos todo el bien posible en el año que comienza; todo lo que empieza llena el corazón de esperanza.
Y vosotros también sois un comienzo, sois la aurora y la promesa de la vida. Esos ojos inocentes y puros, que miran al altar, son el reflejo de los designios de Dios sobre cada uno de vosotros; sois los futuros jefes de familia, algunos de entre vosotros los futuros sacerdotes del Señor; todos seréis los testigos de Jesús en el mundo de mañana, los custodios y defensores de nuestra grande y única riqueza: la Fe. Nuestro corazón de Padre se emociona al pensarlo y quisiéramos tomaros a todos en nuestros brazos para ofreceros al Señor. ¡Espectáculo impresionante y estimulante, verdaderamente, el que nos ofrecéis esta mañana; radiante aurora de las generaciones futuras, anuncio de vida y de consuelo para la Santa Iglesia!
3. Como prenda de esta gran esperanza, que representáis, como fruto y ramillete espiritual de este encuentro con el Vicario de Jesucristo, permitid que, al terminar, os sugiramos una resolución: atreveros a todo y hacerlo todo por Dios y por la Iglesia. ¿Qué podríais temer, en realidad, si la fe os anima y la esperanza anida en vuestro corazón? Prometed, pues, con osadía, con motivo de esta reunión tan solemne, que creceréis siempre ,en virtud y gracia. Prometedlo con el entusiasmo de vuestra juventud, a ejemplo de los niños hebreos —Pueri Hebraeorum—, que aclamaron a Jesús con sus hosannas el día de su entrada en Jerusalén. Él escuchará vuestras voces infantiles y bendecirá los generosos compromisos que habéis hecho en presencia de su Vicario.
La fuerza para cumplir vuestra resolución la hallaréis en el altar santo donde se cumple para mayor bien de nuestras almas "el memorial de su Pasión", memoriale passionis eius; mens impletur gratia et futurae gloriae nobis pignus datur, como nos recuerda la Iglesia y vosotros habéis cantado tan bien hace un momento. Después de un don semejante, ¿qué más podríamos pedir al Señor Jesús?
Los Pueri Cantores de hoy sabrán hallar mañana y durante toda su vida cerca de Él, en la Eucaristía, el secreto de cantar la alegría divina en sus almas y de conservar en ellas la fuente de una santa alegría y de una energía espiritual indefectible.
¡Queridos niños y jóvenes reunidos hoy en San Pedro, sed bienvenidos! ¡Ojalá sepáis reflejar siempre en vuestra vida lo que expresáis tan elocuentemente con vuestras miradas inocentes, vuestra dulce voz y vuestra actitud digna!
¡Señor Jesús, que os habéis hecho niño por amor nuestro y que estos días contemplamos en la gruta de Belén! Permitid que coloquemos cerca de Vos, al lado de María, vuestra Madre y nuestra, al lado de José, "varón justo", y de los pastores, sencillos y buenos, a todos estos niños, joyas de nuestras familias cristianas, llegados aquí de todo el mundo. Os ofrecemos su melodioso canto, su corazón puro, su resolución ferviente y vibrante de honrar a la Santa Iglesia y a la hermosa tradición de los pueblos que aquí representan. Bendecidles, Señor, como Nos les bendecimos en vuestro nombre. Acompañadles en el camino lleno de promesas que se abre ante ellas. ¡Que lleven por doquier la alegría y la belleza! Que a ejemplo vuestro crezcan en edad, gracia y sabiduría delante de Dios y los hombres.
Debemos terminar comunicándoos una tristísima noticia, que acabamos de recibir y nos ha causado un profundo dolor: la muerte repentina del Cardenal José Wendel, Arzobispo de Munich, ocurrida ayer tarde, después de la ceremonia de fin de año, que presidía en su catedral.
Recordamos la hermosa contribución que prestaron los Pequeños Cantores en el éxito del Gran Congreso Eucarístico Internacional de Munich este verano. Por ello, os invitamos a elevar hacia Dios un último canto como tributo de homenaje y en sufragio por el descanso eterno del alma de este gran servidor de la Iglesia.
* Discorsi, messaggi, colloqui, vol. III, págs. 115-119.
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