DISCURSO DEL PAPA JUAN XXIII
EN EL TRIGÉSIMO ANIVERSARIO DE RADIO VATICANO*
Sala del Consistorio
Domingo 12 de febrero de 1961
Hoy hace treinta años, a las dieciséis treinta del 12 de febrero de 1931, por primera vez resonó desde estos micrófonos la voz del Padre Santo Pío XI. Precedida por un noble saludo de Guillermo Marconi, que prestó la colaboración personal de su asistencia al nacimiento de Radio Vaticano, aquella voz se difundió por las rutas invisibles del espacio.
Todavía está vivo el recuerdo de aquellos acentos, inspirados en el Libro Sagrado, con los que el Papa lanzaba un llamamiento a la gran familia humana. Audite caeli quae loquor, audiat terra verba oris mei. Audite haec, omnes gentes, auribus percipite omnes qui habitatis orbem, simul in unum dives et pauper. Audite insulae et attendite populi de longe. Oíd, cielos, lo que digo; que la tierra escuche las palabras de mi boca. Oídlo, gentes todas, escuchadlo los habitantes del orbe, tanto pobres como ricos. Oidlo islas y escuchadlo pueblos lejanos (AAS XXIII, 1931, pág. 65).
Aquel día comenzaron los radiomensajes pontificios; por primera vez en la historia la voz del Papa pudo ser escuchada simultáneamente en todas las partes del mundo, con indecible consuelo de los católicos, especialmente de los más alejados y aislados.
A treinta años de distancia, después de una secuela de acontecimientos así alegres como dolorosos, causa profunda alegría y emoción repetir las mismas palabras. Aquel acontecimiento proporcionó, de hecho, a esta Sede Apostólica, un valioso instrumento y abrió nuevos caminos al anuncio y penetración universal de la verdad y de la caridad.
Así tenía que ser y así fue, en realidad, Radio Vaticano, instituida con previsora sabiduría, está al servicio del pensamiento y de la voz del Papa para difundir sus ecos con oportuna celeridad y eficacia, y es una elocuente afirmación de la independencia de la Sede Apostólica e instrumento de difusión del magisterio pontificio.
Desde un principio este logro de la técnica moderna estuvo, además, al servicio de la unión recíproca entre los pueblos por su significación universal de fraternidad. Desde entonces, traspasando las fronteras de las naciones, la voz procedente del centro de la catolicidad hizo más sensible la fraternidad de los pueblos creyentes en el vínculo de la común fe profesada y de la caridad ejemplarmente vivida, y encendió una luz en el corazón de los oprimidos. Mas aún, cuado se recrudeció más dolorosamente la desgracia de la segunda guerra mundial, la voz de Radio Vaticano se difundió, libre y confortadora, por encima de los intereses de partido, estimulando al bien de la paz, de la unión y del amor; volvió a unir invisibles hilos de esperanza, transmitiendo tristes mensajes de prisioneros desconocidos, prófugos y exiliados, de madres y esposas apenadas, para quienes fue poderoso alivio en las tinieblas de la incertidumbre y de la angustia.
El camino recorrido en estos treinta años es motivo de gran consuelo —lo repetimos— y de gozo intenso.
Nuestros Predecesores Pío XI y Pío. XII obraron de manera que este camino estuviese siempre en constante progreso: se mejoraron las primitivas instalaciones, adaptándolas a los progresos de la técnica radiofónica, y Radio Vaticano, con ayuda de los católicos de todo el mundo, tomó una importancia cada vez mayor en los organismos de radiodifusión de los cinco continentes.
Ante todo, damos gracias al Señor, que tan visiblemente bendijo y sigue ayudando a esta obra, y damos, además, gracias a todos aquellos que fueron valiosos instrumentos en estos treinta años. Queremos recordar, a título de honor, a los dos primeros directores, los padres José Gianfranceschi y Felipe Soccorsi, a quien sucedió desde 1953 el querido hijo padre Antonio Stefanizzi; y con ellos a la Comunidad de Padres de la Compañía de Jesús, consagrados exclusivamente a Radio Vaticano, que continúan un servicio, llevado a cabo con abnegación y competencia, con ayuda de otros distinguidos colaboradores y técnicos de diferentes procedencias y nacionalidades. El esperanzador desarrollo de estos años fue testigo del comienzo, lleno de promesas, de un nuevo invento, que podemos llamar la hermana de la Radio: la Televisión. Esta también, desde los primeros pasos de su caminar, se puso al servicio de esta Sede Apostólica y, por cierto, es vínculo activo e inmediato de imágenes edificantes, de acontecimientos memorables, de funciones sagradas celebradas con tanto decoro. Radio Vaticano mira con simpatía este novísimo medio de la técnica moderna, de cuyos corteses y generosos servicios ha podido valerse, por ahora, el Organismos más afín de la Radioteledifusión. Sus antenas y estudios mantienen relaciones fraternales con Radio Vaticano.
¡Queridos hijos! La coincidencia de todos estos múltiples motivos en el terreno tan extenso de las comunicaciones audiovisuales tienen en sí un valor que trasciende el simple recuerdo histórico o el puro dato técnico. Por tanto, nos es muy grato dirigirnos a los hombres de buena voluntad y tomar ocasión de este aniversario para exponer las tres observaciones y enseñanzas que nos sugiere.
Las ondas radiofónicas, puestas al servicio del magisterio perenne de la Iglesia, difunden también —ya lo dijimos— una invitación a la verdad, la única que puede salvar al hombre del peligro de sucumbir a las inclinaciones sensibles, restableciéndole en su dignidad de hijo de Dios. Son una exhortación a decir la verdad, a vivir en ella, conforme a todo lo que dijimos en el reciente Radiomensaje de Navidad.
Difunden y esparcen también una invitación a la caridad, superando —con el respeto mutuo—las barreras de nacionalidad, raza y diferencias sociales, para invitar al sublime bien de la unión, de la colaboración mutua, al entendimiento concorde y constructivo.
Constituyen, por último, una exhortación a valorar la ciencia, destinada no tanto al dominio de una técnica destructora, que puede perturbar violentamente el orden de la naturaleza y amenazar la seguridad del hombre, cuanto a las conquistas pacíficas de las misteriosas fuerzas, que Dios encerró en la creación, para que sirvan de ayuda al hombre y contribuyan a su elevación y progreso duradero.
¡Sean estos deseos, que brotan hoy de nuestro corazón, mensajeros de renovada esperanza!
Todo esto nos anima a proseguir el trabajo con sencillez, confianza y constancia. El Señor estará con Nos, para dar nuevo incremento a nuestros esfuerzos, sostenidos por la buena voluntad de nuestros queridos hijos de todo el mundo.
A ellos se dirige nuestro pensamiento más amante y paternal, y, en tanto, damos gracias a las autoridades, a los organismos internacionales, por la benevolencia que han tenido con Radio Vaticano en su trigésimo aniversario, nos complacemos en abrazar a toda la familia humana con nuestra Bendición Apostólica, que enviamos especialmente a los pequeños, a los trabajadores, a los parados, a los enfermos, para que todos sean "llenos de toda la plenitud de Dios" (Eph. 3, 19).
* AAS 53 (1961) 151-153; Discorsi, messaggi, colloqui, vol. III, págs. 146-149.
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