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DISCURSO DE SU SANTIDAD JUAN XXIII
A LOS FIELES DE LA URBE
EN LA FESTIVIDAD DE SAN JOSÉ
*

Domingo 19 de marzo de 1961

 

¡Queridos hijos!

La austeridad del tiempo de Pasión nada impide a la serenidad del ánimo, a la alegría que han suscitado las recientes manifestaciones de fe y de fervor religioso popular.

Los cuatro encuentros de Cuaresma con el pueblo romano en los barrios Appio, Nomentano, Portuense y Prati permanecen en los ojos como visión de prometedora primavera y suscitan en el corazón el estímulo a querer y obrar siempre bien.

Nos complacemos en hacerlo patente a los hijos de nuestra querida Diócesis de Roma y reiterar al clero y laicado la seguridad de nuestro afecto, in visceribus Christi, y de nuestra gratitud.

Inefable camino del "Hosanna" al "Aleluya"

Las austeras fiestas litúrgicas de los próximos días y días sucesivos hasta coronarlas con el fervor del aleluya de Pascua son una invitación a mantenernos unidos como lo estuvimos durante las estaciones penitenciales, tras la huellas del Señor, que nos hace descubrir en la tierras las manifestaciones de la bondad humana y cristiana, sencilla y atrayente. Esta se embellece con la presencia de los niños. Ellos forman el cortejo de Jesús que camina sobre el asnillo y cantan el hosanna al Hijo de David que tanto amor infunde en los corazones.

Lo que comienza con manifestaciones de triunfo en las puertas de Jerusalén termina en la colina fatal del Calvario. Se acerca el Hosanna de la entrada en la ciudad santa, pero halla pronto la oposición en aquel grito blasfemo y de maldición que es misterio de ingratitud e insensatez; de la gloria a la ignominia, del viva al crucifige.

¡Queridos hijos! Tal es la síntesis de la vida terrena, a grandes rasgos, evocando las recientes peregrinaciones cuaresmales. Los que la aceptan con amor están destinados a una riqueza interior que florece en pazy serenidad; los que la reciben de mala gana están sujetos a los cambios más desconcertantes: amarguras íntimas, aspereza exterior del carácter y trato.

De la diferente manera de acoger la llamada característica de la vocación cristiana y de seguir a Jesús, que avanza sentado humildemente en el pullum asinae, depende la ordenada convivencia de las familias, comunidades y el mismo consorcio civil.

Bajo la luz del Patrono de la Iglesia universal

Podéis imaginar el afecto que sentimos esta mañana, poco después de publicar la Carta Apostólica sobre la devoción a San José, al recibiros, queridos hijos, que venís de todos los puntos de Roma.

En señal de respeto a la fecha conmemorativa del nonagésimo aniversario de su constitución (1871-1961) saludamos ante todo a la Asociación Primaria Católica Artístico-Obrera y a la Sociedad Primaria Católica Promotora de buenas obras en Roma que, desde hace casi un siglo, están bajo el patrocinio de San José y lo están con honor, mérito y fruto. Y ¿qué decir a las Religiosas que aquí representan a diecinueve Institutos, que toman inspiración del nombre y virtudes, características del Santo Patriarca, de vida interior, de apostolado tan benemérito de todos los campos?

Este número distinguido de Familias religiosas es motivo de grande y sorprendente alegría.

Almas de buenos seglares, de excelentes religiosas, os acercáis a la humilde figura del Custodio de Jesús y de él proceden para todos juntos y para los deberes peculiares de unos y otras la lección más adecuada, la invitación más oportuna y, después, ese sentido de moderación, de paciencia y ese amor silentii y amor al sacrificio que hacen solidísimas las instituciones de piedad, de asistencia mutua, de elevación espiritual y material.

Hoy queremos haceros una confidencia.

Cuando el Cardenal Pedro Gasparri, Secretario de Estado en aquellos tiempos, nos comunicó el nombramiento de Visitador Apostólico en Bulgaria —la querida nación que recordamos con amor inalterable— y la promoción a la dignidad episcopal que la acompañaría, oyó decir que se nos consagraría en la festividad de San José y en la iglesia de San Carlos, en el Corso, y con sus modales precipitados en apariencia, pero siempre amables, nos preguntó:

—Y ¿por qué en la fiesta de San José?

Nuestra respuesta fue sencilla:

— Porque este Santo nos parece que debe ser el mejor maestro y patrono de los diplomáticos de la Santa Sede.

— ¡Ah, desde luego —dijo el Cardenal—, no me esperaba esto!

— Pues bien, mire, Eminencia, saber obedecer, saber callar, cuando sea necesario hablar con moderación y cortesía, esto es ser diplomático de la Santa Sede y esto es San José. Así, vedle de viaje, por obediencia, a Belén, procurando buscar alojamiento y luego guardando la gruta; ocho días después del nacimiento de Jesús, presidir el rito hebreo que determinaba la pertenencia de los recién nacidos al pueblo elegido (Gen. 9,12); vedle recibiendo con honor a los Magos, espléndidos embajadores de Oriente. Vedle por los caminos de Egipto y luego de vuelta a Nazaret siempre obedeciendo silenciosamente, mostrando y ocultando a Jesús, defendiéndole y alimentándole; y por su parte siguiendo con discreción y en la oscuridad de los misterios del Señor, que a menudo recibían una luz celestial de la ligera y pasajera intervención de un ángel.

— He comprendido—terminó diciendo entonces el Cardenal Gasparri—. Tiene razón. Y si halla dificultades en escoger consagrante, consiento en ello yo, que he consagrado tantos representantes de la Santa Sede.

La vida de San José, ejemplar atrayente de la doctrina evangélica

Este año San José está en el umbral de las fiestas anuales de la Pasión y Muerte del Salvador del mundo.

Si lo consideramos bien, su lugar y el de sus devotos e imitadores es no abandonar nunca al Señor Jesús ni descorazonarse ante el éxito aparente del enemigo del bien, ante los momentáneos eclipses de tantos y tantos hombres, que también son objeto del amor divino, eclipses, repetimos, de juicio acertado, conciencia recta y actividad generosa.

¡Hijos de Roma! Las tentaciones son fuertes, graves los peligros, así ayer como hoy y siempre.

La triple concupiscencia, en primer lugar el dinero, tiene un terrible poder de atracción; la sed de dominación es inextinguible; los placeres de la vida inducen a ser condescendientes y débiles.

Por más que se diga, el que quiera salvarse, ponerse a buen seguro en la Casa del Padre y conservar los preciosos dones de naturaleza y gracia, que Dios le concedió, no tiene más que modelar su alma en la perenne doctrina evangélica y de la Iglesia, cuyo atractivo ejemplo nos ofrece la humilde vida de San José.

¡Queridos hijos! Vosotros nos comprendéis. Y Nos —después de la feliz experiencia de los recientes encuentros— os conocemos y estimamos a vosotros afiliados ahora a las hermosas Instituciones Artístico-obreras y Promotoras de buenas obras, comparables como sois a aquellos sacerdotes romanos y seglares distinguidísimos que nos fueron familiares desde los años de nuestros estudios en Roma y luego en nuestros servicios en Propaganda Fide.

Beneméritas instituciones de vida religiosa en la Urbe

Las dos instituciones que aquí en el Vaticano celebran hoy el nonagésimo aniversario de su institución ocupan, por cierto, su honroso puesto junto a tantas otras que constituyen el tesoro de esta inmortal ciudad.

Proseguid todos con paz, con impulso generoso de buenas obras respetando las tradiciones antiguas y procurando aquellas adaptaciones de orden práctico que redundan en mayor provecho de las parroquias y de cada alma.

¡Roma está muy viva; su pueblo nos ha ofrecido un espectáculo espontáneo e imponentísimo! Hemos ido a las parroquias obedeciendo a nuestro deber de Obispo que en sus, solicitudes por todo el mundo no quiere ni debe sustraerse al servicio que desea prestar al clero y al pueblo de su. diócesis.

Nuevo florecimiento de actividad cristiana

¿Qué hemos procurado a nuestros queridos hijos? En el orden material, casi nada, aunque nos preocupemos de nuestro pequeño óbolo para los más necesitados. En el orden espiritual les hemos procurado una palabra sencilla, una copiosa bendición.

Pero esos encuentros, ese coloquio de corazón a corazón, han dejado en Nos como un misterio inefable de alegría, de prometedora primavera.

Muchedumbres innumerables, no movidas por pasiones políticas, no entusiasmadas por la admiración de los deportes, del cine y de la televisión, sino en actitud respetuosa hacia el Padre que representa la juventud de la Iglesia Católica, su latir de universal caridad, de fervor misionero.

¡Oh Roma, nuestra ciudad episcopal y vosotros todos sus hijos, antiguos y modernos, benditos seáis!

El espectáculo que siempre nos emociona más que ningún otro es el gesto espontáneo de los recién casados y padres que levantaban hacia el Papa a sus hijos para que los bendijese. ¡Qué alegría y encanto!

Ciertamente, bendecimos este nuevo florecimiento de la Iglesia Romana, de la Iglesia universal, a niños y adultos, a jóvenes y ancianos, al clero y laicado, a religiosos y religiosas.

¡Queridos hijos nuestros! ¡19 de marzo de 1925 y 19 de marzo de 1961! Hoy se cumplen en presencia vuestra treinta años de nuestro episcopado. Permitidnos que una vez más invoquemos el patrocinio de San José y le pidamos os alcance a todos vosotros aquí presentes, a vuestras familias e instituciones, los favores del cielo y los consuelos de la tierra.

 


*  Discorsi, messaggi, colloqui, vol. III, págs. 181-186.

 

 



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