ALOCUCIÓN DE SU SANTIDAD JUAN XXIII
AL PERSONAL DE L'OSSERVATORE ROMANO
CON MOTIVO DEL CENTENARIO DE SU FUNDACIÓN*
Sala del Consistorio
Sábado 1 de julio de 1961
¡Queridos hijos!
Ante todo, queremos dar gracias al Director de L'Osservatore Romano y a sus más inmediatos colaboradores por haber dispuesto una feliz manifestación, en la circunstancia del primer centenario de nuestro periódico que por todas partes ciertamente suscitará ecos de gozo y bien.
Se nos ha hecho entrega hoy del número conmemorativo de una tan fausta fecha. No revelamos un secreto, por cierto, si decimos que el contenido, al menos parcialmente, ya nos era conocido, y por esto podemos, desde este momento, manifestar complacencia por el conjunto, por el volumen de los artículos y las ilustraciones.
Habéis querido abrir el número con una fotografía del Papa; sabemos que esto es para reafirmar el sentido afecto de hijos devotísimos. Además, del Padre es una Carta especial que pone de relieve también el carácter amablemente familiar de la celebración y en la que su corazón se abre a consoladoras esperanzas. A ellas se añaden —hace poco hablábamos de ellas en la audiencia diaria con el Secretario de Estado— las congratulaciones enviadas por el señor Cardenal Tardini.
Hay, después, todo lo demás; y recorriendo las numerosas páginas se tiene la visión clara del pasado, del presente y del futuro, que no se refiere precisamente a todo lo que se ha dicho en la oración recitada por el sacerdote durante la santa misa, después del Pater noster, cuando pide al Señor que nos libre de todos los males: praeteritis, praesentibus et futuris, sino que, por el contrario, es sentida acción de gracias a Dios porque, por medio de L'Osservatore Romano ha llegado a las almas con el esplendor de la verdad, la penetración de las buenas doctrinas y de tanta riqueza de ejemplos y de firmes principios, defendidos y profesados constantemente, abundantes ayudas divinas y permanente riqueza de útiles indicaciones. Todo esto señala un feliz horizonte de otras tantas gracias para el futuro.
Hay más: desde hace algún tiempo el periódico se presenta con especial variedad de informaciones, artículos y reportajes. Esto demuestra un empeño cada vez más diligente en todos los que trabajan en él. Por lo demás, sea reducido o considerable el número de páginas, todo lector tiene la posibilidad de hallar mucho provecho para la inteligencia y el corazón, escogiendo lo que más prefiera, ya con relación a la historia, a la literatura, a la apologética, ya para estar al corriente de las nuevas y novísimas formas del pensamiento y de sus comunicaciones siempre a la luz plena de la verdad y de la buena doctrina.
Todo esto, queremos repetirlo, nos ha sido delicioso descubrir en una síntesis muy acertada en este número, especial y riquísimo.
Allí los diversos redactores y colaboradores con sentido de romanidad, de precisión y habilidad lograron demostrar cómo se puede preparar un digno homenaje, un precioso documento de fe, ante todo dirigido a la gloria del Señor, cuya Providencia, en todo momento, nos ayuda visiblemente y en correspondencia plena a una brillante tradición.
El Papa mismo, como se sabe, cuando por la tarde puede permitirse un breve descanso en su trabajo cotidiano, gusta de ojear L'Osservatore Romano; y si, sobre las disciplinas que prefiere, tales como, por ejemplo, historia, arte, arqueología, hagiografía, encuentra un artículo interesante, lo lee con verdadera complacencia, aunque haya pronto que dejarlo para atender a otras solicitudes.
Volviendo a nuestros recuerdos juveniles, especialmente al período de los estudios en el Seminario Romano, nos parece volver a ver a algunos de aquellos rostros de eclesiásticos y seglares que reaparecen en las páginas de este documento del centenario.
Los seminaristas sabían distinguir, y a veces se los indicaban, a estos valiosos operarios de la pluma en tiempos borrascosos y cada uno apreciaba unánimemente el servicio prestado con sabiduría, humildad y generosidad a la Sede Apostólica.
¡Queridos hijos! Hoy es fiesta grande en casa; es la alegría de sentirnos en derredor del hogar, en la respetuosa familiaridad y distinguida colaboración que en los diferentes grados y medidas de las múltiples formas de los servicios de cada uno es noble y alto servicio a Cristo Jesús y a su Iglesia santa y bendita.
Cuantos pertenecéis a esta familia estad seguros de la benevolencia y afecto especialísimo del Papa por vosotros, tan cercanos como estáis a su alma y a su vida, hecha de oración y acción pastoral.
Sin duda, a L'Osservatore Romano no se le ha confiado la dirección general o el gobierno de la Iglesia, pero no es menos cierto que L'Osservatore Romano es el heraldo cotidiano, el instrumento, la voz más segura con que el pensamiento del Papa se transmite ordinariamente y garantizado con su autenticidad por Roma hasta los últimos confines del mundo.
De hecho, los Acta Apostolicae Sedis —que son los órganos oficiales de la Sede Apostólica— no pueden salir todos los días.
Trabajar en "L'Osservatore" es, pues, compartir las solicitudes más afanosas de la difusión de aquellas energías espirituales que forman lo más y mejor de la vida de las almas y la verdadera riqueza del orden cristiano y social al que han sido confiados la prosperidad y la paz. Con esta luz nos complace saludaros a todos los que acudisteis aquí para celebrar el centenario del periódico que constituye una riquísima fuente para la investigación e ilustración de la historia de la Iglesia y de las naciones durante las vicisitudes del siglo pasado.
Nos complacemos en poder saludar en esta circunstancia solemne a los representantes de la Prensa internacional y emisoras de radio, reunidos aquí para celebrar a L'Osservatore Romano y para rendir homenaje a los principios en que se inspira en su acción y que son patrimonio común de cuantos aman la verdad, la justicia y la fraternidad de las gentes.
Sí, queridos hijos, el Papa está con todos vosotros no sólo en jornadas alegres como la de hoy, sino, especialmente, en todas las otras de excelente trabajo que Dios quiera concederos, en las que proseguiréis la obra comenzada, hoy hace cien años, por aquellos que os han precedido con tanto honor y mérito.
El humilde sucesor de Pedro está en su puesto en la mística nave, la cual no ésta para nada desgastada —ni podrá estarlo nunca— y siempre tiene el valor y la fortaleza de avanzar obedeciendo al prodigioso mandato del Divino Maestro: Duc in altum!
El Papa y la Iglesia están con vosotros, vigilantes y activos como estaban en el corazón del Señor los primeros apóstoles y discípulos cuando se preparó la gran conquista del mundo para Jesús, y cuando del corazón de los Apóstoles, siguiendo inmediatamente la dirección y la gracia del Señor, vibraron las primeras voces y esperanzas de redención y de gracia, de paz y de verdad.
Nuestro paternal augurio es que os mantengáis siempre en estos admirables esplendores, y, por tanto, de todo corazón bendecimos vuestras personas y afanes, a vuestras familias y los nobles propósitos de vuestro trabajo.
* Discorsi, messaggi, colloqui, vol. III, págs. 349-352.
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