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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN XXIII
A LA TERCERA PEREGRINACIÓN INTERNACIONAL
DEL MOVIMIENTO "PAX CHRISTI"
*

Castelgandolfo
Miércoles 26 de julio de 1961

 

Queridos hijos e hijas:

El año pasado tuvimos el placer de expresar a nuestro querido Cardenal Feltin y a los miembros del Consejo General Internacional de Pax Christi nuestra estima por la acción llevada a cabo por este movimiento. Señalando entonces que el origen de esta organización se encontraba unido a los fervientes años de nuestro modesto servicio a la Santa Sede en Francia, Nos afirmábamos, entre otras cosas, que "la idea de paz nos toca en lo profundo del alma. Para hacer crecer la paz es necesario estar en paz con Dios, con eI prójimo g con nosotros mismos. La idea de paz se nutre de paciencia y de confianza en Nuestro Señor" (Discurso del 19 de abril de 1960).

Y hoy son igualmente los afiliados de Pax Christi los que tenemos la alegría de acoger en Castelgandolfo, que forman como una escolta de honor a su tan querido presidente internacional, el venerado Cardenal Arzobispo de París.

Con el alma aún conmovida por las huellas y el espíritu evangélico del "poverello" venís a Roma para recibir la bendición apostólica e ir después a arrodillaros junto a las gloriosas tumbas de Pedro y de Pablo para lograr, cerca de estas columnas de la Iglesia, el sentido de una fidelidad mayor a Jesucristo,

Pues bien, Nos os repetimos las consignas anteriormente dadas a los dirigentes de vuestro movimiento. Vuestra peregrinación internacional y vuestra presencia aquí, ¿acaso no son un símbolo viviente de esta unidad y de esta paz, de la que deseáis ser los testimonios particulares junto a los hombres y que debe precisamente animar vuestros corazones e inspirar vuestra conducta?

Aun cuando las nuevas que nos llegan de la tierra entera son muy frecuentemente portadoras de tensiones entre los hombres, de amenazas y muchas veces de conflictos, las inquietudes experimentadas por los padres y las madres de familia encuentran en nuestro corazón un profundo eco y Nos permanecemos, por nuestra parte, resueltamente fiel a la enseñanza pacífica de Nuestro Señor. Nos esforzamos sin cesar en ser un hombre de paz en el sentido más amplio de este término. Sufriendo al ver las divisiones, Nos preferimos siempre señalar lo que une a los hombres y caminar con cada uno de ellos el camino posible, sin atentar contra las exigencias de la justicia ni contra los derechos de la verdad.

Nos sentimos felices de comprobar que nuestros hijos de Pax Christi están animados de las mismas disposiciones y por ello les felicitamos. Ellos se entregan con inteligencia y devoción a extender la paz de Cristo en el mundo mediante numerosas iniciativas, tales como la institución de un Domingo Internacional de la Paz, de congresos, de peregrinaciones y de reuniones de miembros de diversas naciones y también por la publicación de folletos sugestivos y la participación en las campañas de ayuda a los países en vías de desarrollo. Nos deseamos que estos esfuerzos se prosigan, intensificándose, al servicio del mundo contemporáneo.

Os toca, ciertamente, mostrar en vuestras vidas una bella aplicación de la palabra de Jesús: "Felices los pacíficos" (Mat., 5, 9), Si queréis verdaderamente irradiar la paz alrededor de vosotros, si queréis ser los artesanos de un entendimiento fraterno entre los hombres, en el interior y más allá de las fronteras de vuestros países respectivos, Nos os repetimos con insistencia que es necesario primeramente que esta paz sea establecida en vosotros. Sí, es necesario cultivar en uno mismo pensamientos de paz; es necesario, para conservar aquéllos, no temer los renunciamientos personales, reconocer abiertamente y con alegría el patrimonio de sabiduría y de bondad que cada pueblo posee, exalta a justo título y transmite a sus hijos. Vosotros sabéis también todo lo que ello implica de fidelidad a la voluntad divina, de vida moral recta y de olvido de sí en provecho de los demás hombres; en una palabra, de unión a Cristo Jesús, "nuestra paz" (Ef., 2, 14).

Señor Cardenal:

He aquí que hace cinco años Venecia celebraba a San Marcos y vos tuvisteis la bondad de dirigir por dos veces la palabra a los hijos del Patriarcado. La primera, en una conferencia llena de interés sobre Pax Christi. La segunda, en el curso de la misa pontifical, sobre la triple enseñanza dada por San Marcos Evangelista, por San Lorenzo Justiniano y por San Pío X, tres altas figuras familiares a los habitantes de Venecia y objeto de su culto más vivo. Vuestras palabras resuenan siempre en nuestro corazón. Invitasteis a los fieles a mejor conocer y vivir el Evangelio, especialmente aquel dado por San Marcos; mostrasteis muy felizmente cómo una sana comprensión de la escritura no puede concebirse sin una sumisión a la autoridad de la Iglesia. Aquí no resistimos el placer de citaros textualmente: "Para no equivocarse en absoluto es necesario siempre recurrir a Pedro, al jefe de la Iglesia católica. El es quien nos dice la verdad. En la medida en que recurrimos a la Iglesia para la interpretación de la Santa Escritura es en la misma medida en que estamos ciertos de guardar nuestra fe católica".

Que nos sea permitido, señor Cardenal, el aplicar también a Pax Christi vuestro llamamiento de Obispo de la Iglesia santa, universal y apostólica. En la medida misma en que los hijos de los hombres, los hijos de la gran tradición católica de todos los siglos pasados permanecen fieles a la Iglesia, ellos trabajan para la paz, la defienden y la esparcen en los espíritus, en las familias y en las instituciones. Por ello, impetrando sobre vosotros, queridos hijos, las gracias necesarias para que os mostréis verdaderos artesanos de paz, Nos os concedemos de todo corazón, así como a los vuestros y a todos los que buscan sinceramente la paz verdadera, nuestra muy afectuosa y cordial bendición apostólica.

 


* AAS LIII (1961) 557-559;  Discorsi, messaggi, colloqui, vol. III, págs. 364-367.

 

 



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