DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN XXIII
AL X CONGRESO INTERNACIONAL DE REUMATOLOGÍA*
Viernes 8 de septiembre de 1961
Queridos señores:
Experimentamos siempre una viva satisfacción cuando recibimos aquí representantes cualificados de la ciencia y de la cultura. Pero nuestro corazón se emociona todavía más cuando se trata de eminentes especialistas en ciencias médicas que aúnan sus esfuerzos para un fin tan noble como es el de acudir en ayuda de sus hermanos y aliviar sus dolores corporales.
La Iglesia tiene siempre presente que su divino fundador, según la expresión de los Libros Sagrados, "pasó haciendo el bien y curando" (Hechos, 10, 38). Si ella se ha inclinado siempre con amor maternal sobre los que sufren, considerando el cuidado de los enfermos como algo que entra directamente en su ministerio de caridad, también sabe que el sufrimiento no es un bien en sí mismo. Es cierto que puede ser para muchas almas un instrumento de perfección moral. Pero no es menos cierto que el dolor no entraba en los planes primitivos del Creador y que nuestros primeros padres fueron creados exentos del mismo; el pecado hizo que la enfermedad, lo mismo que la muerte, entrara en el mundo.
Quienes, como vosotros, luchan contra el mal físico pueden contar, con toda seguridad, con el apoyo y aliento de la Iglesia. Todo el mundo sabe, además, por experiencia, cuánto favorece el equilibrio de la persona y facilita el ejercicio de la actividad mental y espiritual un buen estado de salud. La Santa Madre Iglesia pide a la vez en numerosas oraciones "salutem mentis et corporis", la salud del alma y del cuerpo, porque la una es, frecuentemente, condición para la otra. Entre las enfermedades más penosas y más extendidas figuran ciertamente las que han constituido el objeto de vuestros estudios en el decurso de este Congreso: las afecciones reumáticas. Cuántas esperanzas habrá despertado en cuantos sufren este padecimiento saber que especialistas de cerca de cuarenta naciones han querido aunar el caudal de su competencia y de su celo para perfeccionar el tratamiento y curación de este mal tan tenaz. ¡Ojalá que merced a vuestras sabias investigaciones se puedan cumplir estas esperanzas y reflorezcan, con la salud del cuerpo, la paz y la alegría en el corazón de tantos infortunados!
Permitidnos también deciros, para terminar, queridos hermanos, cuánto nos afecta y consuela ver esta noble y generosa emulación de sabios, pertenecientes a las naciones más diversas, unidos fraternalmente con el único fin de buscar alivio para sus semejantes, Vosotros, con vuestro ejemplo, ofrecéis una idea de lo que podría ser la sociedad si cada uno se condoliera en ella, no según el egoísmo que divide, sino en la práctica generosa de una caridad desinteresada, único factor eficaz de la paz y de unión entre los hombres.
De todo corazón pedimos a Dios bendiga y fructificar vuestros trabajos, al mismo tiempo que invocamos sobre vosotros, vuestras familias y vuestras patrias, la abundancia de sus mejores gracias.
* AAS LIII (1961) 613- 614; Discorsi, messaggi, colloqui, vol. III, págs. 397-399.
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