DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN XXIII
AL VII CONGRESO INTERNACIONAL DE NEUROLOGÍA
Y AL V CONGRESO DE ELECTROENCEFALOGRAFÍA
Y NEUROFISIOLOGÍA CLÍNICA*
Sábado 16 de septiembre de 1961
Señores:
El domingo por la tarde Nos presidíamos una asamblea universal de oraciones para implorar del Señor la continuación y el afianzamiento de la paz. Y he aquí hoy vuestro encuentro, también de carácter internacional, también factor de paz, puesto que se preocupa únicamente de socorrer a los hombres. Por tanto, con mucho gusto hemos accedido a vuestro amable deseo de ser recibidos en audiencia con ocasión de los Congresos internacionales de Electroencefalografía y Neurología, y del noveno encuentro de la Liga internacional contra la epilepsia.
Nos es muy grato, en efecto, deciros cuánto nos alegramos de ver desarrollarse estos días en Roma estas importantes manifestaciones científicas que reúnen a más de dos mil participantes procedentes de cincuenta y ocho países. Hermoso ejemplo de lo que saben hacer los hombres justamente preocupados de socorrer a sus semejantes y afanosos de poner en común métodos de diagnóstico, observaciones clínicas, tratamientos terapéuticos, sin otra preocupación que la eficacia cada vez mayor por aliviar las miserias cerebrales que afligen a tantos seres humanos.
El espíritu sólo puede maravillarse ante los importantes descubrimientos logrados de año en año en el hallazgo de los síntomas, en la determinación de sus causas y en los procedimientos que permiten remediarlos, aliviar a los pacientes y curarlos cada vez mejor. Notables progresos —como nos lo habéis indicado— devuelven la esperanza a tantos desgraciados que sufren y a sus apenadas familias, y hoy vemos ocupar de nuevo sus puestos en la sociedad, para el mayor bien de todos, a muchos enfermos cuyas perturbaciones nerviosas eran consideradas en otro tiempo como incurables.
Señores, no podemos por menos de daros las gracias por contribuir con todos los recursos de vuestra inteligencia y ardor de vuestro trabajo diario a aliviar así a la humanidad doliente. Y nuestra alma se dirige espontáneamente a Dios, nuestro Padre y Creador, que habiendo misteriosamente permitido el sufrimiento, este fruto amargo del pecado, dotó al hombre, criatura suya, de una inteligencia capaz de trabajar eficazmente en eliminar las perturbaciones, curar las enfermedades y ayudar a cada uno realizando en sí mismo el viejo proverbio latino "mens sana in corpore sano", en prestar su colaboración pacífica y útil a la familia y a la sociedad.
Sabemos, en efecto, la prueba que supone para tantas personas y familias estas enfermedades nerviosas que, con frecuencia, traen con el sufrimiento de los cuerpos el de las almas. Los creyentes saben que, aceptado y ofrecido su sufrimiento, unido al de Cristo Salvador, tiene un valor redentor. Pero, paro todos, ¡qué terribles pruebas con harta frecuencia, que únicamente la vida del médico, con la cooperación del especialista, logran superar, con tal de que las fuerzas morales y espirituales den al enfermo —asi como a los que le rodean— el aliento suficiente para luchar con energía contra el mal.
Esto quiere decir, señores, que apreciamos sobremanera vuestro trabajo y lo bendecimos. Y queremos, también, expresar el deseo de que esta noble colaboración de hombres de ciencia totalmente consagrados al bien de sus hermanos pacientes sea un estímulo y un aliento para todos los hombres de buena voluntad, con el fin de que la inteligencia humana se emplee siempre en servicio de todos, en la concordia y la paz.
De todo corazón, al terminar esta conversación familiar, imploramos sobre vuestros trabajos la abundancia de los favores divinos, para que el Señor os ilumine en vuestras investigaciones. Y en prenda de nuestra paternal benevolencia os impartimos, muy gustosamente, a vosotros, así como a vuestras queridas familias, nuestra afectuosa Bendición Apostólica.
* AAS LIII (1961) 615- 617; Discorsi, messaggi, colloqui, vol. III, págs. 417-420.
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