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ALOCUCIÓN DEL SANTO PADRE JUAN XXIII
AL
CONGRESO ITALIANO DE UROLOGÍA*

Sala del Consistorio
Sábado 14 de octubre de 1961

 

Queridos hijos y estimados señores:

Nos conforta acoger a ilustres representantes de la ciencia médica que se reúnen en Roma para sus Congresos.

Vuestra presencia trae a nuestra mente la esperanza de tantos enfermos que aguardan con ansia en vuestros estudios e investigaciones el remedio o al menos el alivio para su dolor; gustoso, por tanto, os saludamos con aquellos sentimientos de estima y benevolencia que corresponden a vuestra doble profesión: "Honra al médico por su sus servicios: pues el Altísimo lo creó" (Eccless. 38,1 ), así habla la Sagrada Escritura.

Vuestro Congreso, que hace el número 34 de los organizados por la Sociedad Italiana de Urología, se suma a la larga serie de Congresos de Medicina, que se han sucedido a lo largo de este año, cuyos felices resultados han tenido gran resonancia en la prensa diaria y periódica. Esto da la medida del progreso ahora conseguido por la medicina moderna en la investigación y en la utilización de las fuerzas de la naturaleza para combatir y prevenir la enfermedad; y al mismo tiempo demuestra el creciente interés con que la opinión pública sigue estos trabajos, enterada, como está, de los preciosos servicios prestados a la humanidad por estas reuniones.

Pero en vosotros hay otro motivo por el que Nos vemos con satisfacción multiplicarse estos congresos. Estos, en efecto, favorecen el esfuerzo de colaboración mutua, que hoy cada vez más se advierte en los diversos sectores de la vida social, y que se impone sobre todo en el vasto y complejo campo de la ciencia médica. De aquí que el compromiso común de investigación científica y de estudio a veces heroico, siempre fatigoso, como también el intercambio cordial y pronto de experiencias, todo puesto al servicio del prójimo, llena los ánimos de solidaridad humana y de fraternidad cristiana, como lo demuestra de modo elocuente la contribución ofrecida por la Medicina en estos últimos años, particularmente a los países en vía de desarrollo, y deseosos de ponerse a la altura de los otros de antigua tradición de estudio y organizaciones sanitarias.

Todo esto, nos agrada revelarlo, induce a pensar que verdaderamente el espíritu cristiano de caridad ha penetrado, más de lo que se cree, en la estructura y en la mentalidad de la sociedad contemporánea.

Estas indicaciones ya son suficientes, queridos hijos, para subrayar a grandes trazos la importancia que atribuimos a vuestro Congreso.

Y queremos añadir que vuestro trabajo, especialistas en Urología, presenta una gravedad particular Requiere pericia, prontitud, delicadeza. Pues en este campo la sensibilidad del médico se encuentra con el recato del enfermo. Esto lleva consigo una dificultad no leve en el desenvolvimiento de vuestra actividad, la cual, lejos de tratarse de una serie de servicios hechos de una manera más o menos mecánica, exige una disposición llena de tacto y calor fraterno con respecto al paciente, y hace al médico penetrar y cultivar el fondo mismo de aquello que es para vosotros más humano y sobre todo más cristiano. Solo así el enfermo se abrirá a la confianza, y ésta, unida a vuestro delicado servicio, asegurará el perfecto entendimiento, sin el cual todo cuidado resultaría inútil.

Esperamos que vuestras discusiones y cambios de vista, en la misma manera que contribuyan al progreso de la ciencia, aumenten en vosotros la conciencia de vuestra responsabilidad: y de todo corazón os auguramos que con vuestro sentido moral, desinterés constante y generosa entrega al servicio del prójimo, sabréis cumplir cada vez más dignamente vuestra propia actividad.

Con tal fin, pidiendo al Autor de la vida que os asocie plenamente a su obra, Nos invocamos sobre vosotros, vuestras familias, vuestros trabajos, sobre los enfermos que asistáis, la abundancia de los favores divinos, y en prenda de ello, os impartimos la Bendición Apostólica.

 


* Discorsi, messaggi, colloqui, vol. III, págs. 463-465.

 

 



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