DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN XXIII
A LA ASOCIACIÓN DE LA PRENSA EXTRANJERA EN ITALIA*
Martes 24 de octubre de 1961
Estimados señores:
Estamos emocionados por los votos que vuestro dilecto presidente acaba de expresarnos en nombre de la Asociación de la Prensa Extranjera en Italia. Han pasado ya tres años desde nuestro primer encuentro, al día siguiente de Nuestra elección, y cuando habéis manifestado el deseo de ser recibidos de nuevo por Nos, lo hemos acogido con agrado. La entrevista de esta tarde permitidnos que la consideremos, no como una audiencia protocolaria, sino más bien como una conversación llana y familiar entre el que ha recibido de Dios la carga de conducir a sus hermanos por el camino de la verdad y una élite de los que le pueden proporcionar una ayuda muy preciosa en esta tarea: Nos referimos a los responsables de la información y de la opinión pública.
Vuestra profesión, cada uno en su puesto, es una de las situadas en primer plano en la sociedad moderna. Nadie puede despreocuparse de conocer más o menos lo que sucede en el mundo entero, y es a través de la Prensa por donde las noticias llegan al gran público; son los periodistas los que las recogen, las coordinan, las presentan y las comentan.
Podemos deciros que seguimos personalmente vuestro trabajo con el más vivo interés, y que, en el espacio de tiempo de que podemos disponer, nos ponemos en contacto con un gran número de periódicos y revistas. Así es como podemos notar —y lo hacemos siempre con una gran satisfacción—la importancia que se le da a la información religiosa. Permitid que os felicite. Estando en Roma estáis en situación privilegiada para informar a los órganos de Prensa, de los que sois corresponsales, sobre las diferentes manifestaciones de la vida de la Iglesia. Tenemos a bien deciros lo que apreciamos los esfuerzos realizados en este sentido por muchos de vosotros.i
Pero hay maneras y maneras de tratar este género de informaciones, y sabemos que no es siempre fácil presentar al público de manera exacta, y con el respeto y discreción que se imponen, todo lo que se refiere a la religión. Sin querer herir a nadie, ciertamente, pero con afán de objetividad, manifestamos a los periodistas llegados en el momento del Cónclave, las fantasías que se habían permitido algunos de vuestros colegas comentando este gran acontecimiento.
Hoy tenemos el placer de decirlo, os tenemos que dirigir más que una censura un elogio. Nos parece percibir, en efecto, en algunos órganos de Prensa, en estos últimos años, la tendencia de un laudable deseo de precisión, dignidad, respeto, cuando abordan el terreno religioso. Se puede decir también que se ha hecho un esfuerzo aquí y allá para encontrar periodistas al corriente en cuestiones religiosas y sabiendo unir, en sus trabajos, la competencia al arte de la presentación. No podemos menos que alegrarnos y desear que este progreso se acentúe cada día más. Pues el talento, aunque sea muy grande, no reemplaza a la competencia; y son necesarios muchos de conocimientos, unidos a un esfuerzo leal de comprensión, para hablar como conviene de asuntos religiosos. La Iglesia es una institución única en el mundo; divina y humana a la vez, con veinte siglos de existencia y, sin embargo, siempre joven, persigue incansablemente, a través de las actividades humanas, fines sobrenaturales que escapan fácilmente a observadores superficiales.
Pensamos especialmente en el próximo Concilio Ecuménico, sobre el cual es tan importante que el mundo esté bien informado, y con exactitud. En lo que a Nos concierne, hemos recientemente, como sabéis, sin duda, dado los primeros pasos para la creación de una Oficina de Prensa, que irá desarrollándose a continuación, cuyo objeto será informar a todos los corresponsales acreditados, con, noticias concretas sobre la preparación de este gran suceso y sobre su marcha. Con esto os queremos decir cuál es Nuestro interés en facilitaros vuestra tarea. Somos plenamente conscientes de los servicios que podrá suministrar la Prensa para hacer aparecer el Concilio en su verdadera luz, para hacerlo comprender y apreciar cómo debe ser por el gran público. Lo mismo que sería molesto, por el contrario, que faltos de información suficiente, o por falta de discreción o de objetividad, un acontecimiento religioso de esta importancia sea presentado de una manera que deforme su verdadero carácter y sus verdaderas perspectivas.
Y esto Nos conduce a concluir con un pensamiento que Nos es querido y que hemos expresado ya muchas veces en Nuestras alocuciones, lo mismo que en los documentos más solemnes de Nuestro Magisterio. Estamos y queremos estar ante todo al servicio de la verdad. Desead vosotros también estarlo, señores, de una manera especial; éste es el honor de vuestra profesión, No aceptéis nunca traicionar o ir en contra de esta verdad. Más vale el silencio lleno de dignidad y respeto que la difusión sin control de una noticia que se lanza imprudentemente al dominio público, y que se advierte en seguida falsa y deformada. El reagrupamiento de las buenas energías para servir más decididamente a la verdad, he ahí "la amistosa consigna" que el Papa os quisiera dejar al final de esta entrevista familiar.
Trabajando por la verdad, trabajaréis también por la fraternidad humana. Pues es el error y la mentira lo que divide a los hombres; la verdad los aúna. Así, pues, escogiendo prudentemente y presentando objetivamente las noticias, evitando lo más posible todo lo que alimenta las pasiones o la polémica amarga y malévola, exaltando con preferencia los valores positivos, lo que es vida, generoso esfuerzo, deseo de perfeccionamiento, convergencias de esfuerzos hacia el bien común, favorece la unión, la concordia, la verdadera paz.
Deseamos que seáis ante todo buenos artesanos del gran ideal de la verdad y fraternidad humana, y pedimos a Dios que os ilumine y os guíe siempre en el cumplimiento de vuestra noble y bella tarea.
* * *
[Después del discurso de Su Santidad, el presidente de la Asociación de Corresponsales de Prensa Extranjera le expresó profundo reconocimiento al Augusto Pontífice y le suplicó, si era posible, prolongara tan grata audiencia. El Padre Santo accedió al deseo y añadió a lo que había dicho algunas reflexiones en las cuales los recuerdos, el pleno conocimiento del periodismo, sus relaciones a la necesidad presente, brindan nueva riqueza de luz y de magisterio.]
El punto de partida se lo ofrecía el recuerdo relativo a la juventud, cuando al entonces seminarista Roncalli se le pidió un artículo destinado a un importante periódico. El gozo por este encargo fue muy grande y ahora él comprende cuántos cuidados y preocupaciones requiere, y por ende, cuánta alegría causa un escrito destinado a muchos lectores. El periódico, en efecto, debe significar una difusión siempre más amplia de la verdad; esta misión la relacionó con los albores de la Iglesia, cuando, junto a la palabra y a los escritos del primer Papa, San Pedro, encontramos la admirable actividad de San Pablo (por muchos considerada como precursora y modelo de la profesión periodística), la cual tenía resonancia en el mundo entero, y que hoy, pasados veinte siglos, responde, en gran extensión de pueblos y convicciones, a los reclamos del gran apóstol.
Ahora, la tarea del Papa es más extensa. El ha recibido del Señor el mandato —que desea siempre cumplir con humildad, pero con fe sólida— de comunicar a toda alma inmortal la verdad; la verdad que hace libres, brilla y domina, brillando beneficia, portadora de gracias y prosperidad durable en todas las manifestaciones de la vida.
Es bello remontarse en el tiempo, más allá incluso del principio del Nuevo Testamento, acercándonos a la Ley divina dada por el Señor a Moisés en el monte Sinaí.
¡Los diez Mandamientos! Desde el primero todos son una norma de justicia y rectitud. Recordarlos todos es naturalmente alimento de toda alma, que es preciso salvaguardar de tantas tristísimas cosas. Entre éstas está la falsedad, la mentira que Dios siempre prohíbe y rigurosamente condena: todos, por tanto, estemos siempre dispuestos a decir, difundir, servir a la verdad. El gran Alejandro Manzoni en un momento de su vida, en que aún no se puede afirmar su completo retorno al cristianismo, escribió, a este propósito, una frase digna de ser esculpida: "La santa verdad no traicionar nunca". Pues la verdad es cosa santa y necesita tratarse como deben ser tratados los santos, con el afán reverente y generoso, por el cual la comunicación de la verdad se sublima en un acto de caridad, de fraterno e incomparable amor.
El Papa está en la cima de esta tarea de propagación inefable: su primera obligación es presentar siempre la verdad.
De este gran tema —se recordará— él habló en el radiomensaje de Navidad del año pasado, invitando a todos los hombres a meditar en las enseñanzas del Hijo de Dios hecho hombre.
San Agustín, al dar un nombre al Verbo de Dios nacido en Belén, lo llama únicamente la Verdad, como Unigénito del Padre, resplandeciente en los tesoros de su naturaleza para iluminar a todo lo creado visible e invisible, material y espiritual, humano y suprahumano.
Por divina investidura la misión del Papa es universal. El, ciertamente, representa a la Iglesia. Naturalmente y también según lo da la experiencia de los siglos, él se reconoce una competencia que no está solamente limitada a aquellos que hacen profesión de fe cristiana y particularmente católica. A todos los hombres, en efecto, debe extenderse el afecto de su corazón para decir e indicar siempre, según el ejemplo del Divino Maestro, la verdad.
Se cuenta en el Evangelio cómo Nuestro Señor Jesucristo, cuando se trataba de culpar el error no omitía medios para hacerlo; cuando se trataba de sufrir jamás se echaba atrás. El habló al fariseo y al publicano, difundiendo las infinitas riquezas de su Corazón, la fuente misma de la caridad: sólo raramente encontraréis expresiones o actos de necesaria dureza, pero siempre dirigidos a metas altísimas de misericordia. Además abría la plenitud de su infinita bondad al sufrimiento humano, uniendo también sus lágrimas a las de las dolidas criaturas humanas.
Siguiendo el ejemplo del Redentor el Papa tiene los brazos abiertos a todo el mundo. Es obvio que él esté informado de todo cuanto sucede, pero esto en función de su alto cargo.
La jornada del Papa —y esto lo decía con intenso placer— está llena de plegaria.
Y él (suscitando en los oyentes profunda emoción y vivísimo interés), manifestaba esto a una clase de profesionales, cuya vida está acentuada por la actividad intensa y febril.
La santa misa y el breviario llevan consigo normas precisas a las que el Papa, como todos los sacerdotes, se atiene. Además el Rosario con sus quince misterios, que constituyen otros tantos episodios de la vida de Nuestro Señor Jesucristo y de su Madre: una gran oportunidad de meditación, de reconcentración del alma. El Rosario por esto —y el Sumo Pontífice lo ha repetido en un reciente documento—, no es solamente ejercicio de oración vocal, sino profunda y ágil meditación. Por ejemplo, en la recitación cotidiana del Rosario completo, en la primera parte, en la de los misterios gozosos, en el tercero, donde se recuerda el nacimiento del Salvador, el comienzo, pues, de los grandes acontecimientos por la Unión de la Divinidad con la humanidad, del Cielo con la Tierra, el Padre Santo recita las diez Ave Marías por todos los niños nacidos en las anteriores veinticuatro horas. Así es como en estos recién nacidos, encuéntrense donde se encuentren, flor y esperanza de la gran familia humana, está el pensamiento lleno de bendiciones y augurios de Aquel que representa, justamente por divino mandato, la unión de la humanidad con Dios.
Otras personas, de modo de vida diferente, también están igualmente en el pensamiento del Papa, por ejemplo, en el segundo misterio aquellos que forman núcleos familiares; en el cuarto las diversas generaciones que salgan, dedicadas a Dios, para que asuman sus deberes de gran responsabilidad.
¿Y el quinto misterio gozoso en que se contempla el encuentro de Cristo en el templo? Este está reservado por Él especialmente a los periodistas (el auditorio manifestaba sentido agradecimiento) y a sus delicadas misiones. Releamos la bellísima página de San Lucas. María y José después de buscar tres días al niño de doce años, lo encuentran en medio de los doctores de la Antigua Ley audientem illos et interrogantem eos ¿No es la estampa de la profesión periodística, que consiste en escuchar y preguntar los acontecimientos humanos; y no puede óptimamente ascender a actividad sublime, a llegar a ser un efectivo apostolado puesto que tal profesión se entiende como un concurso a la propagación de la verdad? Tenemos ejemplos que indican cómo este apostolado puede llegar hasta el sacrificio y hasta a la inmolación de la vida.
Justamente en estos últimos días Su Santidad ha leído un bello libro; la biografía de Tito Brandsma, un culto e intrépido periodista holandés, nacido en 1881, y que unía a la actividad de publicista y profesor universitario la profesión de vida religiosa en la Orden del Carmelo. En el último conflicto mundial fue hecho prisionero por su actitud y disposiciones como consultor eclesiástico de la Prensa católica en Holanda; y murió el 26 de julio de 1842, en un campo de concentración, víctima de su caridad y de la constante defensa de la verdad. Más allá, pues, de los azares humanos, aun de los más dolorosos y crueles, queda la permanencia de Cristo en el mundo.
Por todo esta, un ferviente augurio a los presentes y a sus actividades. Ciertamente los periódicos hoy no son como los de hace años. Ni contienen pocas páginas : también es cosa ardua poder seguirlas todas, tanta es la variedad no sólo de temas, sino de maneras de vivir y de actuar. Pero es siempre posible a través de los múltiples y vertiginosos trabajos de los hombres, recordar, difundir por todas partes la luz de Cristo, que es la verdad.
Se lee en la ,Historia Sagrada que en el encuentro entre el santo rey Ezequías y el gran profeta de Israel, Isaías, habiéndole éste atemorizado con las amenazas de graves y ruinosos acontecimientos, Ezequías respondió : "Buena es la palabra del Señor que me habéis referido, sólo me bastan la paz y la verdad para mis días".
Hacer honor a la verdad —concluía el Papa— significa preparar siempre para sí y para los demás días de bendición y de paz.
* AAS LIII (1961) 721-724; Discorsi, messaggi, colloqui, vol. III, págs. 473-476 y ss.
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