PALABRAS DEL PAPA JUAN XXIII
A LAS MISIONES OFICIALES LLEGADAS PARA CELEBRAR
SU OCTOGÉSIMO CUMPLEAÑOS*
Sala del Consistorio
Sábado 4 de noviembre de 1961
Excelentísimos y queridos señores:
Grande es nuestra emoción al recibir aquí a las misiones extraordinarias enviadas por más de setenta naciones para los festejos de nuestro octogésimo cumpleaños. a el curso de la imponente ceremonia a la que acabamos de asistir, nuestra acción de gracias se ha elevado a Dios en una humilde pero ferviente plegaria. Ahora queremos expresaros a vosotros nuestra gratitud por el excepcional esplendor que vuestra presencia ha conferido a esta solemnidad, y por medio de vosotros nuestro reconocimiento quiere llegar a los jefes de Estado y a los Gobiernos que han tenido el deferente y delicado gesto de enviaros ante Nos.
Vuestra presencia aquí en este día nos parece altamente significativa. En torno a nuestra modesta persona vemos reunidos al antiguo y al nuevo mundo, a Oriente y a Occidente, a los países de la vieja cristiandad europea y a naciones que hace poco que han obtenido su independencia. Y todos unánimes en un homenaje colectivo que no se inspira en ningún motivo interesado y en ningún segundo fin de dominación de rivalidad política.
Sí. Concédasenos la alegría de repetirlo. Es un encuentro completamente pacífico, dictado por los más altos y más nobles sentimientos: estima, respeto, deseo de comprensión recíproca y de una franca y cordial colaboración. Aquí todo es paz, serenidad y confianza. ¡Qué hermoso ejemplo para el mundo, siempre agitado, siempre inquieto, siempre hacia la amenaza de alguna nueva catástrofe!
Vosotros dais aquí, señores, una lección de verdadera y auténtica concordia, un ejemplo de lo que podría ser el entendimiento entre las naciones. Si esto es tan fácil y natural en este sencillo marco del Vaticano, lo es porque el principio que os reúne aquí es de orden moral y espiritual. ¡Dios quiera que los hombres y las naciones, superando las cuestiones de intereses materiales que les dividen, sepan elevarse cada vez más a aquellos valores supremos del espíritu que les acerca, y que son los únicos que pueden imponernos una paz duradera.
A esta paz aspiran los pueblos que vosotros aquí representáis, y podemos afirmar sin temor todos los pueblos de la tierra. Todos están preocupados por las amenazas que pesan sobre ellos, y piden con insistencia que sean liberados de dichas amenazas. Nos unimos con corazón de padre a este angustiado llamamiento, y suplicamos al Altísimo con gran fervor que ilumine los espíritus y proteja a vuestras naciones y a todo el género humano, uniéndole cada vez más en la concordia y en la paz.
Por el advenimiento de esta paz trabaja la Iglesia con todos los medios que están de conformidad con su misión sobrenatural.
Es de gran valor el comprobar, al veros reunidos a todos a nuestro alrededor, la implícita aprobación de tantos estados del universo respecto a este programa pacífico, y Nos deseamos ardientemente que este círculo se ensanche aún más y se abra a otros pueblos, que Nos igualmente amamos, de los cuales algunos hoy se encuentran soportando tremendas pruebas. Que la gran familia humana pueda. un día encontrarse toda unida y recogida para cantar al Altísimo su gratitud por una paz fecunda y sólidamente arraigada entre todos los hombres.
Al reiteraros nuestro vivo agradecimiento os rogamos que transmitáis la expresión de este agradecimiento a los jefes de Estado que os han acreditado, sobre los cuales, por nuestra parte, invocamos de corazón, como también sobre vuestras personas, la protección especial del Dios Omnipotente.
* AAS LIII (1961) 780-781.
Discorsi, messaggi, colloqui, vol. IV, págs. 30-31.
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